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jueves, noviembre 24, 2011

¿Quién necesita críticos? (de Jazz)


¿Para qué sirven los críticos? ¿Para qué? Desconozco a qué momento de la historia se remonta la primera vez que alguien planteó esta cuestión pero parece propia de los tiempos que corren. Al fin y al cabo si vivimos días de angustia productiva, donde la competitividad es el remedio único a los males de nuestra era y causa última de nuestra existencia, ¿contra quién compite y qué produce un crítico? Son preguntas que se despiertan en mi pensamiento después de leer el adelanto de un libro del compositor y letrista Stephen Sondheim publicado en el diario británico 'The Guardian'. El artículo viene presidido por una pregunta: ¿Quién necesita críticos?

Rendida nuestra sociedad a los dioses Productividad y Competitividad son legítimas las preguntas expuestas. ¿Qué produce un crítico? Tiempo perdido. No lo digo yo, lo asegura Sondheim. Especialmente lo pierde el criticado, que puede entrar en una vorágine de acción - reacción perniciosa para su concentración y producción de la que, como veremos más adelante, tiene pocas papeletas para salir bien parado.

¿Qué PIB ve mejorado su rendimiento por las divagaciones y elucubraciones de un examinador del arte? Permítaseme ejemplificar de aquí en adelante en la figura de un crítico de Jazz, al fin y al cabo, mi "negociado". Situemos primero al crítico. Un ser solitario, ajeno a las dinámicas de buenrollismo laboral fomentadas por los manuales de incremento de la productividad empresarial (esos textos bíblicos que han convertido a las personas trabajadoras en recursos humanos). No tiene una sala de café en la que aparentar empatía con el prójimo ni un futbolín con el que desahogar las presiones de la corbata. No, el crítico de Jazz trabaja solo, se posiciona frente a una mesa desbordada por discos que no escuchará, notas tomadas a vuelapluma y migas de la pasta que acompañó el café de hace tres días. Si su grado de dedicación a la causa crítica es elevado es más que probable que viva con lo justo, que en invierno la calefacción sea él mismo hecho cebolla o emparedado. Pero, ¿por qué dedicar tantas horas a escribir sobre el trabajo de otros? ¿Qué función tiene? ¿A quién le importa? Demasiadas preguntas, la verdad, para las pretensiones de este texto.

Pongamos que el crítico produce pensamiento, reflexión, fomento del análisis. Lo primero que uno podría interrogarse es para qué demonios quiere uno pensar o reflexionar. Si llegara a darse el caso de que semejante deporte de riesgo tuviera algún sentido (que otros piensen sobre ello, por favor, no es mi propósito aquí y ahora), ¿qué hace del pensamiento y reflexión de alguien - llamado a sí mismo crítico - merecedor de ser tenido en cuenta? Entramos en terreno delicado. Acudamos a Sondheim:
Para muchos lectores un buen crítico, en cualquier campo, es aquel con el que están de acuerdo o aquel que está de acuerdo con ellos.
Interesante reflexión. Como aquella viñeta de 'El Roto' en la que un siniestro personaje replicaba lo que escuchaba en su radio favorita (como con los críticos, uno escucha a aquel con el que está de acuerdo o - en su defecto y por prescripción médica - a aquel con quien discrepa por completo), el buen crítico es aquel que confirma lo que pensamos o nos interesa creer, nunca aquel que pueda poner en tela de juicio nuestras propias conclusiones. Y hete aquí que nos encontramos de pronto frente a un aspecto quizá no productivo pero sí beneficioso para el Sistema (único). A nadie escapa que la afirmación ajena de nuestro propio ideario es un generador de bienestar. Uno se siente mejor, incluso moralmente superior, si encuentra quien públicamente avale nuestras ideas. Y, ¿qué mejor para el Sistema (único) que ciudadanos - o fuerzas productivas - reforzados en su autoestima? Convengamos entonces que el crítico tiene algo de psicólogo de bajo coste. Escaso o nulo para el empresario, inexistente a efectos de gasto sanitario. Dado que el crítico está pobremente pagado (aunque con frecuencia, pagado de sí mismo) o incluso lo es por voluntad y gratuidad, el balance coste - beneficio es claramente favorable para la sociedad del bienestálaborar.

- Disculpe, pero se le olvida que la mayor parte de críticos hunden carreras, humillan, frustran esfuerzos ajenos. ¿Qué pasa si el crítico no escribe acorde a mi pensamiento? Poco fomento de la autoestima veo en ello.

¡Facil solución! Súmese a ellos, ¡abaratará costes! Haga de ese trabajo su hobby, súmese por placer al arte de la crítica ajena:
La frase "todo el mundo lleva consigo un crítico" es universal. Internet anima a la gente a compartir sus opiniones con el resto del mundo. En el teatro, la expectación generada por los chats se ha convertido cada vez en algo más importante para la reputación de un espectáculo antes de su apertura. Hay miles de críticos tecleando sus opiniones sobre a quien va a escuchar - así que, ¿quién necesita pagar a alguien para que pontifique sobre cuál debería ser tu opinión?
- ¡Eso! ¿Quién coño es usted para decirme lo que tengo que opinar? 

- ¡Oiga! Que yo no le he dicho que opine como yo. ¿Acaso le obligo a asumir mis reflexiones? Si no le parecen bien, de acuerdo. Pero antes de insultarme a la cara (o por la espalda), haga el favor de razonar como yo he procurado hacerlo.

- ¡¡Usted lo que tiene es un cara más dura que la p**** de Nacho Vidal!! ¿Razones dice? Lo suyo son intereses. Confiese, usted quiere algo, ¡quiere algo! Pero, ¿qué quiere? ¡Qué quiere! ¡¡Envidia es lo que tiene usted!!

Dejemos a crítico y a su contracrítico cibernético habitual, Anónimo (que, como Mercados, es alguien pero nadie sabe quién es), con su discusión antes de que Sistema (único) decida que los críticos no son tan saludables como yo especulaba y los elimine de un golpe de prima de riesgo (la prima de Merkel, se entiende, que algún día quizá lleguemos a conocer, aunque no parece de fiar), y centrémonos en las bondades de la profesión de crítico. ¿Las tiene?

(Se hace el silencio)

- ¿No responde usted? Ya sabía yo.

(No hay respuesta) (Salgo de mi letargo). Bien, como le iba diciendo, el crítico asume los valores sagrados del presente, quizá no tanto los de la productividad (si nos atenemos a su aportación a las arcas privadas y a las públicas) como los de competitividad. El crítico (de Jazz, recuerdo) compite. ¡Vamos que sí compite! ¿Contra quién? En primer lugar contra sí mismo y su propia capacidad de asimilación de las horas de música escuchadas y por escuchar. Y en segundo lugar, pero no por ello menos importante, contra otros críticos. Es la competición por hacerse con uno de los pocos puestos de crítica (mal) pagada. Es la competición por el mayor número de discos - apilados de aquella manera - frente a los de su competidor (¿No es eso de lo que nos están hablando cuando se santifican los valores de productividad y competitividad de un país? ¿Más frente a los demás?). Es la competición por publicar más que nadie (lo cuantitativo frente a lo cualitativo pero, ¿no es así como ha triunfado la productividad china? Al Partido y Sistema (único) no se le discute). Es, finalmente, la competición por hacer crítica de quienes cuando son criticados ni siquiera eran conscientes de ser músicos. Pero puede que llegue el día en que sepan que lo son y entonces el crítico pueda gritar alborozado aquello de: ¡Yo lo vi primero!

Dado que en estos tiempos lo que se precisa es cantidad más que calidad, la de crítico es una de las profesiones más agradecidas. Los nuevos medios de comunicación digitales permiten ejercer en ciento cuarenta caractéres (¡qué tiempos aquellos de angustia por no llegar al mínimo publicable!) por lo que a nada que se manejen con soltura ciertas muletillas uno puede ejecutar (¡!) su trabajo con rapidez. En un sólo día, ¡¿cuántos discos podría llegar a reseñar?! Ejercicio de 140 caractéres: El disco de X es un soplo de aire fresco en la escena del Jazz. Transgresor a partir de un lenguaje etéreo y orgánico. ¡Imprescindible! Me faltan cinco caractéres pero dado que he dado en llamar "X" al músico o grupo del que hago crítica, es probable que mi juicio (¿?) sobrepase el espacio disponible y deba recortar. En todo caso, con una ligera escucha saltando entre pistas o por mera intuición, el crítico de la era de los ciento cuarenta caractéres puede ponerse las botas. Cosas de la red, que nos ha permitido dar la bienvenida a tantos nuevos compañeros del gremio. De nuevo Sondheim:
El negocio de los chats revela que la necesidad de criticar es insaciable. También revela que todavía hay gente a la que le entusiasma el teatro, que no sólo quiere ir sino también hablar de aquello a lo que ha ido. La falta de confianza y la escasa capacidad de atención que impregnan nuestra cultura no son tan evidentes en los animados chats a los que eché un vistazo, aunque aprendí pronto a no permanecer conectado a ellos por la misma razón por la que aprendí a no leer mis críticas: cada conjunto de halagos sobre mi trabajo de los que podía enorgullecerme era salpicado por disparos que me desarbolaban. A cada opinión razonada sobre el trabajo de los demás le sigue una mezquina y arrogante, alguna de las cuales, siento decirlo, me hace reír y sentir ganas de ser lo suficientemente joven para participar en ese tipo de intercambios.
Hoy mucha gente ejerce la crítica. No es que todos seamos críticos en potencia, es que muchos se han habilitado espacios desde los que ejercerla. No importa la cualificación, ya que ante nadie deberá defenderla. Son espacios de expansión personal con vocación de influencia. Son, además, tarjetas de presentación ante promotores de conciertos o discográficas (pobrecillas) para la consecución de entradas a conciertos o discos de forma gratuita. A este paso la excepción será el espectador y oyente de pago. Estos críticos de nuevo cuño han dado lugar a nuevas expresiones conceptuales de la crítica, como la 'crítica fotográfica' (una secuencia de fotografías de un concierto bajo el epigrafe de "crónica visual") o la 'crítica cronológica' (empezaron por el tema tal, siguieron por cual, después por tal otro... la gente aplaudió). Por no hablar de sus... ejem... licencias gramaticales que tan poco parecen importar en esta era de las palabras contraídas (mi voz se ha llegado a pixelar tratando de leer algunos textos en voz alta).

Asumo que toda esta larga divagación tiene como objetivo desviar la atención de algunos de los aspectos claves del texto de Sondheim, aquellos relacionados con el daño que los críticos podemos llegar a causar. Ya sea porque la crítica aborde a un primerizo (en positivo, crea exceso de expectativas; en negativo, puede hundir la débil confianza) o porque lo haga a un veterano consagrado (en cuyo caso se corre el riesgo de ser linchado por la presumbile horda de seguidores). El caso es que ni Sondheim le ve el lado bueno a la labor del crítico.
El elogio puede hacer que usted se sobrevalore, mientras que si no fuera así a menudo uno se decepciona, enfada o permanece impotente. Escribir una carta al periódico o revista que te ha herido sonará unicamente - y en todos los casos - a lamento de mal perdedor. (...) Todavía peor, animará a los críticos a pensar que te los tomas en serio. (...) Esto es la cuestión más perniciosa de los críticos: hacen que pierdas el tiempo. ¿He mencionado que pueden alejar a la gente de tu novela, afectar a tus ventas, poner en un brete tus futuras exposiciones de pintura o conciertos? Pueden disuadirte a ti y a tu público, lo cual es el desafortunado efecto final.
¡Vaya! ¡¡Menudo poder!! Pero aunque uno pueda llegar a creerlo no es la tan cacareada frustración artística del crítico la que lo mueve, tampoco la voluntad de arruinar la vida de otros carcomido por la propia ruina. No. El buen crítico simplemente ejerce su trabajo y ese trabajo es tenido en cuenta por algunas (cada vez menos) personas que confían en la preparación, honestidad y buen hacer del profesional. Lo que nos lleva a una última cuestión clave. ¿Qué es un buen crítico? Dentro de su tóxica naturaleza hay elementos que, según Sondheim, hacen de él alguien digno de ser apreciado:
Para mí un buen crítico es un buen escritor. Un buen crítico es alguien que conoce y reconoce las intenciones del artista y las aspiraciones de su trabajo, y lo juzga por ello, no por lo que hubieran sido sus propios objetivos. A un buen crítico le apasiona tanto el tema que puede convencerle de acudir a algo a lo que nunca habría imaginado acudir. Una buena crítica es una lectura entretenida. Una buena crítica es difícil de encontrar.
Cierto. Una buena crítica es difícil de encontrar si entre sus requisitos se encuentra la necesidad de la buena escritura (que se desarrolla con formación, práctica y cierto sentido estético y del pudor antes de publicar) o el conocimiento previo de las intenciones del artista y sus aspiraciones (eso supone una labor de investigación y contextualización contraria a la vertiginosa actividad crítica de nuestro tiempo). No es justo criticar en los mismos términos a un profesional que a un aprendiz como no lo es hacerlo basados en nuestras propias preferencias estéticas. Hay profesionales que no nos atraen pero que objetivamente hacen un buen trabajo, como los hay que admiramos y que en ocasiones pierden el oremus, aunque nos cueste admitirlo.

El buen ejercicio crítico requiere de honestidad, de esa subjetividad objetiva que debería servir por si misma para evitar el riesgo de caer en la purgación de nuestras miserias, o en el ajusticiamiento interesado. El buen crítico trabaja con palabras y las palabras han de ser medidas, resultado de una meditada reflexión. Las palabras agradan del mismo modo que pueden herir y deberían servir, en último término, para despertar la neurona de la reflexión. Eso sí, el crítico, malo, bueno o regular, debe ser consciente de que a su labor le ha surgido un feroz contrapeso, la de los antes mencionados contracríticos, que uno empieza a sospechar que tiene profesionales remunerados entre sus filas. Profesionales de un arte verdaderamente complejo, el de leer lo que no está escrito y enredar al crítico en la defensa de su libertad de expresión y de su desinteresado interés. Tipos capaces de - ¡en efecto! - hacerte perder el tiempo. Quizá vengadores de los caídos en la batalla de las críticas desatinadas.

La red de internet ha amplificado la contracrítica, antes un divertimento privado o de tasca, ahora global como casi todo. Todos hablando al mismo tiempo en una indigesta conversación mundial (Everybody´s talking at the same time, que canta Tom Waits) por lo que cuesta encontrar a alguien que escuche. Se avecina la gran batalla final entre críticos y contracríticos, cuyos decibelios amenazan con hacer estallar la red y producir un angustioso silencio. Ante lo cual uno siempre puede hacer como el compositor Richard Rodgers, tan sensible a las críticas que...
... durante los ensayos de 'Do I hear a Waltz?' en New Haven, su mujer y su asistente recortaban cualquier frase desfavorable a su música en las reseñas y después le leían la versión expurgada.
© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

5 comentarios:

Jorge dijo...

Ahora mismo sin palabras y le dejo unos aplausos por la entrada.

Y me voy a reflexionar lo leído, volverlo a leer y volver a reflexionar. Y llegar a una conclusión sin verdades absolutas.

Apatico 2005 dijo...

Gracias Jorge pero, ¿de verdad has aplaudido? Mira que yo me esfuerzo pero no escucho nada.

Por cierto, habrá notado usted que soy un ferviente seguidor de su estilo 'conversaciones con mi cabeza en voz alta'. Así que espero que no me reclame derechos de autor. Espero que las lágrimas riéndome con sus textos compensen la usurpación estilística.

A pensar...

lachicaquemira dijo...

No puedo ser más fan. No puedo.

lachicaquemira dijo...

Lo tuiteo y todo, a lo loco!

Apatico 2005 dijo...

¡Eso es lo que necesito! ¡¡Fans como tú!! Que me lo alegran todo, vista e intelecto. Gracias hermosa, a ver si cae pronto otra de ostras... Besos, Carlos.

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