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jueves, abril 02, 2009

Joel Harrison & Christian Howes Quartet (IX Ciclo de Jazz Universidad Pública de Navarra / Iruñea - 1/04/2009)

Lanzo la moneda al aire y… ¡al concierto! Ha salido cruz. Hace años que procuro evitar sufrir con las esporádicas actividades jazzísticas que se celebran en la ciudad de Iruñea – Pamplona. Esta vez concedo la decisión al azar de la moneda y me encamino al… no sé cómo describirlo. Oficialmente es un edificio universitario de comedores. ¡Eso es lo que es! Un edificio de comedores. Ni un auditorio, ni una sala de cámara, ni siquiera un aula magna, aquí el universitario deglute a diario. Tengo especial interés por escuchar a ese guitarrista llamado Joel Harrison que descubriera con su estimulante encuentro de Jazz y música Country en Free Country (ACT – 2003). Su concierto en cuarteto comparte nominal liderazgo con el violinista Christian Howes. Programado a las siete, a las siete las puertas permanecían cerradas. Una vez abiertas recuerdo uno de los motivos que me alejaron de este mini ciclo hace años. El improvisado escenario se sitúa frente a una hilera de mesas alargadas a cuyos lados están situadas las sillas, fijadas al suelo y con limitada capacidad de giro. Eso significa que en cada mesa una de las líneas de sillas queda inhabilitada para su uso en el concierto, a no ser que se prefiera permanecer mirando al personal en vez de a los músicos (quizá aquí le viniera a Abbas Kiarostami su idea para la película Shirin). Me sitúo en primera fila, para evitar unas cuantas de charlatanes (ya se sabe que el Jazz es música para beber y gritar), espero y espero, saludo a conocidos, aguardo mi porción del rancho (¡despierta Carlos, es un comedor pero ahora no sirven comida!) y sigo esperando. Lo inexplicable es que cómo pasados veinte minutos de la hora hay quien entra tan tranquilo. ¿Cómo sabían lo de los más de veinte de retraso? Nadie explica nada pero a nadie parece importarle.

Sin mucha más referencia que esa grabación mencionada de Harrison me dispongo a la escucha. Iniciados los primeros compases, y todavía abrumado por el impacto súbito del volumen y los graves (imagino que cuando Howes nos preguntó por el sonido habría alucinado con el “great” general), un grupo de jóvenes hace notar su llegada. Arrastran unas sillas (imagino que no las habrán arrancado, aunque tal y como está Bolonia…) hasta situarlas a conveniencia detrás de mi fila, por delante de la siguiente mesa (y sus correspondientes e inútiles sillas Kiarostami). ¿Qué hago yo aquí? Maldigo la moneda de mi suerte pero, ya que estoy, ejercito mis habilidades de aislamiento social (tan y tan trabajadas en múltiples proyecciones cinematográficas). El concierto comienza frío, yo estoy frío, el local es frío, y lo que es peor, sospecho que la música está cogida con pinzas. Se percibe cierto desajuste desde el escenario, miradas de incógnita sobre lo que suena resueltas, sin embargo, con la capacidad de maquillaje que se les supone por bagaje. No es una música fácil para una primera vista la que firma Harrison (la mayoría de composiciones del concierto son suyas) y la sospecha de falta de rodaje es permanente. Cierto es que baterista y bajista, jóvenes productos de la academia Berklee, han llegado casi por los pelos al concierto desde Nueva York (aterrizaje en Madrid y carretera hasta el viejo Reyno, nos cuentan) y se les puede suponer un tanto desorientados aunque, en el fondo, cumplen (Berklee estaría orgulloso). Una segunda sospecha es que ambos forman parte colateralmente del proyecto (si es que este existe como tal), reclutados al grito de: ¡Chicos! Nos vamos a Europa. ¿Alguien se quiere venir?

El concierto responde en parte a la idea previa que tengo de Harrison y del toque Country de su música. El uso del violín ayuda a reforzar el terreno de lo tradicional y, sin embargo, las composiciones devienen en largas progresiones de gran poder rockero subrayadas por largos solos de Howes que utiliza de manera frecuente la distorsión guitarrera para su violín (esos juguetitos). Todo gira en torno a Harrison, sus miradas delimitan solos y posibles despistes, sostiene la música cuando esta parece estar en mayor peligro y la hace caminar. El fraseo conjunto de guitarra y violín, cuando este no utiliza distorsión, tiñe de vaquero la música. Sin embargo cuando Howes distorsiona el concierto discurre por parámetros de purito Jazz-Rock sustentado a su vez en la contundencia del baterista Jordan Perlson (amigo Perlson, esas miradas de Harrison pedían pianissimo) y en la adecuada función que un bajo eléctrico, el de Evan Gregor en este caso, ofrece a la música que así viste. Cuando los temas se abren, cuando se puede olvidar el solista de los juegos rítmicos del Harrison compositor, la cosa se templa en el escenario y se calienta en el público. La dinámica se reitera en muchos de los temas: del jugueteo inicial ya sea por medio de notas largas de guitarra y violín (buscando la correspondiente tensión armónica) sobre una nerviosa base rítmica de la batería o de una exposición más melódica y tradicional (en el sentido vaquero y baladista de la palabra) se pasa a territorios más atmosféricos que, in crescendo, devienen en largos solos de los dos líderes nominales hasta volver a la reexposición temática. Ortodoxia conceptual, no por ello menos meritoria si es personal. Y me resulta tan admirable la precisión de los jóvenes bostonianos, especialmente del baterista, como falta de expresión personal. No es una novedad viniendo de la fábrica de jazzistas por excelencia.

Entre música y bromas (“Después de que durante ocho años nos insultaran por Bush en Europa espero que ahora con Obama cambie”, dijo Harrison) el cuarteto regala algo más de hora y cuarto de música de agridulce regusto. Harrison compone bien, tiene muy claro su concepto musical y es un guitarrista notable pero este cuarteto parece más para la ocasión que un proyecto de enjundia (o al menos verde para salir de gira). Aunque visto el comedor no era como para exigencias de gourmet.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente aquí.

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