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miércoles, enero 23, 2013

Precariedad



El objetivo vendría a ser convertir los aplausos en dinero contante y sonante para tirar hacia adelante. Soy consciente de que la imagen más amable es imaginar al artista como alguien ajeno a esas menudencias, a un ser que se eleva sobre las obligaciones cotidianas para hacernos más llevaderas las nuestras. Pero no, resulta que los creadores son igualmente ciudadanos con sus obligaciones y facturas, incluso con un plato por llenar.

La narración de la historia del jazz está llena de miserias y putrefacciones. Sin embargo, se lee más como si fuera narrativa de ficción que libro de historia. De esa manera, las vidas que bordean (o chapotean en) lo indigno son novelescas, no biográficas. Lamentablemente, bajo el halo místico se encuentra el fango: real y tangible como un plato de alubias.

Cada cierto tiempo nos llegan de Estados Unidos noticias de músicos que, a pesar de su leyenda y veteranía, se encuentran en la ruina o a punto de ser desahuciados. Todos conocemos las peculiaridades del sistema sanitario estadounidense (que se lo digan a Vic Chesnutt, que en paz descanse), y por eso uno entiende más si cabe la imprescindible lucha a cara de perro por mantener el nuestro lo más lejos posible de las garras privadas. Músicos de renombre, conocidos en todas partes del planeta por los aficionados al jazz, ven cómo su mundo se derrumba con la llegada de la enfermedad, a pesar de llevar décadas al servicio de nuestro paladar estético. Le pasó recientemente a Clark Terry y ahora le ha sucedido a Julian Priester (y a tantos otros antes y ahora). En Estados Unidos, enfermar es un lujo de ricos y ser jazzista no abre precisamente las puertas de Wall Street.


Julian Priester

El trombonista Julian Priester, de 77 años, sufre una enfermedad de riñón y necesita recibir trasplante. Los gastos asociados al tratamiento les llevaron a él y a su mujer a perder su vivienda y a almacenar sus pertenencias. La imposibilidad de afrontar los gastos de almacenaje pone en riesgo las pertenencias, que podrán ser subastadas si no consiguen pagar la deuda. Para alguien que lleva más de sesenta años entregado a la música y en cuyo currículo figuran desde Sun Ra a John Coltrane, pasando por Max Roach o Herbie Hancock, suena francamente injusto. Injusto o no, su realidad no es ni mucho menos una excepción (la lista es larga). Si en España ser jazzista a tiempo completo es vivir en precario y en negro, en Estados Unidos la realidad es parecida, con el agravante consabido de que acceder a determinados servicios sanitarios puede aniquilar de un plumazo seis décadas de vida profesional.

“Ninguno de los clubes de jazz en los que gastas tu dinero lo ingresa en el fondo de pensiones para los músicos que trabajan allí. Y yo les he dicho no, porque esa es la verdad”. Palabras del trompetista Jimmy Owens que uno recibe como un sopapo de realismo al entrar en la página web de ‘Justice for Jazz Artists’. Denuncian prácticas degradantes de clubes que forman parte de nuestro imaginario mítico, como el Village Vanguard o el Birdland neoyorquinos. Un fondo de pensiones que, imagino, le habría venido de perlas al trombonista dado que, al carecer de él, sus ingresos dependen fundamentalmente de los bolos y giras. Y claro, cuando se está a la espera de un riñón…

La historia de esta música está escrita con sangre, sudor y muchas lágrimas al final del camino. Y para secar las lágrimas, músicos como Terry o Priester se ven abocados a la caridad (que nada tiene que ver con la justicia). Gracias a las donaciones anónimas por internet, se pueden paliar situaciones extremas. Pero no parece de recibo que sesenta años de trabajo dependan del altruismo del personal. Estas soluciones no dejan de ser un parche en las costuras del sistema.


Sinouj

La fórmula de pequeñas donaciones por internet (el famoso crowfunding) se está imponiendo como vía de solución económica puntual para objetivos concretos. Si a Priester ser le ayuda a afrontar los gastos derivados de su estado de salud, a grupos como el madrileño Sinouj se les procura ayudar a hacer realidad un disco.  Mismas vías para objetivos cuyo grado de urgencia difiere pero que son síntoma de la precariedad general de la profesión. Aunque Pablo Hernández – saxofonista y líder del grupo – asegura que grabarán el disco se alcancen o no los 4500 € solicitados (con un solo sobre de los de Bárcenas estaba hecho), no todos los artistas podrían hacerlo sin asegurarse la financiación adecuada. Así vemos cómo nos llegan con bastante frecuencia correos o mensajes a través de las redes sociales que ruegan nuestra complicidad con proyectos de todo tipo y condición. Algunos salen, otros quedan en el camino. Resulta agotador, tanto para el emisor como para el receptor. Al artista, le obliga a estar en una campaña permanente que impida que su petición se pierda en el vasto océano de fugaces datos de nuestras pantallas; a los posibles donantes, se nos encoge un poquito el alma, como cuando retiramos la mirada del mendigo que nos suplica unas monedas en la puerta del supermercado. No se llega a todo.

Mientras se divaga en torno a la ‘Ley de mecenazgo’ (¿la habremos soñado?) y la inversión pública va en franco retroceso, todo queda a expensas de la microbondad. Que los éxitos en ese campo no nos hagan perder de vista los sonoros y mayoritarios fracasos. Muy mal hablan de nuestra actitud cívica las cifras que ha desvelado la pianista Irene Aranda de su experimento Yetzer. La tan cacareada cultura libre de internet deja clara sus consecuencias. Permitir, como ha hecho Irene, que su música se pueda descargar libremente (lo que exigen – elijo el verbo de forma consciente - con enorme vehemencia) y dejar el pago a la voluntad del descargante ofrece, en su caso, cifras concluyentes: desde mayo de 2012 (lanzamiento del disco) hasta el presente mes de enero de 2013, a 775 descargas del disco les han correspondido 27 donativos, un porcentaje del 3,5%. Aranda zanja la información con el siguiente comentario: “Desde aquí, mi más sincero agradecimiento. Recuerda que tu apoyo es importante para que la música siga viva”. Adivino la risa floja de Irene al escribirlo.


Portada de Yetzer de Irene Aranda

"La aventura que nos hace humanos para unos, o simple pérdida de tiempo para los que reclaman que todo sea manejable y brinde netos beneficios", escribía en un artículo titulado Sin filosofía Fernando Savater. De eso va la música (entre otras cosas), de hacernos y sentirnos humanos. Datos como los que ofrece la pianista jiennense estrangulan “la aventura que nos hace humanos” y se consagran al imperio de lo “manejable” (desde luego descargar la música con un solo clic es pura manejabilidad) y los “netos beneficios” (los de quien invierte cero en música y recibe TODO de ella, claro). Mientras todo se fíe a la caridad, la calidad de la música (y de la vida de los músicos) irá en retroceso. “Mientras avance la tecnología, nadie lamentará el retroceso del pensamiento”, sentencia Savater.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com 

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