Cuando tras las señales horarias de las ocho de la mañana ha sonado el histórico gong de Hora 25 en la Cadena SER el pulso se me ha paralizado. La sospecha ha tardado décimas de segundo en confirmarse. Ese sonido de las noches de la SER emitido a las ocho de la mañana sólo podía significar que Carlos Llamas había muerto; la voz quebrada, llorosa, de Carles Francino lo ha confirmado. Resulta raro que enterarte de la muerte de alguien al que nunca has tenido oportunidad de conocer personalmente te llegue a afectar tanto pero las lágrimas de hoy no eran de cocodrilo. Eran las lágrimas de sentimiento profundo por la pérdida de alguien con el que nunca hablé pero que fue mi amigo durante muchas noches de cena en soledad, de vuelta a casa de algún lugar y con el que compartí la sonrisa cómplice de quienes encontramos en la ironía y el sentido crítico la única manera de aguantar el chaparrón.
Carlos Llamas representa para mí una especie de periodista en vías de extinción; la del periodista que no se conforma, que va más allá, que razona y critica aunque el objeto de su crítica sea incómodo incluso para la propia empresa en la que trabajas. Esa forma de hacer y de ver la vida es la que he intentado aplicar a mis propias experiencias profesionales y el resultado no ha sido muy satisfactorio hasta la fecha. Me he encontrado reacciones de todo tipo pero todas ellas acomodaticias. Los órganos de "poder" siempre la han rechazado por incómoda; entre los compañeros siempre ha existido disparidad aunque con el mismo transfondo: rechazo, cuchicheo, palmadita en la espalda... en definitiva nadie se "moja" por causas que, por muy justas que sean, ponen en riesgo el estatus de uno y de su puesto de trabajo.
El periodismo está perdiendo su esencia a pasos agigantados. Resulta cínico que sea de las propias empresas de comunicación de donde surjan estas reflexiones pero no hay periódico que yo haya leído o emisora de radio que haya escuchado donde en algún momento no se manifieste esta opinión. Y suelen hacerlo sus principales nombres, los mismos que rara vez pondrán en "riesgo" a su empresa si una pregunta o un comentario pueden molestar a las esferas de "poder" en las que esa empresa se mueve o pretende hacerlo. Pero, en mi opinión, lo más grave de todo esto es que en la propia juventud que se forma para ser periodista o en la que ya ejerce en los medios se vive desde temprana edad la conveniencia de callar y acatar como una máxima de supervivencia. Aparte de que es más apasionante mirar a través de los ojos del Gran Hermano que ponerse las botas y embarrarse en el lodazal.
Decía el mítico periodista polaco Richard Kapucinski que antaño uno podía entrar al despacho del director de un periódico y pedirle ayuda porque quien estaba ahí dentro era mejor periodista que uno. Ahora dentro de esos despachos sólo se puede encontrar a empresarios que no entienden de periodismo y que sólo miran las cuentas de resultados y el beneficio de las relaciones institucionales; difícil convivir así con el verdadero periodismo, terreno cultivado para el sensacionalismo, para la noticia espectáculo que hoy se ha convertido en el Leitmotiv de los medios de comunicación incapaces de ir más allá de la apariencia primera; incapaces de traspasar la línea que delimita la cara exterior de los sucesos cotidianos y llegar al fondo que los ha gestado.
Sirva la muerte de Carlos Llamas para lanzar un sonoro ¡SOS! por el periodismo, un ¡SOS! por nosotros mismos y la catadura moral de una sociedad conformista que prefiere apartar la mirada que enfrentarse a cada reto, a cada contradicción, a cada uno de los pilares de la sociedad que corren riesgo de derrumbe si nadie frena la carcoma ética que corroe nuestras entrañas.
Carlos Llamas representa para mí una especie de periodista en vías de extinción; la del periodista que no se conforma, que va más allá, que razona y critica aunque el objeto de su crítica sea incómodo incluso para la propia empresa en la que trabajas. Esa forma de hacer y de ver la vida es la que he intentado aplicar a mis propias experiencias profesionales y el resultado no ha sido muy satisfactorio hasta la fecha. Me he encontrado reacciones de todo tipo pero todas ellas acomodaticias. Los órganos de "poder" siempre la han rechazado por incómoda; entre los compañeros siempre ha existido disparidad aunque con el mismo transfondo: rechazo, cuchicheo, palmadita en la espalda... en definitiva nadie se "moja" por causas que, por muy justas que sean, ponen en riesgo el estatus de uno y de su puesto de trabajo.
El periodismo está perdiendo su esencia a pasos agigantados. Resulta cínico que sea de las propias empresas de comunicación de donde surjan estas reflexiones pero no hay periódico que yo haya leído o emisora de radio que haya escuchado donde en algún momento no se manifieste esta opinión. Y suelen hacerlo sus principales nombres, los mismos que rara vez pondrán en "riesgo" a su empresa si una pregunta o un comentario pueden molestar a las esferas de "poder" en las que esa empresa se mueve o pretende hacerlo. Pero, en mi opinión, lo más grave de todo esto es que en la propia juventud que se forma para ser periodista o en la que ya ejerce en los medios se vive desde temprana edad la conveniencia de callar y acatar como una máxima de supervivencia. Aparte de que es más apasionante mirar a través de los ojos del Gran Hermano que ponerse las botas y embarrarse en el lodazal.
Decía el mítico periodista polaco Richard Kapucinski que antaño uno podía entrar al despacho del director de un periódico y pedirle ayuda porque quien estaba ahí dentro era mejor periodista que uno. Ahora dentro de esos despachos sólo se puede encontrar a empresarios que no entienden de periodismo y que sólo miran las cuentas de resultados y el beneficio de las relaciones institucionales; difícil convivir así con el verdadero periodismo, terreno cultivado para el sensacionalismo, para la noticia espectáculo que hoy se ha convertido en el Leitmotiv de los medios de comunicación incapaces de ir más allá de la apariencia primera; incapaces de traspasar la línea que delimita la cara exterior de los sucesos cotidianos y llegar al fondo que los ha gestado.
Sirva la muerte de Carlos Llamas para lanzar un sonoro ¡SOS! por el periodismo, un ¡SOS! por nosotros mismos y la catadura moral de una sociedad conformista que prefiere apartar la mirada que enfrentarse a cada reto, a cada contradicción, a cada uno de los pilares de la sociedad que corren riesgo de derrumbe si nadie frena la carcoma ética que corroe nuestras entrañas.
1 comentario:
Estimado Carlos.
Como me identifican esas reflexiones tuyas sobre la conformidad, el sindrome de Borrego que nos caracteriza y elcuchicheo tras espaldas de tus propios camaradas, si te sales del "modo establecido".
Caro se paga aquí y alla -por lo que ve-o el "atreverse"a pensar, decir, actuar distinto. En Chile el artículo del códogo Laboral "despido por 'necesidades de la empresa'", tan a mano de los tecnócratas y reyes de la "rentabilidad" se encarga de ponerte "en tu lugar" rápidamente. Lo peor, es que el resto de los borregos,que ni siquiera reconocen su propio temblor,porque no reflexionan, aplauden conformes la "medida".
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