La "Freedom Band" días antes en el festival North Sea
A pesar del revolcón inicial mi corazón volvió al estado natural de su relación con el Festival de Jazz de Vitoria - Gasteiz (latido indolente) después de comprobar que bajo el nombre de Freedom Band no se escondía un proyecto comisionado por el festival Jazz Vision de Nueva York sino la nueva propuesta con la que Chick Corea conseguía acceder una vez más al escenario de Mendizorrotza. En Vitoria no se habla de canción del verano, se habla del súper grupo del verano, la colección más o menos rutilante de nombres del establishment del Jazz USAmericano que se reúne para dar un garbeo europeo cada verano con cita ineludible en Vitoria. A veces sale jam (las más) y, en ocasiones, sale concierto.
Mi última vez con Chick Corea en Vitoria se remonta a 2001 (volvió en 2005) y desde entonces no se me quita de la cabeza su salida al escenario - enfundado en su ya clásica camisa hawaiana - haciendo fotografías al personal y ofreciendo una actuación que recuerdo meramente rutinaria. ¿Qué pasaría en esta ocasión? Mi prevención se veía compensada, de primeras, por la posibilidad de comprobar in situ el estado del octogenario Roy Haynes, reencontrarme con el inmenso soplador Kenny Garrett y con la eficacia y solvencia de Christian McBride. Cuatro nombres de cuatro generaciones: de los 85 años del joven Haynes a los 38 del veterano McBride pasando por los 49 de Garrett y los 69 de Corea. No, no me equivoco en los adjetivos de Haynes y McBride. El abuelo ejerció de joven irreverente con las baquetas mientras el joven se encargaba de dirigir (o al menos lo intentaba) al redil de la coherencia rítmica y armónica a un cuarteto en el que las voces individuales brillan a partir de historias personales tan definidas. Y en esa diferencia individual radica la clave de lo que sucedió sobre el escenario. La Banda libertad hace honor a su nombre en que los cuatro - a excepción quizá de McBride - hicieron del concierto una expresión individual en compañía. Dicho de otra manera: Garrett hizo su concierto, Haynes otro y Corea otro diferente mientras McBride concedía con su impoluto walking un sentido colectivo a la música que de otro modo hubiera sido una desequilibrada jam session. ¿Y cuál fue la versión que escuchamos de cada uno?
Opiniones para todos los gustos, lo cual indica que, al menos, hubo material suficiente sobre el que explayarse. La figura más polémica, el nombre que más desgastó nuestra capacidad de análisis, fue Chick Corea. A priori el líder nominal de la formación ejerció de tal de la manera en que menos hubiéramos esperado (y deseado). Dio la sensación de no estar cómodo (de algún problema con los monitores se quejó durante los primeros minutos) y sus solos transmitieron cierta apatía (que alguno, parece, ha interpretado en clave de economía expresiva monkiana). Pero más allá de sus solos lo que nos llamó la atención a unos cuantos fue su actitud durante los de los demás. Pareció interrumpir uno de Haynes sobre Monk´s dream (que se desquitó golpeando la batería al final de la reexposición) y durante los de Garrett parecía tratar de llevar al saxofonista a un terreno de mayor ortodoxia melódica y armónica. Y Garrett (presentado por McBride como the real Kenny G) no estaba para esas concesiones al oído del espectador social del festival (los hay más que jazzeros) y sí por resucitar el lado más coltreniano de su personalidad como saxofonista para deleitar a los oídos más necesitados de desgarro jazzístico (compréndanlo, la velada la abrió la pastelería sonora formada por la pareja Randy Crawford & Joe Sample). Mi reencuentro con Garrett (hacía tiempo que le tenía un tanto olvidado) fue como un fogonazo avivado por la excesiva rutina instrumental a la que nos tiene acostumbrados este festival. Escuchar a alguien que sopló el saxo como él lo hizo (haciéndolo sonar como un tarogato - así es mi imaginario - ) despertó mis adormecidas neuronas jazzísticas necesitadas de un cierto grado de incorrección musical. Al fin y al cabo uno espera de esta música que le haga sentir (aunque el sopor es, en sí mismo, una sensación) y Garrett logró hacerme aullar de placer con sus solos circulares (especialmente favorecido el estilo en el ternario y modal Psalm) pero también cuando en fraseos de veloz equilibrismo mostró la cálida belleza de su sonido.
En un territorio más comedido se movió el contrabajista Christian McBride que, lo dicho, bastante trabajo tenía con contener la posible desbandada. Eso sí, cuando la música dejó espacio para su lucimiento personal no dejó de mostrar una digitación virtuosa y una afinación extraordinaria a los que una mayoría de contrabajistas no nos tiene acostumbrados. El contrabajo tiene una dimensión mucho menor entre sus brazos. ¡Y Haynes! ¡¡Qué 85 años!! La pegada de este standard de la batería es formidable. No puede sorprender en alguien de su trayectoria la comprensión de los diferentes idiomas que se manejaron en el escenario pero sí que mantenga esa vitalidad y sentido lúdico. Su solo sobre el Steps de Corea permitió escuchar en nítido primer plano cómo debe sonar una batería de Jazz (no son las de Rock, aunque se empeñen algunos técnicos... y bateristas) y donde no podía llegar la velocidad llegaban los ecos de la historia del Jazz que rescataba nuestra admirada memoria.
No fue una Jam aunque tampoco fue el concierto de un grupo consolidado. Hubo alguna indecisión evidente pero también brillantez individual que compensaba los desaciertos. No forman parte de ninguna revolución del género pero dentro de un festival tan poco abierto a la vanguardia como el de Vitoria sonaron avanzados. Que ya es decir.
Mi última vez con Chick Corea en Vitoria se remonta a 2001 (volvió en 2005) y desde entonces no se me quita de la cabeza su salida al escenario - enfundado en su ya clásica camisa hawaiana - haciendo fotografías al personal y ofreciendo una actuación que recuerdo meramente rutinaria. ¿Qué pasaría en esta ocasión? Mi prevención se veía compensada, de primeras, por la posibilidad de comprobar in situ el estado del octogenario Roy Haynes, reencontrarme con el inmenso soplador Kenny Garrett y con la eficacia y solvencia de Christian McBride. Cuatro nombres de cuatro generaciones: de los 85 años del joven Haynes a los 38 del veterano McBride pasando por los 49 de Garrett y los 69 de Corea. No, no me equivoco en los adjetivos de Haynes y McBride. El abuelo ejerció de joven irreverente con las baquetas mientras el joven se encargaba de dirigir (o al menos lo intentaba) al redil de la coherencia rítmica y armónica a un cuarteto en el que las voces individuales brillan a partir de historias personales tan definidas. Y en esa diferencia individual radica la clave de lo que sucedió sobre el escenario. La Banda libertad hace honor a su nombre en que los cuatro - a excepción quizá de McBride - hicieron del concierto una expresión individual en compañía. Dicho de otra manera: Garrett hizo su concierto, Haynes otro y Corea otro diferente mientras McBride concedía con su impoluto walking un sentido colectivo a la música que de otro modo hubiera sido una desequilibrada jam session. ¿Y cuál fue la versión que escuchamos de cada uno?
Opiniones para todos los gustos, lo cual indica que, al menos, hubo material suficiente sobre el que explayarse. La figura más polémica, el nombre que más desgastó nuestra capacidad de análisis, fue Chick Corea. A priori el líder nominal de la formación ejerció de tal de la manera en que menos hubiéramos esperado (y deseado). Dio la sensación de no estar cómodo (de algún problema con los monitores se quejó durante los primeros minutos) y sus solos transmitieron cierta apatía (que alguno, parece, ha interpretado en clave de economía expresiva monkiana). Pero más allá de sus solos lo que nos llamó la atención a unos cuantos fue su actitud durante los de los demás. Pareció interrumpir uno de Haynes sobre Monk´s dream (que se desquitó golpeando la batería al final de la reexposición) y durante los de Garrett parecía tratar de llevar al saxofonista a un terreno de mayor ortodoxia melódica y armónica. Y Garrett (presentado por McBride como the real Kenny G) no estaba para esas concesiones al oído del espectador social del festival (los hay más que jazzeros) y sí por resucitar el lado más coltreniano de su personalidad como saxofonista para deleitar a los oídos más necesitados de desgarro jazzístico (compréndanlo, la velada la abrió la pastelería sonora formada por la pareja Randy Crawford & Joe Sample). Mi reencuentro con Garrett (hacía tiempo que le tenía un tanto olvidado) fue como un fogonazo avivado por la excesiva rutina instrumental a la que nos tiene acostumbrados este festival. Escuchar a alguien que sopló el saxo como él lo hizo (haciéndolo sonar como un tarogato - así es mi imaginario - ) despertó mis adormecidas neuronas jazzísticas necesitadas de un cierto grado de incorrección musical. Al fin y al cabo uno espera de esta música que le haga sentir (aunque el sopor es, en sí mismo, una sensación) y Garrett logró hacerme aullar de placer con sus solos circulares (especialmente favorecido el estilo en el ternario y modal Psalm) pero también cuando en fraseos de veloz equilibrismo mostró la cálida belleza de su sonido.
En un territorio más comedido se movió el contrabajista Christian McBride que, lo dicho, bastante trabajo tenía con contener la posible desbandada. Eso sí, cuando la música dejó espacio para su lucimiento personal no dejó de mostrar una digitación virtuosa y una afinación extraordinaria a los que una mayoría de contrabajistas no nos tiene acostumbrados. El contrabajo tiene una dimensión mucho menor entre sus brazos. ¡Y Haynes! ¡¡Qué 85 años!! La pegada de este standard de la batería es formidable. No puede sorprender en alguien de su trayectoria la comprensión de los diferentes idiomas que se manejaron en el escenario pero sí que mantenga esa vitalidad y sentido lúdico. Su solo sobre el Steps de Corea permitió escuchar en nítido primer plano cómo debe sonar una batería de Jazz (no son las de Rock, aunque se empeñen algunos técnicos... y bateristas) y donde no podía llegar la velocidad llegaban los ecos de la historia del Jazz que rescataba nuestra admirada memoria.
No fue una Jam aunque tampoco fue el concierto de un grupo consolidado. Hubo alguna indecisión evidente pero también brillantez individual que compensaba los desaciertos. No forman parte de ninguna revolución del género pero dentro de un festival tan poco abierto a la vanguardia como el de Vitoria sonaron avanzados. Que ya es decir.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente aquí.
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