Qué relativo es casi
todo en la vida. A cualquier criatura que comience a estudiar trompeta
le insistirán en que no infle los mofletes al soplar. Dizzy Gillespie fue
uno de los mejores trompetistas de la historia del Jazz y cada vez que
tocaba parecía que los iba a reventar. Otra cuestión sobre la que le
insistirán será sobre la calidad del sonido. ¿Qué significa esto en el
contexto académico? Precisión y limpieza; es
decir, que el sonido emitido tenga la virtud de evitar las impurezas.
Por ejemplo: se entiende como excelencia lograr que quien escuche a un
trompetista no perciba uno de los elementos básicos de su conformación
sonora:
el aire. ¡Sopla! Te insisten. Pero no quieren soplido. Y resulta que el
sonido ventoso de la trompeta se ha convertido en los últimos años en
copyright de algunos de los trompetistas más interesantes, muy
especialmente del norte de Europa. El noruego Arve Henriksen empezó a
imitar el sonido del shakuhachi (un tipo de flauta japonesa) y ahora esa
forma de soplar la trompeta se ha asimilado como una de
las señas de identidad del Jazz nórdico. Así de relativo es todo. Aunque
antes de que ningún alumno utilice mi reflexión como pasaporte a la
desidia formativa, convengamos que conviene depurar al máximo la técnica
para que, precisamente gracias a ella, el sonido resultante sea una
elección, no una imposición de las propias carencias.
Sirva esta introducción para descubrir a Verneri Pohjola, trompetista finlandés que, en efecto, tiene en el sonido ventoso una de sus características. No la única. Para servidor ha sido una inesperada alegría este Aurora, edición del sello alemán ACT que da mayor difusión a un disco publicado antes en un pequeño sello finés. Bien merece una buena distribución. Y es que la perspectiva de otro trabajo nórdico mortecino y de corte paisajístico que sugiere el inicial Akvavit, la desmiente el paso de los minutos. La arquitectura de cada tema es diferente y la combinación de exotismos tímbricos y melódicos, pulsos vibrantes y épica cinematográfica le confieren a este trabajo un interés particular. La violenta entrada de las cuerdas, discurridos casi cinco minutos de divagación atmosférica en Akvavit, da una primera pista de que no es este un disco cualquiera.
De entrada, Verneri Pohjola es, como trompetista, un instrumentista con una amplia gama expresiva. Su sonido se adapta al contexto con facilidad, y lo mismo rompe con fuerza que se disuelve en esa sonoridad aflautada antes tratada. Paradigmática al respecto es su versión (la única del disco) del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo (otro trompetista que se suma a la recreación jazzística del mismo; que haya encabezado un proyecto de tributo a Miles Davis en Finlandia quizá tenga algo que ver). En ella dibuja la melodía de Rodrigo sobre el exclusivo acompañamiento de un contrabajo y de tintineantes percusiones que colorean. El sonido se solidifica, deshilacha y ensucia a su antojo. Firma una versión que por su simpleza y onirismo adquiere personalidad, y que, curiosamente, remata el piano a dúo con el contrabajo, dejando atrás la estela ensoñadora sobre la que se ha recreado a Rodrigo y abriéndose a un romanticismo que declina en un final que armónicamente no resuelve y genera incertidumbre.
Más allá de las virtudes de Pohjola como instrumentista, lo más llamativo de Aurora es la parte compositiva. Incluso en Askisto, la trompeta desaparece. Lo que parece una melodía arreglada para cuarteto de cuerda termina por ser el marco dentro del cual se experimenta con una combinación de efectos (golpes, caja de música...) y discursos musicales simultáneos (piano, cuarteto de cuerda, contrabajo, efectos). Salvando las distancias, me recuerda a la propuesta de Charles Ives en su Central Park in the dark (entiendo que Askisto es una población finesa). Quizá en la música haya algo de recreación descriptiva del sonido ambiente, como lo había en la composición del norteamericano.
Si dejamos de lado los espacios más abiertos y (presuntamente) aleatorios del disco, lo más interesante es cómo Pohjola arregla las voces y cómo convierte temas de desarrollo más o menos rutinario en sinfonismo épico. Sucede en Boxer diesel o en For three, tema este último muy interesante por cómo explota los recursos rítmicos y tímbricos, como el peculiar empaste de flauta y trompeta en la lectura del tema (más tarde la cuerda) con el contrapunto rítmico del clarinete bajo. Es música con vocación sinfónica, progresiva, con un desarrollo temático que bien podría prescindir de la improvisación, pero que se abre a ella sobre armonías muy estáticas revitalizadas por el impulso rítmico (hasta tres baterías figuran en la nómina), en un in crescendo que alcanza el clímax con la entrada de la cuerda y la emotiva melodía dibujada por Pohjola. El trompetista no abandona la épica orquestal ni cuando la música es más etérea y prescinde del pulso rítmico estable (caso de Spirit of S), ni cuando concluye (quizás) nostálgico sacando el casete At the end of this album, una especie de pop gospel y crepuscular con reminiscencias de spaghetti western a lo Ennio Morricone.
Sirva esta introducción para descubrir a Verneri Pohjola, trompetista finlandés que, en efecto, tiene en el sonido ventoso una de sus características. No la única. Para servidor ha sido una inesperada alegría este Aurora, edición del sello alemán ACT que da mayor difusión a un disco publicado antes en un pequeño sello finés. Bien merece una buena distribución. Y es que la perspectiva de otro trabajo nórdico mortecino y de corte paisajístico que sugiere el inicial Akvavit, la desmiente el paso de los minutos. La arquitectura de cada tema es diferente y la combinación de exotismos tímbricos y melódicos, pulsos vibrantes y épica cinematográfica le confieren a este trabajo un interés particular. La violenta entrada de las cuerdas, discurridos casi cinco minutos de divagación atmosférica en Akvavit, da una primera pista de que no es este un disco cualquiera.
De entrada, Verneri Pohjola es, como trompetista, un instrumentista con una amplia gama expresiva. Su sonido se adapta al contexto con facilidad, y lo mismo rompe con fuerza que se disuelve en esa sonoridad aflautada antes tratada. Paradigmática al respecto es su versión (la única del disco) del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo (otro trompetista que se suma a la recreación jazzística del mismo; que haya encabezado un proyecto de tributo a Miles Davis en Finlandia quizá tenga algo que ver). En ella dibuja la melodía de Rodrigo sobre el exclusivo acompañamiento de un contrabajo y de tintineantes percusiones que colorean. El sonido se solidifica, deshilacha y ensucia a su antojo. Firma una versión que por su simpleza y onirismo adquiere personalidad, y que, curiosamente, remata el piano a dúo con el contrabajo, dejando atrás la estela ensoñadora sobre la que se ha recreado a Rodrigo y abriéndose a un romanticismo que declina en un final que armónicamente no resuelve y genera incertidumbre.
Más allá de las virtudes de Pohjola como instrumentista, lo más llamativo de Aurora es la parte compositiva. Incluso en Askisto, la trompeta desaparece. Lo que parece una melodía arreglada para cuarteto de cuerda termina por ser el marco dentro del cual se experimenta con una combinación de efectos (golpes, caja de música...) y discursos musicales simultáneos (piano, cuarteto de cuerda, contrabajo, efectos). Salvando las distancias, me recuerda a la propuesta de Charles Ives en su Central Park in the dark (entiendo que Askisto es una población finesa). Quizá en la música haya algo de recreación descriptiva del sonido ambiente, como lo había en la composición del norteamericano.
Si dejamos de lado los espacios más abiertos y (presuntamente) aleatorios del disco, lo más interesante es cómo Pohjola arregla las voces y cómo convierte temas de desarrollo más o menos rutinario en sinfonismo épico. Sucede en Boxer diesel o en For three, tema este último muy interesante por cómo explota los recursos rítmicos y tímbricos, como el peculiar empaste de flauta y trompeta en la lectura del tema (más tarde la cuerda) con el contrapunto rítmico del clarinete bajo. Es música con vocación sinfónica, progresiva, con un desarrollo temático que bien podría prescindir de la improvisación, pero que se abre a ella sobre armonías muy estáticas revitalizadas por el impulso rítmico (hasta tres baterías figuran en la nómina), en un in crescendo que alcanza el clímax con la entrada de la cuerda y la emotiva melodía dibujada por Pohjola. El trompetista no abandona la épica orquestal ni cuando la música es más etérea y prescinde del pulso rítmico estable (caso de Spirit of S), ni cuando concluye (quizás) nostálgico sacando el casete At the end of this album, una especie de pop gospel y crepuscular con reminiscencias de spaghetti western a lo Ennio Morricone.
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
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