(...) Sebastian no se encontró en absoluto atractivo: la cabeza torcida, la marcada palidez de las mejillas, la nariz demasiado puntiaguda, todo ello le causaba desagrado. ¡Suerte que nos vamos haciendo mayores, que una muerte paulatina va borrando nuestros rasgos! Nunca deberíamos dejar que nos fotografiaran. (...)
(...) Pero en el día de hoy, el tiempo era un enemigo mortal. Se necesitaba una gran fuerza de voluntad para dar un paso, pronunciar una palabra, llevar a cabo una tarea. Era preferible acostarse y soportar desesperado la agobiante pesadilla de ver cómo nuestra vida se alarga eternamente. El aire parecía grasa solidificada. La ciudad estaba metida en una caldera, con la tapadera cerrada. Alguna energía, sin embargo, lo había comprimido todo dentro de una cañería caliente. Así, los humos, las transpiraciones, el mal aliento de las chimeneas, casas, calles, estaciones y de tantos cientos de miles de seres vivos no podían liberarse; parecía un horno que tuviera el conducto de escape obturado por un exceso de hollín. En su particular lenguaje de enfermo, Sebastian llamaba a esa desesperante condición del mundo "el simún solidificado" (...)
Reunión de bachilleres, de Franz Werfel (1928)
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