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lunes, enero 07, 2013

El refugio de la belleza

Los humanos somos tan zafios que hemos convertido un simbólico e inspirador acto espiritual de purgación y renovación -la entrada de un nuevo año- en una noche-vómito, en un vulgar e histérico macrobotellón cuyos deshechos afean el despertar del neonato.

Después de las uvas de rigor en el tránsito del 31 al 1 (empezar el año poniendo a prueba la velocidad de ingestión es pura simbología del exceso), di un paseo por Jaén. Cito la ciudad por ser fiel a los hechos, si bien me temo que cualquier otra podría ocupar su lugar en este texto. Por ejemplo, Sarajevo en pleno asedio bélico. Por lo visto resulta muy divertido deflagrar todo tipo de ruidosas pirotecnias (noche ideal para el asesinato; pasaría francamente desapercibido el tiroteo). Por no resultar excesivamente tiquismiquis (voy a formar una secta con Javier Marías), concederé a la excepcionalidad de la fecha la posibilidad del estallido celebratorio, aunque estarán de acuerdo conmigo (¡eso espero, pardiez!) en que una cosa es delimitar un lugar donde poder llevar a cabo el festival de la pólvora y otra que uno deba andar con el retrovisor puesto para evitar ser alcanzado (para mi estupefacción, unos menores usaron una papelera como lanzadera de su artefacto -con el riesgo de prendimiento que conlleva- que estalló justo delante de un coche en circulación. ¿Quién se lo compró? ¿Quién los educa? ¿Quién los vigilaba?). Por supuesto, ni qué decir tiene que enfermos o ciudadanos que simplemente deseen y necesiten descansar, lo tienen chungo. Máxime cuando hay quien prolonga su fervor deflagratorio hasta la hora en que Europa bate palmas al ritmo de una marcha militar (“Estas marchas se parecían entre sí como soldados. La mayoría de ellas empezaban con un redoble de tambor". La Marcha Radetzky, de Joseph Roth).

1 comentario:

La Cueva Boreal dijo...

Con lo bien que se está en casa, charlando, en compañía de amigos y buena música...
Salud!!
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