Luis Giménez, Marcelo Escrich, Javier López Jaso y Juanma Urriza
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Pamplona es una ciudad hostil con el jazz. No parece que sea por
falta de afición –cada vez que se organiza algo bajo ese
epígrafe, el personal acude- sino por falta de consideración de
su entidad, con un bucle de actividades que ciñen su presencia a
dos o tres momentos muy concretos del año y en circunstancias
muy poco favorables para su disfrute. Ni por presupuesto, ni por
criterio, ni por espacio escénico, la riquísima diversidad de
esta expresión musical encuentra acomodo en la ciudad. Los
escenarios más favorables por acústica y recogimiento (Teatro
Gayarre o Auditorio Baluarte) le dan la espalda. La naturaleza
conservadora de la capital navarra es inversamente proporcional
a la transgresión que se le supone al jazz (léase esta frase
entre muchísimas comillas y asteriscos) y, quizá por ello, la
oferta, además de muy local y escasa, tiende a ser conservadora.
Pamplona pretende conciertos “para todos los públicos” y eso
tiende a ser sinónimo de inanidad. Nada hay más inútil en arte
que lo que se pretende de gusto general.
Por incompatibilidad laboral, hacía años que no acudía al errante ciclo de ‘Jazz en la calle’, ahora recogido en el recinto de la Ciudadela. La suerte de invierno perpetuo que nos ha regalado la climatología este año impidió que el concierto de Javier López Jaso & Marcelo Escrich Quartet tuviera lugar al aire libre. En su lugar se hizo uso del interior de la Sala de Armas, un espacio de acústica catedralicia y, por lo tanto, de difícil sonorización. Pero una cosa es la dificultad y otra la negligencia profesional de los técnicos de sonido. Si un instrumento suena saturado nada tiene que ver con la acústica del local. El acordeón de López Jaso sonó así durante muchos momentos del concierto (se pierde definición, matiz, timbre…) y el contrabajo de Escrich en otro plano. En ningún momento se logró domar la acústica de la sala ni pareció hacerse demasiado por lograrlo. Eso dificulta la concentración del músico y el disfrute del oyente. Marcelo fue muy generoso en su alocución cuando pidió un aplauso para los técnicos y el público premió con ellos un trabajo ciertamente mejorable. Quizá sin ellos hubieran despertado de su letargo.
Por incompatibilidad laboral, hacía años que no acudía al errante ciclo de ‘Jazz en la calle’, ahora recogido en el recinto de la Ciudadela. La suerte de invierno perpetuo que nos ha regalado la climatología este año impidió que el concierto de Javier López Jaso & Marcelo Escrich Quartet tuviera lugar al aire libre. En su lugar se hizo uso del interior de la Sala de Armas, un espacio de acústica catedralicia y, por lo tanto, de difícil sonorización. Pero una cosa es la dificultad y otra la negligencia profesional de los técnicos de sonido. Si un instrumento suena saturado nada tiene que ver con la acústica del local. El acordeón de López Jaso sonó así durante muchos momentos del concierto (se pierde definición, matiz, timbre…) y el contrabajo de Escrich en otro plano. En ningún momento se logró domar la acústica de la sala ni pareció hacerse demasiado por lograrlo. Eso dificulta la concentración del músico y el disfrute del oyente. Marcelo fue muy generoso en su alocución cuando pidió un aplauso para los técnicos y el público premió con ellos un trabajo ciertamente mejorable. Quizá sin ellos hubieran despertado de su letargo.
Javier López Jaso y Juanma Urriza
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
El contrabajista Marcelo Escrich (“tengo acento argentino porque
me da la gana”, bromeó quien lleva toda una vida por aquí) y el
acordeonista Javier López Jaso presentaban en casa su
Pagoda, proyecto
discográfico recién publicado por el animoso sello vasco Errabal.
Escrich siempre ha sido un seguro sobre el escenario, uno de
esos músicos que resuelven papeletas de última hora. Un don
preciado que Marcelo apuntala con un preciosista sentido
melódico que casa a la perfección con la querencia
piazzolliana de López
Jaso, un músico cuya inquietud e interés le han permitido trazar
un camino profesional poco común entre acordeonistas. Su
mentalidad abierta, su curiosidad y permeabilidad, le han
llevado a ser un notable improvisador sin ser, propiamente, un
músico de formación jazzística. No importa. Muchas veces la
falta de una formación específica o de una vocación
unidireccional en la música da a luz los músicos más
interesantes. Así, por ejemplo, su expresividad y ligereza en el
fraseo de sus solos (que no ligereza en la densidad del
lenguaje) comunica mucho más que la pulcritud del guitarrista
Luis Giménez, cuya irreprochabilidad académica al improvisar
carece de aristas que pellizquen el alma (si bien su sonoridad,
de una definición meridiana, dio calidez al conjunto). Todo lo
contrario que López Jaso, que dibuja la gran expresividad de sus
melodías a centímetros del tiempo, como en el caso de
Casimiro, una composición de
tempo medio que Escrich abre en solitario (Marcelo siempre
me despierta en la memoria a Charlie Haden), sobre la que Jaso
crece y a la que Juanma Urriza aporta interesantes detalles con
las escobillas. Urriza estuvo siempre discreto, consciente de su
rol como actor
secundario en el proyecto y sobresaliente en su contención
durante el solo de Envero,
siempre en el tempo y
ajeno a florituras exhibicionistas (a pesar de que la acústica
no ayudaba a contener su sonoridad).
Luis Giménez, Marcelo Escrich, Javier López Jaso y Juanma Urriza
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
El cuarteto presentó todos los temas del disco (en orden casi
riguroso respecto de la grabación) y cerró, a modo de bis, con
el siempre vibrante
Libertango de Astor Piazzolla, el genio al que López Jaso
dedica el tema con el que abrieron concierto,
Un paseo con Astor, y
que sobrevuela permanentemente en la sonoridad del acordeón.
Entre la devoción de Jaso por el argentino y el origen argentino
de Escrich, el material que maneja el cuarteto (todo él de Jaso
y Escrich, a excepción, obviamente, del bis) tiene un retrogusto
folclórico que suena a milonga en el
Pagoda que titula
disco o a baile regional en el
Vals 20-16 (tema del
acordeonista dedicado a Pamplona e imagino a su –lógicamente-
frustrado proyecto de capitalidad cultural de 2016). Retrogusto
de naturaleza etílica en 5
grados Brix y en Envero (evocación tanguera de la música de Piazzolla) y que dejó
sensación de vértigo en los complejos
Cambios de pulso sobre
los que navegó el cuarteto con cierta inestabilidad (solventada
con el discurrir del tema). Como cierre de concierto (antes del
bis), el cuarteto presentó una composición de López Jaso
titulada Bebe 7-7,
juego de contrastes entre una sonoridad modernista del tango (me
recordó a algunas de las ideas de Gotan Project) -con la
efectiva sonoridad industrial y mecánica de la batería de Juanma
Urriza como estímulo-, enfrentada al sonido añejo del vals de
musette francés. Un
juego que pareció un tanto forzado en su expresión inicial –de
corta y pega- pero que fue ganando en fluidez a medida que le
dieron forma y que el oído se prevenía ante el cambio. Un oído
que agradeció la inteligente combinación tímbrica de guitarra y
acordeón en la exposición de algunos de los temas, especialmente
lograda en Casimiro.
El mencionado Libertango (para el que Giménez eligió una sonoridad de dudoso gusto con su pedalera) puso el cierre a la satisfacción de un público entregado a un cuarteto que se ganó el aplauso tanto por luchar contra las circunstancias acústicas como por la entidad de una propuesta con una infrecuente, por estos lares, vocación de proyecto. Que vaya a más.
El mencionado Libertango (para el que Giménez eligió una sonoridad de dudoso gusto con su pedalera) puso el cierre a la satisfacción de un público entregado a un cuarteto que se ganó el aplauso tanto por luchar contra las circunstancias acústicas como por la entidad de una propuesta con una infrecuente, por estos lares, vocación de proyecto. Que vaya a más.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
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