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viernes, agosto 17, 2012

Dead Capo - "Sale"


Diez años son toda una vida. Las relaciones duran cuatro tweets y no resulta fácil perdurar en el paisaje tan polvoriento que nos rodea. En los diez años que han discurrido del inicial Díscolo al actual Sale, Dead Capo ha perdido en el camino al baterista Javier Gallego (hoy las baquetas están en manos de Santiago Rapallo) y ha incorporado de forma estable el saxo de Marcos Monge. La base de partida fue el trío de Javieres (Adán, Díez-Ena y Gallego), a la que adosaron varias colaboraciones para el disco y también para sus directos (en mi memoria queda el piano de Jorge Magaz o el propio Marcos Monge). Y la primera reflexión es ya no tanto por qué han tardado diez años en volver a grabar (con la excepción de un EP en 2010), sino cómo es posible que sigan aquí (casi) todos los que eran para poder contarlo.

Sale confirma las esencias de Díscolo. Incluso es más fiel al sonido Capo, si tenemos en cuenta que en aquel llegaron a contar con hasta ocho colaboraciones. Sin revestimientos dan de sí todo lo que son, que es mucho. Hay en Sale lo que se les supone: la integración natural de influencias y gustos estéticos tan diversos, sin necesidad de que unos prevalezcan sobre otros. La improvisación los atrae a los terrenos que aquí nos ocupan y, sin embargo, resultan más interesantes como arreglistas y como colectivo, abrazado siempre por la guitarra de Javier Adán.

En cada tema hay continuos puntos de inflexión. Sucede en su versión del Well you needn´t. Primero Adán (sólo le falta rapear tras su irrupción zorniana) y después Díez-Ena dan un giro a la música, en este último caso como preludio a la densa armonización de la melodía original de Monk que invoca una elegante (y algo cómica) sección de vientos de una big band (Monge duplica tenor y clarinete bajo por cortesía del estudio de grabación). Igualmente feliz es su revisión de la banda sonora de Vangelis para Blade Runner, donde la mítica melodía surfea frenética sobre el (intuyo) bajo eléctrico (no se especifica en la información del disco) y la batería. La gracia no está en que con ella hagan música surf, es que la hacen completamente suya (el sonido Capo del que antes hablaba; eso tan difícil). Y hay una tercera versión, la de la sintonía de Fat dog Mendoza (serie británica de animación de finales de los noventa), que después de revivir de forma fiel al original convierten en plataforma para cabalgar por los terrenos del rock más terroso y vibrante a lomos de la batería de Rapallo.

Jamás convencional, el cuarteto le da vuelta y media al swing monkiano en Monkatis revisited (de Monge y Adán), tema falsamente plácido, continua y enrevesadamente cambiante. Un motivo, que aparece como punto de referencia para abrir el solo de Monge (y que lo delimita por bloques de ocho compases), termina por crecer conjuntamente como poderoso riff, en el que resulta (en apariencia) el tema más convencional desde una perspectiva jazzística.

El arreglo de las voces es uno de los aciertos y señas de identidad de Dead Capo, con los continuos encuentros entre guitarra y saxo que, lógicamente, se distribuyen el peso melódico. La guitarra de Adán ejerce de segunda voz en temas como Polvoriento; entra y sale en ella en ese papel de continuo dinamizador de la música, que es playera en el Sunny García de Díez-Ena (como siempre enriquecida por mil pequeños detalles; motivos que segmentan la música o la hacen cambiar por un momento de rumbo sin por ello detener el natural fluir de la misma). No hay tema que permanezca sobre un pulso invariable de principio a fin, ni aunque éste viaje en el tren del constante backbeat de la batería (Blues Monka). Así hay espacio para terrenos de incertidumbre en temas tan firmemente roqueros como Carnaza o incluso de swing bailable en esa pequeña suite multi-estilística que es Cicatrizando el aire de Javier Díez-Ena.

No hay lugar para la melosidad en Dead Capo aunque Marcos Monge nos invite a bailar pegados en el final Sirope. Por fortuna, al engominado baile de salón demodé le asaltan unas arcadas rítmicas y la cosa crece hasta llegar al éxtasis, con el propio Monge en su estadio natural: el aullido libre. Eso sí, terminan por volver al redil del baile agarrado (con espasmos). Quizá porque el éxtasis airado estaba en la imaginación de unos músicos que en este país (casi siempre) están obligados a tocar para quien no quiere escuchar.

© Carlos Pérez Cruz
 
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com 

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