Los humanos somos
tan zafios que hemos convertido un simbólico e inspirador acto
espiritual de purgación y renovación -la entrada de un nuevo año- en una
noche-vómito, en un vulgar e histérico macrobotellón cuyos deshechos
afean el despertar del neonato.
Después
de las uvas de rigor en el tránsito del 31 al 1 (empezar el año
poniendo a prueba la velocidad de ingestión es pura simbología del
exceso), di un paseo por Jaén. Cito la ciudad por ser fiel a los hechos,
si bien me temo que cualquier otra podría ocupar su lugar en este
texto. Por ejemplo, Sarajevo en pleno asedio bélico. Por lo visto
resulta muy divertido deflagrar todo tipo de ruidosas pirotecnias (noche
ideal para el asesinato; pasaría francamente desapercibido el tiroteo).
Por no resultar excesivamente tiquismiquis (voy a formar una secta con
Javier Marías), concederé a la excepcionalidad de la fecha la
posibilidad del estallido celebratorio, aunque estarán de acuerdo
conmigo (¡eso espero, pardiez!) en que una cosa es delimitar un lugar
donde poder llevar a cabo el festival de la pólvora y otra que uno deba
andar con el retrovisor puesto para evitar ser alcanzado (para mi
estupefacción, unos menores usaron una papelera como lanzadera de su
artefacto -con el riesgo de prendimiento que conlleva- que estalló justo
delante de un coche en circulación. ¿Quién se lo compró? ¿Quién los
educa? ¿Quién los vigilaba?). Por supuesto, ni qué decir tiene que
enfermos o ciudadanos que simplemente deseen y necesiten descansar, lo
tienen chungo. Máxime cuando hay quien prolonga su fervor deflagratorio
hasta la hora en que Europa bate palmas al ritmo de una marcha militar
(“Estas marchas se parecían entre sí como soldados. La mayoría de ellas
empezaban con un redoble de tambor". La Marcha Radetzky, de Joseph Roth).
1 comentario:
Con lo bien que se está en casa, charlando, en compañía de amigos y buena música...
Salud!!
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