Decíamos ayer (es un decir): Exhaustos y agotados se retiran les parisiens ocasionales a dormir... (Risas). En efecto, hubo risas, pero no las nuestras sino las ajenas, las de quienes entienden que la hospitalidad es incorporarte a las costumbres del hogar aunque te cuesten un ojo del sueño y parte del otro. Cambiamos las sonrisas Erasmus por la displicencia del recepcionista afrancesado de la Plaza de la República (Oh República). Ni la fricción de las ruedas sobre el asfalto con in crescendo de sirenas de la nocturnidad parisina pudo con el agotador sinvivir (más bien sindormir) de las noches previas. Caímos como los gabachos en Bailén (pongan como se pongan).
París, ciudad de la luz, ciudad del amor. La luz protagonista de la Tour Eiffel. La dorada convertida en oro y diamantes para los fastos navideños. El resultado un tanto hortera, aunque no tanto como las fotografías de boda que varias parejas de orientales (lamento la pobre delimitación geográfica) se hacían frente a ella en el Campo de Marte. Carreras de encuentro entre ambos cónyuges para posado de pastel ante nuestra atónita y desternillada mirada. Faltaba la música de Love Story y unos cuantos palmeros con sonrisas de caramelo alrededor.
1 comentario:
Lo que me lleva a pensar... Barcelona siempre será mejor que París!
A falta de media hora para la ponencia, aún digo incoherencias de las mías! Que algo es algo.
Abracetes bajo la sombra fría, muy fría de un olivo.
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