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martes, abril 16, 2013

Ernst Reijseger, Harmen Fraanje, Mola Sylla - "Down deep"


Sobre el escenario se precisa la desinhibición más absoluta. Lo pensaba hace unos días viendo una obra de teatro. Sólo si el escenario es un espacio natural para el actor (músico), si en él se puede ser el mismo que hace inconfesables muecas frente al espejo de casa con la tranquilidad de sentirse a salvo de miradas ajenas, si en él siente uno expandir su cuerpo en vez de contraerse por la tensión, sólo entonces se puede hacer una música de vuelo tan libre como a la que dan vida Reijseger, Fraanje y Sylla.

Hay una foto en el interior del libreto de este Down deep en la que los tres músicos miran a cámara y gritan. Reijseger, con la boca bien abierta, tensas las comisuras de los labios hasta sus máximos extremos, como si fuera un niño pequeño que estalla en el sollozo de una pataleta. El gesto de Sylla es semejante, pero en su mirada se percibe un brillo de locura y provocación. Fraanje, por su parte, apenas abre la boca y agarra con una mano el hombro izquierdo de Sylla. ¿Casualidad que su gesto, mucho más comedido, sea el del más joven de los tres?


Ernst Reijseger es uno de esos locos maravillosos y ejemplares músicos de la improvisación europea, que en Holanda tienen un característico humor que comulga sin complejos con los lenguajes más abiertos y experimentales (esos que tanto asustan). Reijseger ha ido desarrollando una carrera en el que a la vertiente más jazzística y libre improvisadora (Clusone 3, ICP Orchestra, Louis Sclavis…) suma una relación muy particular con diversos folclores, como demostró, por ejemplo, en el asombroso Colla Voche (junto a los sardos Tenore e Concurdu de Orosei); también otras facetas, como la de compositor de música para películas de Werner Herzog (obviamente, no hablamos de música cinematográfica al uso; tampoco el cine de Herzog lo es). Reijseger es un improvisador total, a la par que un músico que vive una relación con su instrumento tan natural que le permite, si es preciso, manejarlo sin complejos como una guitarra, además de cantar (o algo similar), aullar y lo que haga falta. No guarda las formas, no imposta, simplemente es, y el chelo baila en sus manos como un excelso bailarín de salsa haría balancearse entre sus brazos a la pareja de baile.

El holandés Reijseger y el senegalés Mola Sylla ya se habían reunido de antemano en un proyecto conjunto en 2003 (Janna, junto al percusionista Serigne C.M. Gueye) y coincidido en varios grupos desde finales de los 80. Es en 2007 cuando el pianista Harmen Fraanje les sugiere la reunión y 2012 el año de la grabación. Antes, Fraanje y Reijseger ya habían grabado juntos en un disco de 2004 del trompetista Eric Vloeimans, y el pianista había sido uno de los instrumentistas (organista, además de pianista) en la música de la película La cueva de los sueños olvidados, de Herzog, un fascinante viaje al interior de la cueva rupestre de Chauvet (Francia).

Sólo hay improbables cuando la mentalidad está sellada como una ostra. Sólo puede resultar inconcebible tal unión de instrumentos y talentos si se entiende la música como un compartimento estanco. Y la reunión de este trío es lo más natural del mundo, así se comprende al escucharlo. No hay empaste de lenguajes, sino la hibridación lógica de tres expresiones individuales que conjuntamente han logrado un trabajo que emociona profundamente (ahí, deep down) y que no hace concesión alguna al africanismo comercial de world music. Hay recitados como hay gritos, y hay una voz que estalla salvajemente en Amerigo, la increíble versión que hacen del original del flautista Magic Malik. Aparentemente el tema se desarrolla bajo los fundamentos de un lenguaje de minimalismo instrumental al uso con la incesante repetición de una serie de arpegios. Sobre ellos, la invocación casi ritual de las percusiones aéreas de Sylla y el solo de Reijseger. Hasta que… ¡bum! Bien avanzada la música, Mola Sylla prende la mecha y dinamita todo control canónico de la voz. La belleza bruta expresa lo más hondo y ese vendaval vocal le deja a uno sin aire.

Amerigo
es la única versión del disco junto a E lucevan le stelle (de la ópera Tosca, de Giacomo Puccini), un inciso operístico que asoma improbable en el chelo de Ernst Reijseger después de un inicio abstracto con el piano de Fraanje disociado, en su fraseo jazzístico, del juego con los armónicos en el frotar del arco de Reijseger (característica sonoridad cinematográfica del chelista) y de los efectos selváticos de Sylla.

El disco tiene altibajos, no tanto por demérito de los valles como por altura de los picos. Es difícil seguir después de la congoja que produce Amerigo, aunque el aparente estatismo de Shaped by the tide (con el tempo determinado por el pulsar de la mbira y un golpeo constante cuyo origen no logro determinar –quizá Sylla percuta el suelo con los pies-) serena las emociones y permite que Reijseger frasee con cierta placidez una especie de espiritual luminoso que va atardeciendo en su declive. El chelista establece un estupendo groove, con el chelo a modo de contrabajo, en Hemisacraal, territorio para el recitado de Mola Sylla bajo el que el propio Reijseger canturrea y retuerce su voz (como si de una línea de direccionalidad armónica más se tratara), mientras Fraanje lo mismo complementa el pulso del chelista que va desplegando su solo sobre éste o apunta maneras de elegante nocturno de Chopin.

En parecidos terrenos a los de Shaped by the tide se mueve Ana, con la mbira hipnotizando mediante un patrón constante. Sylla canta mientras Fraanje determina una atmósfera etérea que, junto al pulso de la mbira, libera a Reijseger para entrar y salir de la base. El inicial Elena es un precioso, emotivo y delicado vals somnoliento en el que Fraanje disfruta de espacio para sus particulares (y siempre contenidas) digresiones, mientras M´br es lo más parecido a un blues del desierto en el que lo interesante, además del efecto hipnótico de la repetición, es la forma en la que Reijseger y Fraanje juegan con ella. Eso sí, el contraste más radical lo proporciona Down deep, cuya percusión inicial bien pudiera ser un zapateado flamenco al que sigue un enloquecido “rapeo” de Sylla, antes de clausurar con Her eyes, una sencilla melodía casi infantil que repiten y repiten a modo de canción de cuna. Y es que la música del trío, en su compleja expresión de sencillez, puede hacer a los melómanos tan felices como una nana a un niño.

© Carlos Pérez Cruz
 
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

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