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sábado, septiembre 16, 2006

De Vuelta

Ayer viví por tercera vez la experiencia de ver una carrera ciclista desde dentro y la primera vez en cabeza de carrera (lo siento cariño, a partir de ahora exijo siempre delante). Fue en la XXV Vuelta Ciclista a Aragón para sub-23 y Elite. Vivir una carrera desde dentro es constatar la dureza de este maravilloso deporte y también sorprenderse por todo el personal que moviliza.

El ciclismo tiene la capacidad de distanciar en más de 140 kilómetros dos localidades que en la realidad conviven con dos kilómetros de tierra de por medio: en este caso, Novallas y Malón. Dos pequeñas localidades aragonesas colindantes con Navarra y que celebraban sus fiestas (¿patronales?) con, ¡cómo no!, vacas incluidas.

Una de las diferencias de estas categorías con el ciclismo plenamente profesionalizado está en que la batalla se plantea desde el kilómetro cero de carrera. Eso incrementa la dureza pero también la belleza de la competición. Y en un día como el de ayer, terriblemente ventoso, hace de la carrera una gesta.

Resulta curioso observar el comportamiento de los espectadores allá por donde transcurre una etapa. La de ayer pasó por pueblos muy pequeños que rezumaban olvido por todos los costados. En uno de los primeros los más ancianos corearon y bailaron al ritmo de un "Paquito el chocolatero" de máquina (no el chocolate, la música) que emitía incesantemente el coche que publicitaba una marca de cervezas. Algunos aplauden (sobre todo en los pueblos donde había niños en la calle), otros observan atónitos el paso de los "invasores".

Pero lo que sin duda más me fascina de una etapa vivida desde dentro es el baile endiablado de coches, bicicletas y motos por estrechas carreteras (muchas de ellas con apenas espacio para un sólo coche) y curvas que le llevan a uno a dar gracias a (aquí me vendría bien creer en una divinidad) por inventar la ley de la gravedad. ¿Cómo es posible que en una curva que apenas admite unos míseros 30 kilómetros por hora sobreviviéramos a unos frenéticos 100?

Tras la etapa un ligero vistazo a la localidad de Malón nos acercó a una plaza del pueblo vallada para la ocasión para la celebración de un acto más de maltrato animal. Una vaquilla era citada por dos "valientes" mientras el pueblo (no entero) observaba. En la parte más elevada de la plaza un amplio grupo de mujeres en sus sesenta coreaba y bailaba las canciones que interpretaba (ejecutaba, más bien) una txaranga. Fue después, tras tomar un café de cierre del día, cuando llegó la noticia: una persona había resultado corneada. La culpa la tenía la "hijaputa de la vaquilla".

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