Encuentro algunos elementos en común entre dos películas que, a priori, nada tienen que ver entre sí. NO, del chileno Pablo Larraín, podría ser descrita como un falso documental o, al menos, como una película que utiliza documentos de la época (los vídeos de la campaña televisiva contra Pinochet en el referéndum que organizó el dictador en 1988) para resultar veraz a partir de la ficción y de un personaje encarnado por un actor, Gael García Bernal. Por el contrario, Alam laysa lana / A world not ours, del palestino Mahdi Fleifel, es una película que parte de códigos narrativos más asociados a la ficción televisiva (Aquellos maravillosos años) que a un documental sobre la vida en un campo de refugiados palestinos en Líbano. En él, los actores no son tales, son ciudadanos que no necesitan representar papel alguno. Hay una relación documental entre ambas películas pero, sin embargo, hay otra que me interesa más.
Gael García Bernal, protagonista de NO
Según muestra la película
de Larraín, una de las claves de la victoria del
‘No’ a Pinochet está en la estrategia
comunicativa. El personaje de García Bernal, un
creativo publicitario, insiste en enfocar la
campaña televisiva de esta opción alejándose de
los códigos que uno podría esperar: la denuncia
del horror y la negritud de una dictadura que
había asesinado y torturado a miles de personas.
Su propósito, sin embargo, es hacer una campaña
en positivo (por un voto negativo), incluso un tanto naif, lo cual
genera una evidente tensión: ¿cómo es posible
mostrar alegría y una actitud positiva cuando de
lo que se trata es de derrotar a una dictadura?
¿Cómo se puede obviar la tortura y la represión
mediante una campaña que bien podría estar
anunciando hamburguesas de McDonalds? ¿Cómo no
aprovechar la ventana televisiva de quince
minutos que el régimen ofrece a la oposición
para denunciar todo ello, máxime cuando se
sospecha de la probable manipulación de los
resultados? La respuesta de este publicista es
clara: plantear la campaña en positivo es mejor
que incidir en el miedo que atenaza y produce
hartazgo en la población. No se trata de ocultar
lo evidente sino de evitar el hastío. El miedo
paraliza, la alegría moviliza.
Mahdi Fleifel regresa en su película al campo de refugiados palestino de Ain el-Hilweh en Líbano, donde pasó algunas temporadas de su infancia (nació circunstancialmente en Dubai, adonde sus padres emigraron desde el campo por cuestiones laborales). El motor de su curiosidad parece claro: volver al lugar al que (teóricamente) pertenece y descubrirse en él. Encontrarse con el pasado, con la familia, con la cultura de la que procede. Volver, en este caso, a una realidad muy jodida y enquistada, a un núcleo urbano que es provisional desde hace más de sesenta años, con unas infraestructuras tercermundistas y sin apenas posibilidad de desarrollo personal y profesional. Es un campo de refugiados. ¿Qué podemos esperar del relato?
Mahdi Fleifel regresa en su película al campo de refugiados palestino de Ain el-Hilweh en Líbano, donde pasó algunas temporadas de su infancia (nació circunstancialmente en Dubai, adonde sus padres emigraron desde el campo por cuestiones laborales). El motor de su curiosidad parece claro: volver al lugar al que (teóricamente) pertenece y descubrirse en él. Encontrarse con el pasado, con la familia, con la cultura de la que procede. Volver, en este caso, a una realidad muy jodida y enquistada, a un núcleo urbano que es provisional desde hace más de sesenta años, con unas infraestructuras tercermundistas y sin apenas posibilidad de desarrollo personal y profesional. Es un campo de refugiados. ¿Qué podemos esperar del relato?
Cartel de 'A world not ours' en el panel de películas de 'Punto de Vista'
Al igual que el publicista de
NO,
Fleifel juega con códigos que se contraponen a
los habituales del género. La realidad de Ain
el-Hilweh es lo suficientemente dura como para
que se nos hubiera ofrecido la correspondiente
denuncia audiovisual de la degradación a la que
se ve sometido el pueblo palestino. Escenarios e
historias no le hubieran faltado a Fleifel y, de
hecho, de ellos hay constancia en su película.
Sin embargo, la forma en que lo hace parece
inspirada por el mismo impulso que el del
personaje de García Bernal. Sí, lo que ocurre en
el campo es indignante, es deprimente, es un
atentado contra los derechos humanos pero, sin
embargo, los primeros minutos de la película
pueden parecer los de un
Cuéntame
a la palestina. Memorias con
voz en off
de una infancia que, si bien vivida con
muchos límites, se recuerda con nostalgia.
Cuando el dramatismo se exacerba, el espectador se defiende. Cuando la experiencia en pantalla es cotidiana, tan semejante en sus aspiraciones vitales a las de cualquiera, la empatía es real, ajena a diferencias en los códigos culturales. Ése es el golpe de efecto de Fleifel: darnos a conocer la terrible cotidianidad de la comunidad palestina, “presa” (pónganle o quítenle comillas a conveniencia) en un espacio angosto y sin salida, a la vez que nos hace próxima esa realidad. Porque en pantalla no estamos viendo árabes cuya cultura, idioma y costumbres nos resultan extraños. No. Estamos viendo personas que luchan día a día contra las frustraciones de una vida imposible y por unas aspiraciones que son las de cualquiera de nosotros; hombres que encuentran su única diversión en los campeonatos mundiales de fútbol y que suspiran por un trabajo para poder tener dónde caer muertos y llevarse algo a la boca.
La película de Fleifel (intuyo que vive y duerme abrazado a una cámara) discurre por las estrechas (y angustiosas) callejuelas del campo de refugiados, entra en la intimidad de la casa de su abuelo, en la vida anulada de su primo (que no es el mismo desde que Israel asesinara a su hermano) y, sobre todo, en la de su amigo Abu Iyad. Iyad se convierte casi en personaje central del relato de Mahdi Fleifel y determina en gran parte el tono emocional del film, que siempre encuentra en el humor una eficaz arma para no caer en la tentación de la tragedia. Abu Iyad es el caso particular que sirve el plano general de esa realidad enclaustrada: su vida es la lenta caída hacia la desesperanza y la frustración de a quien no se le permite ser, vivir ni existir.
Cuando el dramatismo se exacerba, el espectador se defiende. Cuando la experiencia en pantalla es cotidiana, tan semejante en sus aspiraciones vitales a las de cualquiera, la empatía es real, ajena a diferencias en los códigos culturales. Ése es el golpe de efecto de Fleifel: darnos a conocer la terrible cotidianidad de la comunidad palestina, “presa” (pónganle o quítenle comillas a conveniencia) en un espacio angosto y sin salida, a la vez que nos hace próxima esa realidad. Porque en pantalla no estamos viendo árabes cuya cultura, idioma y costumbres nos resultan extraños. No. Estamos viendo personas que luchan día a día contra las frustraciones de una vida imposible y por unas aspiraciones que son las de cualquiera de nosotros; hombres que encuentran su única diversión en los campeonatos mundiales de fútbol y que suspiran por un trabajo para poder tener dónde caer muertos y llevarse algo a la boca.
La película de Fleifel (intuyo que vive y duerme abrazado a una cámara) discurre por las estrechas (y angustiosas) callejuelas del campo de refugiados, entra en la intimidad de la casa de su abuelo, en la vida anulada de su primo (que no es el mismo desde que Israel asesinara a su hermano) y, sobre todo, en la de su amigo Abu Iyad. Iyad se convierte casi en personaje central del relato de Mahdi Fleifel y determina en gran parte el tono emocional del film, que siempre encuentra en el humor una eficaz arma para no caer en la tentación de la tragedia. Abu Iyad es el caso particular que sirve el plano general de esa realidad enclaustrada: su vida es la lenta caída hacia la desesperanza y la frustración de a quien no se le permite ser, vivir ni existir.
Tráiler de la película
La vida en esa gran cárcel (la entrada y salida
al campo está franqueada por el ejército
libanés) es letárgica. El gran bostezo vital se
distrae cada cuatro años con los campeonatos
mundiales de fútbol que convierten a los
refugiados en fanáticos de los distintos equipos
en competición (con razones tan prosaicas para
hacerse seguidor de Italia como el vago recuerdo
de un apoyo a Palestina en el Mundial 82). Pero
a los lados del paréntesis futbolero se extiende
un tiempo infinito carente de sentido y
dirección. Y en esa aparente ligereza y simpatía
con la que Fleifel retrata la vida y su propia
relación con el campo (consigo mismo), la
película va dibujando el ahogo y la frustración
de Iyad (es decir, de todos sus habitantes).
¿Será por mis preguntas?, duda Fleifel. La
posibilidad de que el continuo interrogatorio al
que somete a su amigo haya removido las aguas
estancas del letargo (el narcótico de la
supervivencia), lo atormenta.
Alam Laysa Lana está
plagada de gestos y detalles minúsculos, de
pequeñas anécdotas que proyectan la angustia de
ese vivir sin hora. Por ejemplo, el disfrute
emocionado con el que Iyad celebra la música
anglosajona que Fleifel le ha traído desde
Londres. El placer de algo que no se entiende y
que le permite ignorar, siquiera unos minutos,
la (no) vida de la que la
obligada música árabe les hace conscientes. Un
descanso para una conciencia que parece evadida
de la realidad cuando los bombardeos israelíes
estallan en las proximidades ante la
contemplación despreocupada de unos cuantos
jóvenes del campo (del que el Fleifel huye
despavorido, para su propio bochorno). La
violencia es tan cotidiana que quien la padece
por costumbre se insensibiliza. Al igual que
hubiera sucedido probablemente con el espectador
si Fleifel, en vez de construir un relato con el
contraplano
swingueante de Benny Goodman, hubiera realizado un ejercicio de
denuncia tan desnudo y amargo como la(s) vida
(s) en Ain el-Hilweh.
© Carlos Pérez Cruz
Nota: Alam Laysa
Lana recibió el Premio del Público del
Festival Internacional de Cine Documental 'Punto
de Vista' (2013)
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
2 comentarios:
Tengo que confesar que me daba pereza ponerme a ver 'No' de Pablo Larraín. Ya sabéis, Pinochet, la dictadura, con todo respeto, como que ya me lo sabía todo. Al estilo de las pelis españolas de la guerra civil. Ha sido una grata sorpresa. Entretenida, al estilo de 'Argo', con un 'look' extraordinario de esos años 80 y unos créditos magníficos. Más que recomendable. Un saludo!!!!
Hola "manipulador de alimentos",
gracias por el comentario. Lo interesante de esta película, a priori, es que hablaba del final, de esa campaña por el NO de la que yo sólo supe cuando estuve en Santiago en el fantástico museo que tienen dedicado a la memoria de esa dictadura. Ejemplar y envidiable.
Publicar un comentario