Los tiempos que corren lo hacen de veras. Al menos corren frenéticos los usuarios del espacio / tiempo que van de un lado para otro desorientados, llenando huecos a toda velocidad. La música no es inmune a este frenesí; es más, lo padece. Para tiempos tan caóticos, música sin freno. Da igual cómo y dónde. Música por un tubo por el que bajarla a chorro de no sé sabe muy bien dónde. Del espacio exterior, que es de donde parece que viene todo aquello que llega de internet. ¡Ya! ¡¡Rápido!! No me gusta, otra cosa. Pero, ¡si no la has escuchado! ¿Escuchar? A lo sumo oír... ¡más!
Admítaseme este preámbulo (lamento) para dejar constancia de que la música que aquí me ocupa no es música para nuestro tiempo. Sí lo es de nuestro tiempo pero no para aquellos que mayoritariamente lo entienden como un tiempo banal, como un tiempo al que una cosa le sigue otra y otra y otra. Da igual qué, para eso se inventó el icono de 'avanzar pista', ese con el que zapean los que niegan valor hoy en día a la idea de un disco completo (claro, su música no lo vale, lo malo es que arrasen con el resto en su deriva). Para ellos carece de sentido esperar que las cosas se asienten, que la relación se establezca para llegar a algún puerto. O a un ático, en el caso de este dúo entre Savina Yannatou y Barry Guy.
El valor del disco en su soporte físico depende no sólo de la música en él grabada sino de la presentación y contenido del envoltorio. Los discos de Maya Recordings son cuidadas ediciones que, en el caso de Attikos, nos permite sentir la textura de la pintura de portada del irlandés Stephen Vaughan (Aeon, su obra de 2006) así como entender mediante las palabras de Barry Guy impresas en el libreto la idea de un concierto que tuvo lugar el 27 de mayo de 2010 en el Bimhuis de Amsterdam y que ahora es disco. Barry, apasionado de la arquitectura, parte su reflexión de una idea constructiva de los arquitectos Ilya y Emilia Kabakov: un espacio operístico vertical de varias plantas. En cada planta se tocan diferentes músicas. El público asciende por una escalera espiral hasta alcanzar un ático en el que el espectáculo finaliza. En ese ascenso el espectador pasa por diferentes estados afectados por los colores de la techumbre y los sonidos de cada piso. Una ascensión que encuentra cierto paralelismo con lo que pudieron experimentar tanto Savina y Barry como el público el día del concierto.
Puedo llegar a percibir Attikos como el espacio sonoro sentido en ascensión espiral que propone Barry pero no es menos cierto que mi percepción de esta música es menos unidireccional, es más juguetona, asciende y desciende para volver a ascender, como si Savina y Barry fueran dos niños que juegan a mostrar y a esconder; chiquillos insolentes que corretean escaleras arriba y abajo. Al fin y al cabo improvisar desde la nada es un juego. Un juego de creación, de construcción musical con tan pocas herramientas en su caso (voz y contrabajo) que produce vértigo incluso desde los cimientos. Sin embargo, cuando el concierto llega a su fin (al Attikos) uno olvida los escasos pilares que sostienen semejante monumento y se deja caer por la espiral para volver a ascender tantas veces como quiera, que no se cansa uno de escucharles jugar.
Entusiasma comprobar que dos personas de bagajes e idiomas tan diferentes se atrevan a dialogar del modo en que ellos lo hacen frente al público. De las ocho plantas de Attikos tres se cimentan a partir de planos previamente compuestos (al menos indicativos). Savina Yannatou aporta de su repertorio Sumiglia, una canción tradicional de la isla de Córcega que dio título a uno de sus discos ECM con Primavera en Salonico así como Nani nani, uno de los muchos tradicionales sefardíes que ha grabado la ateniense. Él The ancients, composición que trabajaba por aquel entonces con el pianista Agustí Fernández. Sumiglia remansa la tormenta sonora del tanteo inicial en el First Sky con una preciosa revisión que ella interpreta de manera medianamente ortodoxa y Barry Guy acompaña de forma ejemplar con preciosas líneas melódicas (¡qué calidez en su sonido!). Estremecido como se queda el corazón después de la maravilla, Savina sube un escalón hacia el Second Sky y rompe su voz en mil sonidos, pía, borbotea, declama de forma inverosímil en un idioma indescifrable y fragmentario hasta que declina para que Barry dibuje con el arco sobre las cuerdas de su contrabajo la acogedora atmósfera palaciega de The ancients. Con ella envuelve las frases más lineales de Savina hasta que sus voces se cruzan en un flirteo eléctrico que Barry descarga hacia su remanso inicial. Ya habrá tiempo en el Third Sky y Fourth Sky para romper tempos, percutir el contrabajo y dejar que Savina vaya y venga sobre todo ello en un diálogo de expresiones que contienen la reacción, más que de preguntas y respuestas. Entre medias Nani nani asoma al final de una larga improvisación. La nana en voz de Savina va penetrando en el subconsciente nervioso de Barry que sucumbe al final a la placidez del sueño. Arriba espera el Attikos, explosión de júbilo, culminación alocada y eufórica del edificio obra de dos desacomplejados arquitectos sonoros.
Nada tan aparentemente anacrónico como un disco que reclame atención de principio a fin (de abajo a arriba en este caso); nada tan demodé como dar a la música su tiempo de maduración y digestión. Nada tan necesario como que tipos como Savina Yannatou y Barry Guy puedan seguir explorando los límites de la comunicación humana y de la arquitectura sonora musical.
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Publicado originalmente aquí.
Puedes escuchar las entrevistas con Savina Yannatou y Barry Guy emitidas en el Club de Jazz con fecha 22 de diciembre de 2010, también en su versión original en inglés.
Admítaseme este preámbulo (lamento) para dejar constancia de que la música que aquí me ocupa no es música para nuestro tiempo. Sí lo es de nuestro tiempo pero no para aquellos que mayoritariamente lo entienden como un tiempo banal, como un tiempo al que una cosa le sigue otra y otra y otra. Da igual qué, para eso se inventó el icono de 'avanzar pista', ese con el que zapean los que niegan valor hoy en día a la idea de un disco completo (claro, su música no lo vale, lo malo es que arrasen con el resto en su deriva). Para ellos carece de sentido esperar que las cosas se asienten, que la relación se establezca para llegar a algún puerto. O a un ático, en el caso de este dúo entre Savina Yannatou y Barry Guy.
El valor del disco en su soporte físico depende no sólo de la música en él grabada sino de la presentación y contenido del envoltorio. Los discos de Maya Recordings son cuidadas ediciones que, en el caso de Attikos, nos permite sentir la textura de la pintura de portada del irlandés Stephen Vaughan (Aeon, su obra de 2006) así como entender mediante las palabras de Barry Guy impresas en el libreto la idea de un concierto que tuvo lugar el 27 de mayo de 2010 en el Bimhuis de Amsterdam y que ahora es disco. Barry, apasionado de la arquitectura, parte su reflexión de una idea constructiva de los arquitectos Ilya y Emilia Kabakov: un espacio operístico vertical de varias plantas. En cada planta se tocan diferentes músicas. El público asciende por una escalera espiral hasta alcanzar un ático en el que el espectáculo finaliza. En ese ascenso el espectador pasa por diferentes estados afectados por los colores de la techumbre y los sonidos de cada piso. Una ascensión que encuentra cierto paralelismo con lo que pudieron experimentar tanto Savina y Barry como el público el día del concierto.
Puedo llegar a percibir Attikos como el espacio sonoro sentido en ascensión espiral que propone Barry pero no es menos cierto que mi percepción de esta música es menos unidireccional, es más juguetona, asciende y desciende para volver a ascender, como si Savina y Barry fueran dos niños que juegan a mostrar y a esconder; chiquillos insolentes que corretean escaleras arriba y abajo. Al fin y al cabo improvisar desde la nada es un juego. Un juego de creación, de construcción musical con tan pocas herramientas en su caso (voz y contrabajo) que produce vértigo incluso desde los cimientos. Sin embargo, cuando el concierto llega a su fin (al Attikos) uno olvida los escasos pilares que sostienen semejante monumento y se deja caer por la espiral para volver a ascender tantas veces como quiera, que no se cansa uno de escucharles jugar.
Entusiasma comprobar que dos personas de bagajes e idiomas tan diferentes se atrevan a dialogar del modo en que ellos lo hacen frente al público. De las ocho plantas de Attikos tres se cimentan a partir de planos previamente compuestos (al menos indicativos). Savina Yannatou aporta de su repertorio Sumiglia, una canción tradicional de la isla de Córcega que dio título a uno de sus discos ECM con Primavera en Salonico así como Nani nani, uno de los muchos tradicionales sefardíes que ha grabado la ateniense. Él The ancients, composición que trabajaba por aquel entonces con el pianista Agustí Fernández. Sumiglia remansa la tormenta sonora del tanteo inicial en el First Sky con una preciosa revisión que ella interpreta de manera medianamente ortodoxa y Barry Guy acompaña de forma ejemplar con preciosas líneas melódicas (¡qué calidez en su sonido!). Estremecido como se queda el corazón después de la maravilla, Savina sube un escalón hacia el Second Sky y rompe su voz en mil sonidos, pía, borbotea, declama de forma inverosímil en un idioma indescifrable y fragmentario hasta que declina para que Barry dibuje con el arco sobre las cuerdas de su contrabajo la acogedora atmósfera palaciega de The ancients. Con ella envuelve las frases más lineales de Savina hasta que sus voces se cruzan en un flirteo eléctrico que Barry descarga hacia su remanso inicial. Ya habrá tiempo en el Third Sky y Fourth Sky para romper tempos, percutir el contrabajo y dejar que Savina vaya y venga sobre todo ello en un diálogo de expresiones que contienen la reacción, más que de preguntas y respuestas. Entre medias Nani nani asoma al final de una larga improvisación. La nana en voz de Savina va penetrando en el subconsciente nervioso de Barry que sucumbe al final a la placidez del sueño. Arriba espera el Attikos, explosión de júbilo, culminación alocada y eufórica del edificio obra de dos desacomplejados arquitectos sonoros.
Nada tan aparentemente anacrónico como un disco que reclame atención de principio a fin (de abajo a arriba en este caso); nada tan demodé como dar a la música su tiempo de maduración y digestión. Nada tan necesario como que tipos como Savina Yannatou y Barry Guy puedan seguir explorando los límites de la comunicación humana y de la arquitectura sonora musical.
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Publicado originalmente aquí.
Puedes escuchar las entrevistas con Savina Yannatou y Barry Guy emitidas en el Club de Jazz con fecha 22 de diciembre de 2010, también en su versión original en inglés.
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