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lunes, marzo 02, 2009

La espectadora

Carmen fue la primera en entrar en la sala. Ocupó, como de costumbre, uno de los asientos laterales, lado izquierdo. A la mayoría de espectadores le gusta ocupar los asientos centrales de mitad de la sala hacia atrás porque suponen que son los mejores para ver una película. A ella le gusta verlas y sentir que forma parte de ellas, por eso necesita estar lo más alejada posible del resto de personas, para que no le hagan consciente de que, en realidad, está en una sala de cine y no en la historia. Por eso cuando una pareja de hombres se situó justo detrás de ella se inquietó y no dudó en levantarse y cambiar de asiento. Recogió sus cosas y se situó en la misma fila pero en la butaca situada en el extremo opuesto. Aprovechó para echar un vistazo a la revista que había cogido en la taquilla del cine y leer algo sobre los estrenos del mes. De pronto su atención se distrajo cuando empezó a escuchar con total claridad una historia relacionada con no sé qué herencia y follones de familia. Se giró y contempló a dos señoras de unos sesenta años que mantenían una animada conversación. Estaban sentadas dos filas más atrás de la suya, centradas, pero podía escucharlas sin ningún problema. Se alertó. Por experiencia sabía predecir, con buen porcentaje de acierto, el comportamiento de los espectadores durante la proyección y esas mujeres tenían un elevado potencial de parloteo. Pensó en volver a cambiar de butaca pero se reprimió con aquello de que todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario. Las dos mujeres, mientras tanto, habían cambiado de tema. Por lo visto una de ellas había decidido devolver la falda que había comprado el día anterior en las rebajas. No es que no le gustara, es que no le convencía. Carmen prosiguió la lectura de la revista cinematográfica.

En los minutos siguientes hicieron entrada en la sala, por orden, un hombre de aspecto abatido que se situó en la última fila entre el centro y el extremo derecho, un señor de unos cuarenta años con gesto circunspecto que se sentó en la fila de las mujeres de la herencia y la falda a tres plazas de distancia a su izquierda y una señora muy puesta y arreglada que se situó en la fila de delante de Carmen muy próxima a su posición. Las luces de la sala se apagaron. En pantalla la empresa propietaria de los cines se anunció como el paradigma del ocio. A Carmen esto le resultó absurdo ya que, se interrogaba, para qué se anunciaba la empresa ante aquellos que ya estaban haciendo uso de ella y sabían lo que esta podía ofrecerles. Películas. Le molestó más, sin embargo, que en el anuncio salieran unos espectadores que reían y hacían comentarios mientras señalaban con sus manos hacia la pantalla. Después siguieron tres anuncios de alguna ONG que pedían dinero para causas como el hambre o la exclusión social, uno de una caja de ahorros que a través de su fundación presumía de estar conservando, junto con el gobierno, un parque natural lo que, por lo visto, era su lado humano y tres trailers de películas de la misma productora de la película por la que Carmen había pagado la entrada. Quince minutos después de la hora anunciada se inició la proyección.

Cuando los primeros títulos de crédito aparecieron proyectados en pantalla Carmen vio que aparecían un tanto borrosos. ¡Mierda! exclamó su cerebro. Ya estamos. Otra vez no han enfocado la película. Salió corriendo de la sala y buscó a algún responsable que pudiera solventar el problema. Vio a un joven, de reciente pasado adolescente, que vestía con la camiseta identificativa de los trabajadores del cine y le puso en conocimiento del inconveniente. Ahora mismo me paso, le contestó. Carmen volvió a la sala. En el momento de su entrada adivinó el nombre del director en pantalla. Y se inició la acción. La primera secuencia se desarrollaba en el interior de una casa. Las mujeres situadas en los asientos centrales dos filas detrás de la de Carmen se asombraron al contemplar el lujoso escenario. Qué bonito, decían, fíjate en esos muebles de diseño, anda que no tienen que costar. Carmen se giró de inmediato hacia ellas que, a su pesar, no fueron conscientes de la mirada reprensora. Y qué jarrón, sentenció una de ellas. El hombre de aspecto circunspecto carraspeó notoriamente y ellas le ofrecieron un caramelo. Lo rechazó incrédulo. La puerta de la sala se abrió y Carmen vio cómo el joven de reciente pasado adolescente con la camiseta identificativa de los trabajadores del cine se asomaba durante unos instantes y se retiraba. Carmen supuso que unos segundos después vería cómo la imagen se ajustaba hasta quedar enfocada pero pasaron tres o cuatro minutos y aquello no mejoraba. Los cuerpos se percibían entre una ligera bruma, la fotografía no era la aclamada por los críticos y los primeros planos delataban la falta de detalle. Nerviosa se levantó del asiento y volvió a salir. Miró hacia un lado, luego al otro y nada. Hasta que vio al joven de reciente adolescencia salir del servicio hurgándose el agujero derecho de la nariz. Cuando el resultado de sus pesquisas iba camino de la boca Carmen le detuvo. Disculpe, dijo, la película de la sala cinco sigue desenfocada. Pues yo la he visto bien, acertó a responder él. ¿Cómo? Pero si se ve borroso, insistió Carmen. Pues yo la he visto bien, repitió de nuevo. Carmen utilizó una vez más su intuición. No había mucho que hacer. Si él la veía bien la veía bien y eso era indiscutible. La percepción de la realidad dependía en este caso del interés que se tuviera en ella. Desistió. Si seguía con esa conversación corría el riesgo de perder el hilo de la trama. Farfulló algo y volvió hacia la sala. Conforme entraba el hombre de aspecto abatido salía. Carmen pensó que menos mal que alguien más reaccionaba. Ella ya había hecho lo que tenía que hacer. Que peleara otro. Volvió a su sitio.

¡Ay! Ese abrigo es igualito al de... Carmen no llegó a descifrar el nombre de esa persona cuyo abrigo era igual que el de la protagonista en opinión de una de las dos mujeres situadas en los asientos centrales de dos filas más atrás. El hombre de aspecto circunspecto carraspeó otra vez. Sin tiempo de reaccionar impactó en su brazo derecho un caramelo. Acto seguido una voz de mujer alababa sus virtudes para aclarar la garganta adornadas por ese sabor a miel que lo hacía irresistible. Y lo siguiente que esa voz de mujer pronunció fue una queja por la mala educación del señor, ya que no le había dado las gracias.

Carmen, una vez hubo fulminado de nuevo con su mirada a las mujeres del caramelo de miel, cayó en la cuenta de que el hombre de rostro abatido ya había vuelto a la sala pero que la imagen seguía igual. Suspiró. Concéntrate, al menos intenta centrarte en la historia. Ya la verás en DVD si te gusta, se consoló. Y entonces disfrutó de unos instantes, quizá incluso un minuto, de verdadero silencio. Los únicos sonidos y conversaciones procedían de los altavoces Dolby Surround de la sala. Craujjjj crajjj crasszz fue lo siguiente que escuchó próximo a ella acompañado de un toma uno, es que están buenísimos. El hombre de aspecto circunspecto había cambiado ya de sitio pero sus antiguas vecinas no fueron conscientes de ello hasta que la pregunta ¿a que está bueno el caramelo? no recibió respuesta. Qué tipo más raro, pensaron en alto. Carmen siguió el ejemplo del hombre de aspecto circunspecto y decidió avanzar unas cuantas filas para ver si con la distancia dejaba de escuchar a las mujeres cuyo riesgo de parloteo había predicho con tanto acierto. Ahora la pantalla quedaba demasiado cerca pero era un sacrificio que estaba dispuesta a realizar para alcanzar cierto grado de concentración cinéfila.

Carmen escuchaba ahora algo más apagada la voz de las dos mujeres que, aún así, seguían taladrando su concentración con un continuo sonsonete. Trató de abstraerse y focalizar su atención en la película. Eso hizo que fuera consciente de que ¡la banda sonora suena como un coro de borrachos! Lo que me faltaba, está rallada. Cualquiera le explica al mocoso ese que Riiiiiingggg Riiiiiingggg Riiiiiingggg Riiiiiingggg. ¿Sí? Hola, estoy en el cine. Dime. Sí, sí. Bueno, no lo sé. Mira el precio porque si no ya lo cojo yo en la carnicería cuando vuelva a casa. ¿Cómo? Es que la película está muy alta. ¿Y usted qué mira? Nada, una mujer que se me ha quedado mirando. Una maleducada. Te dejo que parece que va a pasar algo interesante. Bueno, un poco aburrida. Adiós.

¡Y ahora la señora muy puesta y arreglada! Carmen se hundió en la butaca. Quizá así, con la cabeza situada por debajo del respaldo de la butaca Groooojjjjjjjj Friiiiiiizzzz Groooojjjjjjjj Friiiiiiizzzz Groooojjjjjjjj Friiiiiiizzzz. Carmen, abatida pero rabiosa, se asomó y miró hacia atrás. La sala estaba en penumbra, apenas podía distinguir de dónde procedía aquel sonido gutural que lo invadía todo. La luz de la proyección se intensificó y Carmen localizó la fuente sonora en el espacio ocupado por los dos hombres que se habían sentado detrás del que había sido su primer sitio. Uno de ellos cabeceaba mientras dormitaba y el otro le contemplaba sonriente. ¡Dios mío! ¡¡Es increíble!! ¡¡¡No me lo puedo creer!!! Carmen se levantó, caminó por el estrecho pasillo de su fila, cruzó la sala, contempló cómo el hombre de aspecto circunspecto negaba con la cabeza y avanzó hasta llegar donde se encontraban el durmiente y el sonriente. La escena discurrió de la siguiente manera. Carmen se dirigió al sonriente: Oiga, ¿podría despertar a su compañero para que deje de roncar? El sonriente, sin perder su sonrisa, respondió: Pero mujer, déjele echar una cabezadita, no sea así. Una de las dos señoras, sí, las del caramelo de miel, la admiración por el lujoso hogar de la película o los follones de la herencia, intermedió: ¡Qué susceptible! Por unos ronquiditos de nada. Carmen asumió la derrota y se retiró, no sin antes darle un leve empujón al durmiente que, desorientado, miró hacia su compañero sonriente, hizo una mueca resignada y volvió a dormirse. Ya me paso luego por la carnicería, no te preocupes, fueron las palabras con las que la señora muy puesta y arreglada recibió a Carmen al llegar esta a su sitio. Permaneció de pie unos segundos con mirada suplicante. ¡Siéntese! le espetó una de las mujeres de más atrás.

La sangre de Carmen bullía en sus venas como un vendaval que todo lo arrasa. Su cabeza era una olla a presión, ¿qué película era la que había ido a ver?. Pensó que era un buen momento para recuperar las enseñanzas de las clases de yoga. Trató de imaginar un espacio abierto, el trigo balanceándose al compás de un viento cálido y suave. ¿Qué tal si se dejaba caer sobre un colchón de agua? Qué sensación tan agradable, sentía cómo le arropaba Piroró piroró piroró po, piroró piroró piroró Pero ¡qué demonios pintaba Mozart en todo esto! Se incorporó de inmediato. El hombre de aspecto abatido atendía una llamada en su teléfono móvil. Sí, sigo en el cine. ¿Sí, sigo en el cine? Eso quiere decir que antes no había salido para... Y ahora, ¿por qué no sale? ¡¡Ya está bien!! Carmen compartió con el resto de la sala su desesperanza. ¡¡Ya no puede una ni ver una película en paz!! Desde el fondo de la sala le chistaron con convicción. El hombre de aspecto circunspecto seguía negando con la cabeza. El sonriente dejó de sonreír, el durmiente despertó desorientado y se quejó de que le perturbaran el sueño. Carmen no vio cómo un señor con una camiseta identificativa de los trabajadores del cine corría hacia ella que seguía quejándose amargamente. Tranquilícese señora o tendré que invitarle a salir de la sala. Pero, ¿cómo dice? La mujer muy puesta y arreglada terció. Eso, tranquilícese, que menuda tarde nos está dando. Carmen no pudo contenerse y caminó con paso impetuoso hacia ella. Cuando estaba a punto de abalanzarse el señor con la camiseta identificativa le cogió del brazo y la arrastró hacia la salida entre los gritos y aplausos de todos los espectadores, a excepción del hombre de aspecto circunspecto que seguía negando con la cabeza.

La sentencia del juicio, que tuvo lugar cinco años más tarde, definió el comportamiento de Carmen como “inadecuado, provocador y molesto” para el resto de espectadores que habían asistido a aquella proyección. Quienes allí habían estado aquella tarde, incluido el joven de reciente pasado adolescente, testificaron en su contra. Sólo el hombre de aspecto circunspecto negó cualquier acusación, aunque también negó que se llamara tal y como figuraba en su DNI. Carmen fue castigada con una multa de elevada cuantía y condenada también a no poder acudir a una sala de cine durante dos años, que fueron siete al haber tenido que acatar una prohibición preventiva durante los cinco años que tardó en celebrarse el juicio.

© Carlos Pérez Cruz

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me identifico con Carmen.
Patiko.

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