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lunes, marzo 18, 2013

Jazz embalsamado

Al ser embalsamado, el cuerpo del difunto permanece invariable por los tiempos de los tiempos. Se detiene la degradación, se procura sortear el olvido de la memoria y se le proporciona un barniz de brillantez que iguala los matices.

Ha muerto Hugo Chávez y sus acólitos promueven su embalsamamiento. Allá ellos. Incluso los más ilustres tienen derecho al olvido. Si algún día a alguien se le ocurriera hacer lo mismo con mi cuerpo, por favor, quémenme antes de verme expuesto como el toro y la flamenca sobre el televisor. Queden las obras y los recuerdos de uno en quien quiera recordar, pero ayúdenme a olvidarme de mí.

Aunque la RAE no acoja tal posibilidad, no sólo lo corpóreo puede ser embalsamado. También la música. Un arte tan inaprensible como éste, fugaz y sensorial, puede ser sometido a taxidermia. Parece imposible, pero a las frecuencias en el aire se les puede aplicar el barniz de la congelación hasta convertirlas en sólidos bloques de cemento dignos de ser admirados en un museo. Algo parecido al embalsamamiento de sus esencias sucede con el jazz en España. No sé si es la excepción, pero en pocos lugares de Europa se observa tal admiración de su pasado (glorioso y no tanto) e ignorancia de su presente. Si uno echa un vistazo a las redes sociales, quienes se declaran públicamente aficionados al jazz giran mayoritariamente en un bucle espacio-temporal muy concreto, alrededor de figuras ya difuntas (por fortuna, no conozco casos de cuerpos de jazzistas embalsamados). Los gustos personales son sagrados, pero las circunstancias que los conforman son, al menos, opinables.

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