Lejos de los focos mediáticos y de la exaltación pop(ular), existen mundos en los que habitan músicos asombrosos que hacen felices a quienes los escuchan. No tocan ante miles pero tocan las emociones más profundas de quienes los descubren. Uno de ellos es Germán Díaz, maestro de la zanfona, un instrumento de origen medieval (“una especie de violín mecanizado”) que, en sus manos, es tan actual como una pantalla de plasma. Claro que él, por no tener, no la tiene ni con culo. En su casa no hay tele.
Sin tele, pero con las estrellas perfectamente visibles por la noche,
Germán Díaz, que vive en el campo lucense sin apenas vecinos a la
redonda, encuentra sosiego e inspiración con “uno de los espectáculos
más democráticos y más insuperables de arte”: las nubes. El año pasado
organizó un Congreso Internacional de Observadores de Nubes que fue todo
un éxito. Por eso, que existan museos que acojan exposiciones en las
que llueve y no te mojas, le parece sintomático del tiempo que vivimos:
“Estamos tan alienados que no somos capaces de salir afuera a que nos
llueva”. Él sale, mira al cielo y compone pequeñas maravillas dedicadas a
cirros o nimboestratos, aunque todavía no –que yo sepa- a las mammatus,
nubes que evocan unas mamas y que descubro paseando con él (y no
mirando una aplicación de móvil que las emula…, que la hay).
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