Empiezo por
adjetivar: asombroso, abrasivo, excesivo, abrumador, alucinante,
extremo, revolucionario, incendiario... ¡Ojo! No hablo de un disco.
Aunque ese parezca su aspecto se trata, en realidad, de una enciclopedia
cuyas entradas hablan en futuro, nunca en pasado. Si acaso el pasado
está ahí como un referente: las líneas básicas que el pintor trazó
sobre el
lienzo y que luego fue cubriendo capa a capa, hasta que
un día a alguien se le ocurrió mirar con tecnología láser y descubrir que,
debajo de todo ese histrionismo lumínico, se encontraban unas simples
líneas a modo de esbozo. Todo en Ghosts resulta tan impactante
(otro adjetivo) que cualquier tentación de sentenciar las posibilidades
evolutivas de la música queda dinamitada con su escucha. Recuerdo que fue Agustí Fernández
quien me puso tras la pista de Evans. Aventuró que en el futuro se
hablará de Peter Evans como ahora lo hacemos de Coltrane o Miles cuando
buscamos referentes históricos. No lo sé, quizá para entonces la línea
cronológica del Jazz se haya pulverizado y se hable de otra cosa. Pero
que se hable de él parece obligado, al menos entre los estudiosos y
aficionados a la
música improvisada.
Advierto de primeras que Ghosts no es un disco (enciclopedia, perdón) para ("simplemente") escuchar: es un disco púgil (crochés directos al entendimiento), un disco vértigo (efecto montaña rusa), un disco huracán (un Katrina para el Jazz neocón)... Todo en él es tan intenso que se termina exhausto (a la par que eufórico) ya no sólo por el imposible dominio técnico del trompetista (o no tan sólo), sino por la avalancha de información sonora que amenaza con sepultarlo a uno. He ido tomando notas durante las reiteradas audiciones y he sentido la tentación de apearme en el camino en varias ocasiones. Ciñéndome a la parte técnica, a una mera descripción de Peter Evans como trompetista, afirmo que es el más completo que he conocido. Por registro, por emisión, por potencia, por flexibilidad... ¡por resistencia! Se somete a tal nivel de estrés interpretativo que no logro entender cómo no se resiente la calidad del sonido. No es un fino estilista, no es un trompetista pirotécnico, es ambas cosas. Y yo no he roto un plato, dice su cara. El oyente trompetista (es mi caso) puede asistir en Ghosts a una lección de arpegios, doble picado, saltos interválicos imposibles, agudos como graves... y, para colmo, una trompeta piccolo (una octava aguda respecto de la trompeta convencional, su uso es habitual en la música barroca) que frasea sobre las baladas como un patinador lo hace sobre hielo cantando Singing in the rain. No sé si es posible superar el listón técnico de Evans, lo que sí sé es que, además, a su técnica le acompaña una voracidad creativa insaciable.
Advierto de primeras que Ghosts no es un disco (enciclopedia, perdón) para ("simplemente") escuchar: es un disco púgil (crochés directos al entendimiento), un disco vértigo (efecto montaña rusa), un disco huracán (un Katrina para el Jazz neocón)... Todo en él es tan intenso que se termina exhausto (a la par que eufórico) ya no sólo por el imposible dominio técnico del trompetista (o no tan sólo), sino por la avalancha de información sonora que amenaza con sepultarlo a uno. He ido tomando notas durante las reiteradas audiciones y he sentido la tentación de apearme en el camino en varias ocasiones. Ciñéndome a la parte técnica, a una mera descripción de Peter Evans como trompetista, afirmo que es el más completo que he conocido. Por registro, por emisión, por potencia, por flexibilidad... ¡por resistencia! Se somete a tal nivel de estrés interpretativo que no logro entender cómo no se resiente la calidad del sonido. No es un fino estilista, no es un trompetista pirotécnico, es ambas cosas. Y yo no he roto un plato, dice su cara. El oyente trompetista (es mi caso) puede asistir en Ghosts a una lección de arpegios, doble picado, saltos interválicos imposibles, agudos como graves... y, para colmo, una trompeta piccolo (una octava aguda respecto de la trompeta convencional, su uso es habitual en la música barroca) que frasea sobre las baladas como un patinador lo hace sobre hielo cantando Singing in the rain. No sé si es posible superar el listón técnico de Evans, lo que sí sé es que, además, a su técnica le acompaña una voracidad creativa insaciable.
© Peter Gannushkin
Piano, contrabajo, batería y trompeta conforman un cuarteto al uso del
Jazz. La suma de la electrónica a través del procesamiento del sonido es
cosa menos acostumbrada, pero no necesariamente nueva (sin ir más lejos
el propio Evans ha trabajado con el Electro-Acoustic Ensemble de Evan
Parker). La parte electrónica no es en Ghosts ese elemento
extraño que trae la modernidad al cuarteto. Es, en todo caso, una pieza
más dentro de un artefacto sonoro que excita hasta el límite las
formas de un combo tradicional. Una alucinación sonora en la que
pareciera que los Jazz Messengers han metido los dedos en el enchufe o
que somos espectadores puestos hasta las cejas en pleno
subidón escuchando a (¡ojo al dato!) Wynton Marsalis en el Live
at Blues Alley. Hay ocasiones en este disco de efecto tan asombroso que
incluso limpio uno se siente en auténtico trance. Escúchese
sino cómo en la segunda parte de Chorales, trompeta (con
sordina) y piano inician una secuencia de arpegios repetidos con ligeras
variaciones cada tanto. La velocidad de ejecución simultánea y la suma
de ambos timbres crea una de las sonoridades acústicas más particulares
y oníricas de Ghosts, que rematan con la construcción final de
un escenario sonoro verdaderamente inquietante, con efectos en
muchos casos "analógicos" (contrabajo con arco, plato frotado...) pero
de percepción electrónica. Y todo ello viniendo de un tema que se
plantea de inicio como una improvisación de la trompeta sobre un
walking de toda la vida del bajo, y con piano y batería en
funciones igualmente reconocibles. Pero, ¡ah!, Evans empieza a
pronunciar una serie de frases que coge al vuelo Sam Pluta y procesa para ir creando un entramado obsesivo que
irá desvaneciéndose conforme se inicie la mencionada secuencia de arpegios entre Peter Evans y
Carlos Homs. Y si después del viaje uno analiza, de pronto se da cuenta de que la mayor
parte de la extrañeza la produce un cuarteto estándar de Jazz, que en el
transcurso del mismo hay elementos claramente definibles como Jazz al
uso, pero que, sin embargo, la sensación es completamente nueva.
Ghosts es, de principio a fin, un juego de tensiones entre lo nuevo y lo viejo, nueva música sujeta a viejos fundamentos, y el oyente vive en esa aparente contradicción. Nadie podría negar que el tema inicial, ... One to Ninety-Two, cumple con los cánones de un desarrollo arquetípico del Jazz. Es, de hecho, la armonía del Christmas Song de Mel Torme y su melodía esquematizada, aunque resulte increíble. Y eso no es sino parte de la tradición histórica del Jazz: utilizar viejos temas y sus armonías para hacer otros. ¿Qué hace de esta "versión" algo sonoramente particular? Algunas pistas: la aceleración y deceleración del ritmo armónico a conveniencia - con una coordinación colectiva extraordinaria - o la alteración sonora de la trompeta, cuyo eco "electrónico" crea no sólo la rareza sonora correspondiente sino que genera un cierto grado de psicodelia (al ya de por sí psicodélico solo de Evans).
323 trabaja sobre dos capas sonoras (a veces confluyen). Evans se mecaniza con la repetición obstinada de saltos de intervalos (parece un ejercicio de estudio y, sin embargo, ofrece un referente temporal dentro del caos) mientras batería y electrónicas pujan en un duelo rítmico acelerado, y el piano ejerce el contrapunto e incluso se entrelaza con la trompeta... piccolo, todo sea dicho. Hay secciones intermedias de ruptura abiertas a la improvisación colectiva. Es un juego continuo de inicios y reinicios. Hay algo de obsesivo en todo esto. Serán los fantasmas de Evans, que afloran en Ghost: una interpretación a su manera de I don´t stand a ghost of a chance with you de Victor Young (pura tradición, amigos). Una balada, ni más ni menos... con piccolo, sea dicho de nuevo. Además de la gracia tímbrica de la trompeta "barroca", aquí juegan los sonidos fantasmales de orquesta (de ascensor) que lanza Sam Pluta de vez en cuando, y que se suman al sonido en reverberación del conjunto que ofrece, en efecto, Jazz meloso en el recibidor de un castillo del terror. Este Ghost tan fantasmagórico resulta, por muy terrorífico que parezca, un monasterio budista de paz y sosiego dentro de la tormenta auditiva que es Ghosts. Cinco minutos largos de templanza nerviosa antes de la implosión de The Big Crunch (el apocalipsis, el reverso del Big Bang, según Evans en las notas) como preludio al antes comentado Chorales.
Próximo al cuarto de hora (al igual que el tema inicial), Articulation es un sándwich. Entre las dos rebanadas más experimentales que abren y cierran el bocado, se articula un espacio de desarrollo medianamente ortodoxo (toda ortodoxia está aquí puesta en cuarentena) de solos, armonía y ritmo con continuos cambios de tempo y manipulación del sonido (el eco fantasmagórico presente en toda la grabación hace honor al título de un disco que Evans presenta como un diálogo del presente con el pasado y con el futuro del sonido). En el increíble final del tema (la segunda rebanada) vuelve a utilizar el juego de ejecución simultánea explorado en Chorales - en esta ocasión con el quinteto al completo - y convierte al grupo en una orquesta mecánica de resonancias industriales, con un alucinógeno in crescendo rítmico y sonoro que retuerce hasta el paroxismo la tuerca a las células rítmicas sobre las que se planifica todo el tema. Sin tiempo para el respiro, Ghosts cierra en trío con Stardust (Hoagy Carmichael), con Evans de nuevo con el piccolo convertido en un pequeño juguete melódico y romántico - que pasa por encima del original como quien lo estudia de pasada - mientras la electrónica de Sam Pluta rebota sus frases como si cada pared devolviera ecos diferentes. Carlos Homs aporta un pianismo más acorde con el modelo de balada íntima, el contrapunto del pasado que sirve el esbozo básico a todo el trabajo.
Dentro de unos cuantos años, cuando las enciclopedias (si es que algo así existe) hablen de hoy en pasado y podamos clarificar a qué nos condujo el momento presente, puede que este músico y este disco en particular sean un hito en el camino hacia adelante de la música improvisada. Una autoedición, curiosamente, aunque ese será entonces uno de los síntomas que podremos analizar con más perspectiva sobre los efectos de la actual atomización musical, en la que la posibilidad de acceder a todo, y de que todos lo pongan a disposición, convierte el discernimiento crítico en el arte de la abstracción: el crítico y el aficionado, como ciudadano frente al abismo de ese gran centro comercial que es el mundo contemporáneo.
© Carlos Pérez CruzGhosts es, de principio a fin, un juego de tensiones entre lo nuevo y lo viejo, nueva música sujeta a viejos fundamentos, y el oyente vive en esa aparente contradicción. Nadie podría negar que el tema inicial, ... One to Ninety-Two, cumple con los cánones de un desarrollo arquetípico del Jazz. Es, de hecho, la armonía del Christmas Song de Mel Torme y su melodía esquematizada, aunque resulte increíble. Y eso no es sino parte de la tradición histórica del Jazz: utilizar viejos temas y sus armonías para hacer otros. ¿Qué hace de esta "versión" algo sonoramente particular? Algunas pistas: la aceleración y deceleración del ritmo armónico a conveniencia - con una coordinación colectiva extraordinaria - o la alteración sonora de la trompeta, cuyo eco "electrónico" crea no sólo la rareza sonora correspondiente sino que genera un cierto grado de psicodelia (al ya de por sí psicodélico solo de Evans).
323 trabaja sobre dos capas sonoras (a veces confluyen). Evans se mecaniza con la repetición obstinada de saltos de intervalos (parece un ejercicio de estudio y, sin embargo, ofrece un referente temporal dentro del caos) mientras batería y electrónicas pujan en un duelo rítmico acelerado, y el piano ejerce el contrapunto e incluso se entrelaza con la trompeta... piccolo, todo sea dicho. Hay secciones intermedias de ruptura abiertas a la improvisación colectiva. Es un juego continuo de inicios y reinicios. Hay algo de obsesivo en todo esto. Serán los fantasmas de Evans, que afloran en Ghost: una interpretación a su manera de I don´t stand a ghost of a chance with you de Victor Young (pura tradición, amigos). Una balada, ni más ni menos... con piccolo, sea dicho de nuevo. Además de la gracia tímbrica de la trompeta "barroca", aquí juegan los sonidos fantasmales de orquesta (de ascensor) que lanza Sam Pluta de vez en cuando, y que se suman al sonido en reverberación del conjunto que ofrece, en efecto, Jazz meloso en el recibidor de un castillo del terror. Este Ghost tan fantasmagórico resulta, por muy terrorífico que parezca, un monasterio budista de paz y sosiego dentro de la tormenta auditiva que es Ghosts. Cinco minutos largos de templanza nerviosa antes de la implosión de The Big Crunch (el apocalipsis, el reverso del Big Bang, según Evans en las notas) como preludio al antes comentado Chorales.
Próximo al cuarto de hora (al igual que el tema inicial), Articulation es un sándwich. Entre las dos rebanadas más experimentales que abren y cierran el bocado, se articula un espacio de desarrollo medianamente ortodoxo (toda ortodoxia está aquí puesta en cuarentena) de solos, armonía y ritmo con continuos cambios de tempo y manipulación del sonido (el eco fantasmagórico presente en toda la grabación hace honor al título de un disco que Evans presenta como un diálogo del presente con el pasado y con el futuro del sonido). En el increíble final del tema (la segunda rebanada) vuelve a utilizar el juego de ejecución simultánea explorado en Chorales - en esta ocasión con el quinteto al completo - y convierte al grupo en una orquesta mecánica de resonancias industriales, con un alucinógeno in crescendo rítmico y sonoro que retuerce hasta el paroxismo la tuerca a las células rítmicas sobre las que se planifica todo el tema. Sin tiempo para el respiro, Ghosts cierra en trío con Stardust (Hoagy Carmichael), con Evans de nuevo con el piccolo convertido en un pequeño juguete melódico y romántico - que pasa por encima del original como quien lo estudia de pasada - mientras la electrónica de Sam Pluta rebota sus frases como si cada pared devolviera ecos diferentes. Carlos Homs aporta un pianismo más acorde con el modelo de balada íntima, el contrapunto del pasado que sirve el esbozo básico a todo el trabajo.
Dentro de unos cuantos años, cuando las enciclopedias (si es que algo así existe) hablen de hoy en pasado y podamos clarificar a qué nos condujo el momento presente, puede que este músico y este disco en particular sean un hito en el camino hacia adelante de la música improvisada. Una autoedición, curiosamente, aunque ese será entonces uno de los síntomas que podremos analizar con más perspectiva sobre los efectos de la actual atomización musical, en la que la posibilidad de acceder a todo, y de que todos lo pongan a disposición, convierte el discernimiento crítico en el arte de la abstracción: el crítico y el aficionado, como ciudadano frente al abismo de ese gran centro comercial que es el mundo contemporáneo.
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
4 comentarios:
¿hace un cambio de instrumento?. es brutal. cuando evan parker, que de tonto no tiene ni un pelo en toda su barba, le publico aquel psi no era por hacer un favor. era una apuesta a caballo ganador.
Esa es una de las cosas más asombrosas de Peter Evans, la forma en que utiliza el piccolo, que es un instrumento muy particular dentro de las diferentes trompetas y muy relacionado con la interpretación de la música barroca (es un remedo, en todo caso). Asombroso su dominio.
no te pierdas el nuevo psi de duos y trios de evan, peter y el cellista okkium lee. evan alterna tp y piccolo
Ese es uno de los problemas... ¿pueden dejar de grabar por unos días? Por cierto, creo que este año en Donosti un trompeta solo de Peter Evans.
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