Stefano Bollani acaricia las teclas, acerca su cabeza
a ellas y escucha en la intimidad de las cortas distancias. Se sienta
en el suelo y su cuerpo y el instrumento son lo mismo. Abraza el
piano. Es su anatomía. En realidad, el piano es el altavoz que
decodifica la música, que está tanto en su cabeza como en el
espacio que lo rodea. Bollani escucha música donde los demás no,
y hay un hilo invisible que la guía de principio a fin de su
concierto, aunque el espectador no logre escucharla, tan sólo
intuirla. Lo que el italiano hace es cazar al vuelo todas las
frecuencias que están ahí, inaudibles para los mortales, y
presentarlas en sociedad. Una tras otra afloran melodías
incompletas, monumentales en su fragmentación. Los tempos fluyen
uno hacia otro sin gesto que los anuncie y cuando uno cree estar
en binario, está en ternario o en realidad no tiene tempo.
Tigran Hamasyan
© Jose Horna
Tigran Hamasyan estresa al piano. Cecil Taylor lo definió como
instrumento de percusión y Hamasyan se lo ha tomado al pie de la
letra, aunque el poeta del free no se refiriera a este tipo de
pegada. Hamasyan lo ha convertido en el saco de boxeo sobre el
que descarga su virulencia pasional de veinteañero (en el
escenario se le cantó el
Happy Birthday por los veinticinco). Lo golpea con furia y
agita mientras su cabeza como si de un músico de heavy se
tratara. Le exige tal respuesta que uno temió que en cualquier
momento el piano desertara. Si en Bollani es parte integral de
la persona, en Tigran el piano pasaba por allí.
Stefano Bollani (p), Jesper Bodilsen (cb) y Morten Lund (bt)
© Jose Horna
Dos
formas antagónicas y (teóricamente) complementarias de proponer.
Hamasyan puso en pie a parte del respetable en el Teatro
Principal a base de fuegos artificiales y rock primario con
coloratura de folclore armenio. Eran tres en el escenario, pero
el armenio nos retrotrajo a los tiempos pre-Bill Evans en que
bajo y batería estaban al servicio de las teclas. Aunque la
dificultad de ciertas métricas hace meritoria su aportación,
Nate Wood y Sam Minaie fueron básicamente la caja de ritmos para
que el pianista se explayara. Si en Bollani las métricas ligaban
unas con otras, en Hamasyan iban claramente definidas por
bloques y gestos de aviso, sobre todo para anunciar que
cualquier intento de sutileza iba a ser masacrado de inmediato
por la vena macarra de Tigran.
One, two, three… y a darle duro.
La tensión corporal del armenio frente a la pura gracilidad del corpachón del italiano. Bollani necesita dos pianos, pero su físico se amolda al espacio con la agilidad y contorsión de un bebé. Hace del escenario el cuarto de estar de su casa, a pesar de la dimensión del pabellón (donde fuimos gaseados en calor), y crea una intimidad casi imposible en un lugar así. Hace una música tan seria que, quizá por eso, se divierte tanto y es tan divertido verlo. Tiene que generar felicidad extrema ser capaz de hilar tan fino una música tan bella, que no necesita ser manipulada con insulsos loops para cautivar, como intentó en algún momento Hamasyan (ay los juguetitos electrónicos). Si algo tiene la música armenia es belleza y poesía (de la derrota). Y Tigran no la entiende así. Exige exuberancia, cuando el cuerpo pide espacio y silencio. Propone sinfonismo grandilocuente, cuando el discurso pide un minuto de silencio. Impone la admiración en una continua traca final, mientras el italiano se la gana creando la ilusión de que lo que hace se puede realizar incluso con una mano y sentado en el suelo.
La tensión corporal del armenio frente a la pura gracilidad del corpachón del italiano. Bollani necesita dos pianos, pero su físico se amolda al espacio con la agilidad y contorsión de un bebé. Hace del escenario el cuarto de estar de su casa, a pesar de la dimensión del pabellón (donde fuimos gaseados en calor), y crea una intimidad casi imposible en un lugar así. Hace una música tan seria que, quizá por eso, se divierte tanto y es tan divertido verlo. Tiene que generar felicidad extrema ser capaz de hilar tan fino una música tan bella, que no necesita ser manipulada con insulsos loops para cautivar, como intentó en algún momento Hamasyan (ay los juguetitos electrónicos). Si algo tiene la música armenia es belleza y poesía (de la derrota). Y Tigran no la entiende así. Exige exuberancia, cuando el cuerpo pide espacio y silencio. Propone sinfonismo grandilocuente, cuando el discurso pide un minuto de silencio. Impone la admiración en una continua traca final, mientras el italiano se la gana creando la ilusión de que lo que hace se puede realizar incluso con una mano y sentado en el suelo.
Soundprints
© Jose Horna
Tras
el sueño de una noche de Bollani, la de Mendizorrotza (una vez
derretido el respetable) devolvió el eco de la actuación de Wayne Shorter
en Getxo. A él dedican su proyecto ‘Sound Prints’
Dave Douglas y Joe Lovano. Personifico en ellos, si bien sin la
maestría de Joey Baron sería imposible el vértigo
swingueante que proponen. Lovano se lanzó directo a la yugular del
respetable con su soprano. Y aquello tenía visos de intentar la
del Shorter más abstracto y excitante que admiramos de su última
reencarnación. Pero Shorter sólo hay uno, y la actuación fue
derivando hacia terrenos más confortables y familiares para el
grupo, que no menos exigentes. Subidos al tren de Baron y Oh (y
a la profesional discreción de Lawrence Fields), el quinteto
propuso melodías imposibles para músicos terrenales,
interpretadas con precisión cirujana por Douglas y Lovano. O de
cómo conseguir hacer flexible lo virtuoso y hacer de dos, uno. Y
swing, mucho swing, que sin él la música
don´t mean a thing. Y
bop loco y agitado para que Douglas entrara en combustión y
Lovano vistiera elegancia en el tenor. Jazz en bruto hecho neto
por dos gentleman con sombrero y una rítmica que caminaba como
un “A Train” del siglo XXI (AVE). Y es que cuando la cosa
camina, camina. Eso sí, hay que saber subirse en marcha.
© Carlos Pérez Cruz
Nota: Gracias a Jose Horna por su gentileza en la cesión de las imágenes que ilustran este texto.
© Carlos Pérez Cruz
Nota: Gracias a Jose Horna por su gentileza en la cesión de las imágenes que ilustran este texto.
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
2 comentarios:
Gracias por el extraordinario artículo, me has traído la atmósfera musical del concierto a casa....no sé muy bien si me siento mejor por haberla respirado o mucho más cabreado y envidioso por la ausencia.
Gracias Gatopardo, pero agradecerás no haber muerto gaseado de calor... Hoy se presume terrible el pabellón.
Un saludo, Carlos.
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