Desbordante. El saxofonista Rudresh
Mahanthappa es un ciclón, un tornado que succiona en su interior todo lo
que encuentra a su paso y lo lanza con virulencia en derredor. O quizá
no sea acertada la metáfora, pero sí puedo certificar que la exposición
a su música puede ocasionar “daños” semejantes a los de este fenómeno
meteorológico en el cerebro oyente. Lo comprobé
en 2011 en Madrid, lo certifico con su nueva producción
discográfica.
Explicaba Mahanthappa en una conversación que mantuve con él en aquella cita madrileña, que la música del sur de India se caracterizaba por su mayor riqueza matemática respecto de la del norte, que esa riqueza le atraía especialmente pero que no por eso la música carecía de corazón. Y ciertamente no son condiciones necesariamente excluyentes, pero en el caso del saxofonista esa explosión ciclónica de su música tiene una cualidad tan mecánica y virtuosa que uno duda que un corazón lata detrás, al menos con riego humano. Todo es siempre tan sumamente complejo rítmicamente que el preciso encaje de polirritmias y cambios de tempo parecen resultado de una compleja ecuación resuelta por una mente artificial (¿un smartsax?). En realidad es admirable el nivel de excelencia alcanzado porque logra dibujar un “oh” permanente en la boca. Y, sin embargo…, el oído necesita oxígeno y matización.
Gamak hace referencia a la ornamentación de la melodía característica de la música del sur de India. Según explica el propio músico en las notas promocionales del disco, la ornamentación no es un aditivo circunstancial en esa tradición musical sino que es un verdadero arte y materia de estudio. Ya sólo la exposición de Abhogi (tema que dice está inspirado en un raga) ejemplifica el arte del ornamento, trasladado en su caso al lenguaje del saxo alto. Para ese menester, Mahanthappa ha encontrado un cómplice excepcional en el guitarrista David Fiuczynski, capaz de adaptar con la misma flexibilidad el lenguaje expresivo y microtonal de la música hindú a su guitarra (el fraseo disonante y confluyente de Wrathful wisdom es efectivo a la par que delirante). Es uno de los grandes aciertos de este Gamak, cómo fusionan sonoridades y expanden las posibilidades estéticas de un cuarteto que lo mismo parece iniciar la larga secuencia de un raga (como el mencionado Abhogi o Lots of interest, que en una de sus múltiples encarnaciones se muestra sobre riffs de rock puro y duro) que estalla con la virulencia del punk en el irónico cierre de Majesty of the blues (irónico por el contraste entre lo que el título parece prometer, a quién recuerda y lo que realmente ofrece) o parece llevar más allá la esquizofrenia del Giant Steps de Coltrane con su émulo Copernicus – 19. Todo es por regla general tan intenso que hasta la Ballad for troubled times adquiere una densidad propia de los mismos tiempos que dice describir. Ni siquiera se relaja cuando más melosa se pone. Está tan omnipresente el sonido de Mahanthappa que la guitarra de Fiuczynski se agradece casi como un respiro, quizá también por la incisiva sonoridad de su saxo alto y vehemente fraseo.
La puesta en escena con Waiting is forbidden determina el tono general. El saxofonista expone un obsesivo motivo rítmico que sirve de enlace entre secciones y que termina por confluir al final en una traca donde las diferentes células rítmicas se entrelazan y cruzan camino del delirio (y del altar para el baterista Dan Weiss). Hay que coger fuerzas porque más tarde prometen que We´ll make more, donde brilla Fiuczynski – como a lo largo de todo el disco - no sólo con su veloz digitación sino, por fortuna, por la capacidad para lograr con la guitarra habilidades expresivas que parecen más propias de instrumentos como el sitar. Es admirable cómo ha logrado que este instrumento hable con pasmosa facilidad en idiomas que no le son teóricamente propios y de los que ya hizo gala, por ejemplo, en el grupo Hasidic New Wave (Tzadik ha publicado recientemente una caja con todas sus grabaciones de estudio entre 1996 y 2001).
Es indudable que Rudresh Mahanthappa hace su música, que su estilo es distintivo y que el legado cultural de sus antepasados (él nació en Italia en el seno de una familia de emigrantes de la India a Estados Unidos) confiere a sus proyectos un poder de atracción muy seductor. Evita el (desgraciadamente frecuente) cliché de la fusión pastiche. Gran virtud. Si se me permite la metáfora visual, como si de una pintura se tratara, el lienzo es jazzístico y sobre él arroja todo tipo de materiales de la cultura popular contemporánea. Con ellos da forma a un cuadro expresionista y geométrico, de intensos y deslumbrantes colores, que delinea con el arte hindú de sus ancestros para, en ocasiones, curvar las rígidas líneas de su compleja geometría conceptual. O dicho de otra forma: la música de Rudresh es asombrosa en su poder y vértigo métrico, la ejecución le deja a uno anonadado por su precisión y el aroma hindú lo seduce pero… abruma. Y quien esto firma se siente intimidado como el niño del patio de colegio del que abusan los grandullones del curso superior.
Explicaba Mahanthappa en una conversación que mantuve con él en aquella cita madrileña, que la música del sur de India se caracterizaba por su mayor riqueza matemática respecto de la del norte, que esa riqueza le atraía especialmente pero que no por eso la música carecía de corazón. Y ciertamente no son condiciones necesariamente excluyentes, pero en el caso del saxofonista esa explosión ciclónica de su música tiene una cualidad tan mecánica y virtuosa que uno duda que un corazón lata detrás, al menos con riego humano. Todo es siempre tan sumamente complejo rítmicamente que el preciso encaje de polirritmias y cambios de tempo parecen resultado de una compleja ecuación resuelta por una mente artificial (¿un smartsax?). En realidad es admirable el nivel de excelencia alcanzado porque logra dibujar un “oh” permanente en la boca. Y, sin embargo…, el oído necesita oxígeno y matización.
Gamak hace referencia a la ornamentación de la melodía característica de la música del sur de India. Según explica el propio músico en las notas promocionales del disco, la ornamentación no es un aditivo circunstancial en esa tradición musical sino que es un verdadero arte y materia de estudio. Ya sólo la exposición de Abhogi (tema que dice está inspirado en un raga) ejemplifica el arte del ornamento, trasladado en su caso al lenguaje del saxo alto. Para ese menester, Mahanthappa ha encontrado un cómplice excepcional en el guitarrista David Fiuczynski, capaz de adaptar con la misma flexibilidad el lenguaje expresivo y microtonal de la música hindú a su guitarra (el fraseo disonante y confluyente de Wrathful wisdom es efectivo a la par que delirante). Es uno de los grandes aciertos de este Gamak, cómo fusionan sonoridades y expanden las posibilidades estéticas de un cuarteto que lo mismo parece iniciar la larga secuencia de un raga (como el mencionado Abhogi o Lots of interest, que en una de sus múltiples encarnaciones se muestra sobre riffs de rock puro y duro) que estalla con la virulencia del punk en el irónico cierre de Majesty of the blues (irónico por el contraste entre lo que el título parece prometer, a quién recuerda y lo que realmente ofrece) o parece llevar más allá la esquizofrenia del Giant Steps de Coltrane con su émulo Copernicus – 19. Todo es por regla general tan intenso que hasta la Ballad for troubled times adquiere una densidad propia de los mismos tiempos que dice describir. Ni siquiera se relaja cuando más melosa se pone. Está tan omnipresente el sonido de Mahanthappa que la guitarra de Fiuczynski se agradece casi como un respiro, quizá también por la incisiva sonoridad de su saxo alto y vehemente fraseo.
La puesta en escena con Waiting is forbidden determina el tono general. El saxofonista expone un obsesivo motivo rítmico que sirve de enlace entre secciones y que termina por confluir al final en una traca donde las diferentes células rítmicas se entrelazan y cruzan camino del delirio (y del altar para el baterista Dan Weiss). Hay que coger fuerzas porque más tarde prometen que We´ll make more, donde brilla Fiuczynski – como a lo largo de todo el disco - no sólo con su veloz digitación sino, por fortuna, por la capacidad para lograr con la guitarra habilidades expresivas que parecen más propias de instrumentos como el sitar. Es admirable cómo ha logrado que este instrumento hable con pasmosa facilidad en idiomas que no le son teóricamente propios y de los que ya hizo gala, por ejemplo, en el grupo Hasidic New Wave (Tzadik ha publicado recientemente una caja con todas sus grabaciones de estudio entre 1996 y 2001).
Es indudable que Rudresh Mahanthappa hace su música, que su estilo es distintivo y que el legado cultural de sus antepasados (él nació en Italia en el seno de una familia de emigrantes de la India a Estados Unidos) confiere a sus proyectos un poder de atracción muy seductor. Evita el (desgraciadamente frecuente) cliché de la fusión pastiche. Gran virtud. Si se me permite la metáfora visual, como si de una pintura se tratara, el lienzo es jazzístico y sobre él arroja todo tipo de materiales de la cultura popular contemporánea. Con ellos da forma a un cuadro expresionista y geométrico, de intensos y deslumbrantes colores, que delinea con el arte hindú de sus ancestros para, en ocasiones, curvar las rígidas líneas de su compleja geometría conceptual. O dicho de otra forma: la música de Rudresh es asombrosa en su poder y vértigo métrico, la ejecución le deja a uno anonadado por su precisión y el aroma hindú lo seduce pero… abruma. Y quien esto firma se siente intimidado como el niño del patio de colegio del que abusan los grandullones del curso superior.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
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