No voy a descubrir a estas alturas mi aversión a los sentimientos de patria o raza, de pertenencia a una comunidad definida por sus rasgos faciales o incluida en un mismo espacio físico determinado como estado o nación. Resulta excluyente del otro, exacerba lo propio en detrimento de lo ajeno, jalea la presunta definición de lo propio como un motivo de orgullo comparativo. Dicho lo cual me resulta completamente estúpida la forzada cadena de pésames y condolencias con motivo del accidente aéreo en el aeropuerto de Barajas. Es muy probable que esa afección no sea más que el resultado de ese "ponerse en el papel del otro", es decir, no sentimos verdadera pena por el sufrimiento ajeno tanto como por la posibilidad de vernos en situación semejante.
El accidente se produjo en Madrid y, como capital de España, debe despertar en todos y cada uno de los habitantes del espacio común compartido y así denominado una sensación de unidad ante el dolor, debemos compartirlo como buenos compatriotas (aunque algunos directamente no lo fueran). Si el accidente se hubiera producido en Burdeos (por poner un ejemplo geográficamente cercano) las condolencias y el dolor serían accesorios, desde luego no obligados por la condición, en este supuesto caso, de patria ajena.
¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que los deportistas que compiten con bandera española en los Juegos Olímpicos deban mostrar su dolor y solidaridad con los familiares y allegados de las víctimas y que, además, sean obligados a expresarse de manera compungida? ¿Qué pasaría si uno de ellos dijera que vale, que muy bien, que una putada pero que a él no le ha tocado y que todos los días muere gente por razones absurdas en el mundo y que no por ello tiene que alterar su estado de ánimo? Pero claro, son representantes de una nación en lucha con otras naciones y por lo tanto representantes de ellas (aunque tiendo a pensar más bien - y con mayor sentido en todo caso - que se representan a sí mismos, a sus egos).
Los estados necesitan generar sentimientos colectivos. Necesitamos cohesionar al rebaño y descartar la diferencia y, en este caso, la indiferencia. Así que, ¡vaya hijos de puta insensibles los del COI! No nos dejan mostrar nuestro dolor en Pekín, nuestro sentimiento de patria a media asta. Aunque eso no nos impedirá celebrar los oros, las platas y los bronces sobre el precio de los derechos humanos de muchos chinos (y tibetanos, ok) represaliados. Aunque, por qué no decirlo, nos importa una mierda si podemos dedicar nuestras medallas a los muertos en Barajas.
El accidente se produjo en Madrid y, como capital de España, debe despertar en todos y cada uno de los habitantes del espacio común compartido y así denominado una sensación de unidad ante el dolor, debemos compartirlo como buenos compatriotas (aunque algunos directamente no lo fueran). Si el accidente se hubiera producido en Burdeos (por poner un ejemplo geográficamente cercano) las condolencias y el dolor serían accesorios, desde luego no obligados por la condición, en este supuesto caso, de patria ajena.
¿Qué sentido tiene, por ejemplo, que los deportistas que compiten con bandera española en los Juegos Olímpicos deban mostrar su dolor y solidaridad con los familiares y allegados de las víctimas y que, además, sean obligados a expresarse de manera compungida? ¿Qué pasaría si uno de ellos dijera que vale, que muy bien, que una putada pero que a él no le ha tocado y que todos los días muere gente por razones absurdas en el mundo y que no por ello tiene que alterar su estado de ánimo? Pero claro, son representantes de una nación en lucha con otras naciones y por lo tanto representantes de ellas (aunque tiendo a pensar más bien - y con mayor sentido en todo caso - que se representan a sí mismos, a sus egos).
Los estados necesitan generar sentimientos colectivos. Necesitamos cohesionar al rebaño y descartar la diferencia y, en este caso, la indiferencia. Así que, ¡vaya hijos de puta insensibles los del COI! No nos dejan mostrar nuestro dolor en Pekín, nuestro sentimiento de patria a media asta. Aunque eso no nos impedirá celebrar los oros, las platas y los bronces sobre el precio de los derechos humanos de muchos chinos (y tibetanos, ok) represaliados. Aunque, por qué no decirlo, nos importa una mierda si podemos dedicar nuestras medallas a los muertos en Barajas.
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