Al despertarme he vuelto a caer en la cuenta de que no tengo nada que hacer, que estoy de vacaciones. Por hacer se pueden hacer muchas cosas pero una cosa es que estés obligado a hacerlas y otra que uno pueda decidir libremente qué hacer o qué no hacer. Hoy tomo yo las decisiones. La primera, absolutamente incomprensible, es haber puesto el despertador a las ocho de la mañana. Esa decisión no corresponde al ámbito del hoy, sino del ayer, pero tiene consecuencias hoy. ¿Por qué demonios he decidido despertarme a la misma hora a la que lo he hecho de lunes a viernes? Sobre mi conciencia siempre ha pesado esa (fatal) idea de que amanecer temprano te ayuda a aprovechar el día y que, de lo contrario, te arrepentirás de haberlo perdido. Pero, ¿perder qué? Que yo recuerde (y tengo muy mala memoria, por lo general) casi nunca he tenido un día inolvidable aprovechado desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche. Normalmente los hechos inolvidables duran segundos, minutos como mucho. El éxtasis del placer es, casi por definición, breve y fugaz. Por algo se cotiza como se cotiza. Si el placer fuera perdurable, tántrico, no estaríamos la mayor parte del tiempo quejándonos de nuestras vidas y sí dedicándonos a los placeres prolongados. Sin embargo son tan breves que apenas compensan las penurias atravesadas hasta llegar a ellos. Por eso muchos ya ni se molestan en follar al final del día. Están tan hechos polvo por la sufriente jornada que unos segundos de (posible) placer no compensan el esfuerzo de ponerse a ello.
Alguno pensará que mi problema es que pienso únicamente en el placer. Claro que los hay que entienden nuestro paso por este mundo como un camino de sufrimiento que se verá redimido en una eternidad gloriosa y paradisíaca. Como yo me proclamo enemigo del más allá prefiero centrar mis esfuerzos en el más acá y sufrir lo menos posible. Pero he llegado a la conclusión de que la búsqueda del placer (ergo quizá de la felicidad) en este mundo conlleva una infelicidad mayor que la de aquellos que asumen este valle de lágrimas o de los que ni siquiera entienden qué significa la palabra felicidad. Porque se llega a obsesionar uno de tal manera que los momentos placenteros terminan siendo tristes reflejos de lo que podrían ser. ¿Por qué? Porque mientras son sólo piensas en que dejarán de ser y en cuándo volverás a vivirlo de nuevo. Conclusión: en mí no existe el presente, sólo la obsesión por un futuro deseado que se desvanece al hacerse presente. Por ejemplo, cuando consigo ver a mi pareja, que lleva tres años lejos de casa buscándose a sí misma (dice), sólo puedo pensar en cuándo volveré a verla en vez de disfrutar del hecho de verla por el que estuve suspirando durante tanto tiempo. ¿Me entienden? Es como si al comer un helado delicioso el paladar se pusiera a llorar porque no sabe cuándo volverá a lamer uno igual. ¡Dichoso futuro! Si viviera más el presente. Al menos el presente es seguro, existe porque estoy en él. ¿Por qué dedico tantas horas al futuro cuándo ni siquiera sé si me tiene reservada plaza?
Hoy me he levantado a las ocho de la mañana. Todavía no sé muy bien para qué porque ahora es mediodía y ya no sé qué coño hacer todo el día. Sí, ya sé que en la vida se pueden hacer muchas cosas pero mi cerebro no ha sido educado para la posibilidad de disfrutar de todas ellas un día sí y otro también. ¿Hubiera pasado algo si me hubiera quedado en la cama hasta las doce? ¿Qué gran posibilidad hubiera perdido por ello? Si me hubiera levantado a las doce hubiera tenido muchos más sueños que los que he tenido. Además, los que se tienen durante el sueño extra son flipantes. Por lo general son terribles pero algunos pagan por ver eso en el cine o jugar a eso con un videojuego. Así que hubiera sido todo mucho más emocionante.
¿Qué es mejor en verano, el látex o el viscolátex? Tengo un colchón que, como las monedas, tiene cara y cruz. Como sudo como un cerdo por las noches me he puesto a buscar en Google qué lado del colchón es mejor para el verano y cuál para el invierno. En realidad esta duda es una gilipollez porque la respuesta no está en la red, la respuesta está en darle la vuelta al colchón y probar. Que sudo más, vuelta otra vez, que sudo menos, pues ya está, solucionado. Le pongo un papelito al colchón por cada lado y listo. Tú invierno y tú verano. Pues en esas estoy. Me da tanta pereza darle la vuelta al colchón yo sólo que prefiero navegar por la red y buscarlo. Es increíble la cantidad de gente que ha dedicado su tiempo ha escribir sobre las bondades de látex y del viscolátex. ¿Puede haber algo más aburrido? (aparte de un tipo que se lo está leyendo para buscar la solución en vez de darle de una vez la vuelta al colchón y punto).
Lo primero que he hecho al levantarme ha sido ventilar la casa. Esa es una buena razón para levantarse temprano en verano. Si ventilas a las diez corres riesgo de desertificación del hogar. Así que al menos a las ocho te aseguras que el viento fresco te seque el sudor de la noche (¿será por el viscolátex o será por el látex?). Lo malo del verano en mi casa es que el fresquito no dura porque aunque cierre las persianas se va recalentando hasta que casi es mejor salir a la calle. Y no, no tengo aire acondicionado, que dicen que es malo para el planeta y me seca la garganta. Aunque la verdad, para lo que utilizo la voz. Como no hable con las paredes no sé a quién le va a importar que tenga la voz ronca. Por lo menos la conservo en condiciones para pedir la prensa cada mañana. Aunque tampoco me hace falta, al fin y al cabo me la guardan y compro cada día los mismos periódicos. Por cierto, acabo de leerlos. ¿Por qué leo cada día la prensa? Acabo siempre con una sensación angustiosa que me obliga a levantar la persiana para mirar si fuera las cosas siguen en su sitio. Y mira que han caído torres pero en mi calle lo único que cae ahora es el fuego abrasador del sol. No pasa nada, ni siquiera los gatos callejeros se asoman a estas horas. Seguro que están durmiendo sin despertador.
Podría irme de viaje pero me da una pereza enorme. La última vez que cogí un autobús (no tengo coche, no tengo carné) para irme de vacaciones (sólo, mi pareja entonces empezó a buscarse) me tocó una enorme señora a mi lado que subió con una bolsa (también enorme) de frutas y verduras. Aquello fue como los cerdos que van al matadero, aplastado contra el cristal y sin posibilidad de movimiento. Además la señora se quedó dormida en cuanto el autobús comenzó a moverse. Siete horas oliendo a huerta chamuscada (el sol caía expresamente sobre la bolsa de la señora) y sin poder mover un músculo. Menos mal que el cuerpo se defiende y que mi culo fue cambiando de posición cada poco. No es que yo lo moviera a conciencia, era imposible por espacio, pero me han contado que el culo es así, inquieto por naturaleza y que al moverse, a milímetros, evita males mayores, heridas por atrofia. Cuando llegamos al destino le pregunté a la señora si podía darme un poco de su parrillada de verduras. Me miró con mala cara. Y salimos todos del autobús. Me hubiera gustado que el destino fuera un matadero, al fin y al cabo había mucho cerdo ahí dentro. Fui consciente al respirar en el exterior.
En fin, que no me apetece perder mis vacaciones de viaje por ahí. Y más ahora que está todo infestado de gente y que donde más tranquilo se puede estar es en la ciudad abandonada. Pero, lo que no termino de tener muy claro es por qué me he levantado a las ocho de la mañana. ¡Con la de horas que quedan para volver a la cama! De momento le daré la vuelta al colchón. Y luego ya veremos.
© Carlos Pérez Cruz
Alguno pensará que mi problema es que pienso únicamente en el placer. Claro que los hay que entienden nuestro paso por este mundo como un camino de sufrimiento que se verá redimido en una eternidad gloriosa y paradisíaca. Como yo me proclamo enemigo del más allá prefiero centrar mis esfuerzos en el más acá y sufrir lo menos posible. Pero he llegado a la conclusión de que la búsqueda del placer (ergo quizá de la felicidad) en este mundo conlleva una infelicidad mayor que la de aquellos que asumen este valle de lágrimas o de los que ni siquiera entienden qué significa la palabra felicidad. Porque se llega a obsesionar uno de tal manera que los momentos placenteros terminan siendo tristes reflejos de lo que podrían ser. ¿Por qué? Porque mientras son sólo piensas en que dejarán de ser y en cuándo volverás a vivirlo de nuevo. Conclusión: en mí no existe el presente, sólo la obsesión por un futuro deseado que se desvanece al hacerse presente. Por ejemplo, cuando consigo ver a mi pareja, que lleva tres años lejos de casa buscándose a sí misma (dice), sólo puedo pensar en cuándo volveré a verla en vez de disfrutar del hecho de verla por el que estuve suspirando durante tanto tiempo. ¿Me entienden? Es como si al comer un helado delicioso el paladar se pusiera a llorar porque no sabe cuándo volverá a lamer uno igual. ¡Dichoso futuro! Si viviera más el presente. Al menos el presente es seguro, existe porque estoy en él. ¿Por qué dedico tantas horas al futuro cuándo ni siquiera sé si me tiene reservada plaza?
Hoy me he levantado a las ocho de la mañana. Todavía no sé muy bien para qué porque ahora es mediodía y ya no sé qué coño hacer todo el día. Sí, ya sé que en la vida se pueden hacer muchas cosas pero mi cerebro no ha sido educado para la posibilidad de disfrutar de todas ellas un día sí y otro también. ¿Hubiera pasado algo si me hubiera quedado en la cama hasta las doce? ¿Qué gran posibilidad hubiera perdido por ello? Si me hubiera levantado a las doce hubiera tenido muchos más sueños que los que he tenido. Además, los que se tienen durante el sueño extra son flipantes. Por lo general son terribles pero algunos pagan por ver eso en el cine o jugar a eso con un videojuego. Así que hubiera sido todo mucho más emocionante.
¿Qué es mejor en verano, el látex o el viscolátex? Tengo un colchón que, como las monedas, tiene cara y cruz. Como sudo como un cerdo por las noches me he puesto a buscar en Google qué lado del colchón es mejor para el verano y cuál para el invierno. En realidad esta duda es una gilipollez porque la respuesta no está en la red, la respuesta está en darle la vuelta al colchón y probar. Que sudo más, vuelta otra vez, que sudo menos, pues ya está, solucionado. Le pongo un papelito al colchón por cada lado y listo. Tú invierno y tú verano. Pues en esas estoy. Me da tanta pereza darle la vuelta al colchón yo sólo que prefiero navegar por la red y buscarlo. Es increíble la cantidad de gente que ha dedicado su tiempo ha escribir sobre las bondades de látex y del viscolátex. ¿Puede haber algo más aburrido? (aparte de un tipo que se lo está leyendo para buscar la solución en vez de darle de una vez la vuelta al colchón y punto).
Lo primero que he hecho al levantarme ha sido ventilar la casa. Esa es una buena razón para levantarse temprano en verano. Si ventilas a las diez corres riesgo de desertificación del hogar. Así que al menos a las ocho te aseguras que el viento fresco te seque el sudor de la noche (¿será por el viscolátex o será por el látex?). Lo malo del verano en mi casa es que el fresquito no dura porque aunque cierre las persianas se va recalentando hasta que casi es mejor salir a la calle. Y no, no tengo aire acondicionado, que dicen que es malo para el planeta y me seca la garganta. Aunque la verdad, para lo que utilizo la voz. Como no hable con las paredes no sé a quién le va a importar que tenga la voz ronca. Por lo menos la conservo en condiciones para pedir la prensa cada mañana. Aunque tampoco me hace falta, al fin y al cabo me la guardan y compro cada día los mismos periódicos. Por cierto, acabo de leerlos. ¿Por qué leo cada día la prensa? Acabo siempre con una sensación angustiosa que me obliga a levantar la persiana para mirar si fuera las cosas siguen en su sitio. Y mira que han caído torres pero en mi calle lo único que cae ahora es el fuego abrasador del sol. No pasa nada, ni siquiera los gatos callejeros se asoman a estas horas. Seguro que están durmiendo sin despertador.
Podría irme de viaje pero me da una pereza enorme. La última vez que cogí un autobús (no tengo coche, no tengo carné) para irme de vacaciones (sólo, mi pareja entonces empezó a buscarse) me tocó una enorme señora a mi lado que subió con una bolsa (también enorme) de frutas y verduras. Aquello fue como los cerdos que van al matadero, aplastado contra el cristal y sin posibilidad de movimiento. Además la señora se quedó dormida en cuanto el autobús comenzó a moverse. Siete horas oliendo a huerta chamuscada (el sol caía expresamente sobre la bolsa de la señora) y sin poder mover un músculo. Menos mal que el cuerpo se defiende y que mi culo fue cambiando de posición cada poco. No es que yo lo moviera a conciencia, era imposible por espacio, pero me han contado que el culo es así, inquieto por naturaleza y que al moverse, a milímetros, evita males mayores, heridas por atrofia. Cuando llegamos al destino le pregunté a la señora si podía darme un poco de su parrillada de verduras. Me miró con mala cara. Y salimos todos del autobús. Me hubiera gustado que el destino fuera un matadero, al fin y al cabo había mucho cerdo ahí dentro. Fui consciente al respirar en el exterior.
En fin, que no me apetece perder mis vacaciones de viaje por ahí. Y más ahora que está todo infestado de gente y que donde más tranquilo se puede estar es en la ciudad abandonada. Pero, lo que no termino de tener muy claro es por qué me he levantado a las ocho de la mañana. ¡Con la de horas que quedan para volver a la cama! De momento le daré la vuelta al colchón. Y luego ya veremos.
© Carlos Pérez Cruz
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