Insólito: Raro, extraño, desacostumbrado según la Real Academia Española de la Lengua. Es raro que hoy en día alguna propuesta musical con soporte público muestre músicas que se salgan de lo ya masticado por las bocas que conforman la masa social. Es extraño que algún ayuntamiento apueste por ello y es probable que el Ayuntamiento de Burgos haya promovido este Festival de Intérpretes e Instrumentos Insólitos, con la dirección artística del violinista Diego Galaz, por una cuestión coyuntural: la ciudad aspira a la Capitalidad Europea de la Cultura en 2016 y hay que llenar de contenidos la memoria. Esperemos que la apuesta no llegue sólo hasta donde lo haga la candidatura. Desacostumbrados los paladares más exigentes a actividades que les inciten a viajar por tierras ibéricas (raras excepciones) no podía dejar uno escapar la oportunidad de asistir al estreno de la nueva maravillosa genialidad del insólito Germán Díaz.
Hay un gesto muy común para expresar que algo te ha llegado al corazón que consiste en llevarse la mano al pecho y golpear repetidamente allí donde sentimos que se haya oculto nuestro órgano vital. Gesto común que, sin embargo, constituye la expresión de algo que muy pocas personas, acciones o actividades despiertan en nosotros: la emoción. Germán tiene no sólo la habilidad de despertar emociones dormidas sino que además a veces llega a paralizarnos el pulso con la delicadeza emocional que expresa mediante sus instrumentos de manivela. Claro que para llevar a cabo su Método Cardiofónico necesita que éste no se detenga ya que la música ha encontrado un aliado insólito en los latidos de corazón grabados en vinilo por el doctor Iriarte, allá por los años cuarenta, con los que documentó diversas lesiones valvulares y que Germán utiliza ahora como bajo rítmico. Así la mayor parte de esta nueva propuesta del zanfonista parte del sonido (manipulado rítmicamente) de los latidos sobre los que va interpretando ya sea la caja de música (con la Nana 0013 comenzó su actuación) o la zanfona (caso, por ejemplo, del acongojante L´enfant perdu). Además el chisporroteo del vinilo le da a la música un punto de extrañeza y antigüedad que envuelve el ya de por sí evocador sonido de sus instrumentos.
La rareza en música no es a veces más que un artificio con el que llamar la atención en un mundo cada vez más dado a la pirueta del absurdo intrascendente. Se podría pensar que la utilización de sonidos cardiacos no es más que una anécdota que así como se nombra se olvida. Nada hay de ello en la música de Germán. Simplemente con escuchar cómo late el corazón en el tango Letre pour Beatrice uno es plenamente consciente de que hay un sentido musical brutal en lo que hace Díaz que demuestra que, al igual que otros son capaces de escuchar música en los sonidos de una puerta (Ramón López y su Swinging with doors), él es capaz de detectar una piedra por pulir en un disco de registro médico. Es la honestidad la que valida propuestas que pueden resultar excéntricas nominalmente y cuando uno se sumerge en el mundo (híper)creativo de Germán Díaz lo hace en la magia, porque mágicos suenan los instrumentos que maneja. Pero la magia no puede durar durante una larga sesión como la que ofreció en Burgos si detrás de ella no hay la genial capacidad de creación e improvisación de Díaz (y trabajo, ¡mucho trabajo!). Toca la zanfona como si de un guitarrista eléctrico se tratara, desliza sus dedos por el teclado con una ligereza asombrosa (por ejemplo en el enrevesado Africa del guitarrista Antonio Bravo), pellizca las cuerdas como lo haría un pianista experimental y, además, utiliza la tecnología como un medio que le permite crear capas atmosféricas o rítmicas sobre las que ir dibujando melodías, ya que él es su propia orquesta. Nunca unos loops (grabados sobre la marcha) tuvieron tanto sentido musical como el que le da el zanfonista quien, además, con un bis titulado Nimboestrato (certera explicación musical de la apatía que despierta en servidor este tipo de nubes por la insulsa e invariable luminosidad que generan) sorprendió con un solo de sierra musical (sonido de película de marcianos de 'Serie B') sobre caja de música. Antes, eso sí, cerró concierto con una sobrecogedora versión de la banda sonora de La eternidad y un día (música, ya de por sí emocionante, de Eleni Karaindrou para la película de Theo Angelopoulos) de la que rescató su esencia atmosférica y melódica (la zanfona fue básicamente un pequeño laúd que trató mediante pizzicatos que jugaron con el contrapunto de la caja de música) para construir una nueva variación que sumar a las del original. Sin tiempo para digerir tanta belleza distendió el ambiente con una circense versión de La Topolino Amaranto de Paolo Conte para órgano de barbaria y zanfona (¡toma solo heavy!).
Nunca, en todas las ocasiones en que he escuchado en concierto a Germán Díaz, he quedado indiferente. Y eso, en este momento de dictadura de la indiferencia (Josep Ramoneda dixit), es ¡insólito! Derribar la indiferencia provocando desde el ingenio creativo es hoy un ejercicio de radicalismo tan necesario (y tan raro) que conviene no perder de vista la luz de un tipo tan radicalmente necesario para la música como Germán Díaz.
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Publicado originalmente aquí.
Hay un gesto muy común para expresar que algo te ha llegado al corazón que consiste en llevarse la mano al pecho y golpear repetidamente allí donde sentimos que se haya oculto nuestro órgano vital. Gesto común que, sin embargo, constituye la expresión de algo que muy pocas personas, acciones o actividades despiertan en nosotros: la emoción. Germán tiene no sólo la habilidad de despertar emociones dormidas sino que además a veces llega a paralizarnos el pulso con la delicadeza emocional que expresa mediante sus instrumentos de manivela. Claro que para llevar a cabo su Método Cardiofónico necesita que éste no se detenga ya que la música ha encontrado un aliado insólito en los latidos de corazón grabados en vinilo por el doctor Iriarte, allá por los años cuarenta, con los que documentó diversas lesiones valvulares y que Germán utiliza ahora como bajo rítmico. Así la mayor parte de esta nueva propuesta del zanfonista parte del sonido (manipulado rítmicamente) de los latidos sobre los que va interpretando ya sea la caja de música (con la Nana 0013 comenzó su actuación) o la zanfona (caso, por ejemplo, del acongojante L´enfant perdu). Además el chisporroteo del vinilo le da a la música un punto de extrañeza y antigüedad que envuelve el ya de por sí evocador sonido de sus instrumentos.
La rareza en música no es a veces más que un artificio con el que llamar la atención en un mundo cada vez más dado a la pirueta del absurdo intrascendente. Se podría pensar que la utilización de sonidos cardiacos no es más que una anécdota que así como se nombra se olvida. Nada hay de ello en la música de Germán. Simplemente con escuchar cómo late el corazón en el tango Letre pour Beatrice uno es plenamente consciente de que hay un sentido musical brutal en lo que hace Díaz que demuestra que, al igual que otros son capaces de escuchar música en los sonidos de una puerta (Ramón López y su Swinging with doors), él es capaz de detectar una piedra por pulir en un disco de registro médico. Es la honestidad la que valida propuestas que pueden resultar excéntricas nominalmente y cuando uno se sumerge en el mundo (híper)creativo de Germán Díaz lo hace en la magia, porque mágicos suenan los instrumentos que maneja. Pero la magia no puede durar durante una larga sesión como la que ofreció en Burgos si detrás de ella no hay la genial capacidad de creación e improvisación de Díaz (y trabajo, ¡mucho trabajo!). Toca la zanfona como si de un guitarrista eléctrico se tratara, desliza sus dedos por el teclado con una ligereza asombrosa (por ejemplo en el enrevesado Africa del guitarrista Antonio Bravo), pellizca las cuerdas como lo haría un pianista experimental y, además, utiliza la tecnología como un medio que le permite crear capas atmosféricas o rítmicas sobre las que ir dibujando melodías, ya que él es su propia orquesta. Nunca unos loops (grabados sobre la marcha) tuvieron tanto sentido musical como el que le da el zanfonista quien, además, con un bis titulado Nimboestrato (certera explicación musical de la apatía que despierta en servidor este tipo de nubes por la insulsa e invariable luminosidad que generan) sorprendió con un solo de sierra musical (sonido de película de marcianos de 'Serie B') sobre caja de música. Antes, eso sí, cerró concierto con una sobrecogedora versión de la banda sonora de La eternidad y un día (música, ya de por sí emocionante, de Eleni Karaindrou para la película de Theo Angelopoulos) de la que rescató su esencia atmosférica y melódica (la zanfona fue básicamente un pequeño laúd que trató mediante pizzicatos que jugaron con el contrapunto de la caja de música) para construir una nueva variación que sumar a las del original. Sin tiempo para digerir tanta belleza distendió el ambiente con una circense versión de La Topolino Amaranto de Paolo Conte para órgano de barbaria y zanfona (¡toma solo heavy!).
Nunca, en todas las ocasiones en que he escuchado en concierto a Germán Díaz, he quedado indiferente. Y eso, en este momento de dictadura de la indiferencia (Josep Ramoneda dixit), es ¡insólito! Derribar la indiferencia provocando desde el ingenio creativo es hoy un ejercicio de radicalismo tan necesario (y tan raro) que conviene no perder de vista la luz de un tipo tan radicalmente necesario para la música como Germán Díaz.
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Publicado originalmente aquí.
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