Del economista USAmericano Jeremy Rifkin y publicado en diversos periódicos como Clarín (Argentina) o El País (España):
El año próximo marca un gran hito en la historia de la saga humana. Por primera vez en la historia, según las Naciones Unidas, la mayoría de los seres humanos estará viviendo en vastas zonas urbanas —muchos de ellos en megaciudades y extensiones suburbanas— con poblaciones de 10 millones de habitantes o más. Nos hemos convertido en "Homo Urbanus".
La existencia de millones de personas apiñadas y apiladas en gigantescos centros urbanos es un fenómeno nuevo. Recordemos que hace 200 años, la persona promedio que habitaba la Tierra quizá habría conocido a otras 200 ó 300 en toda su vida. Hoy, un habitante de Nueva York puede vivir y trabajar entre 220.000 personas en un radio de diez minutos de su casa u oficina en el centro de Manhattan.
Sólo una ciudad en toda la historia —la antigua Roma— albergó una población de más de un millón de habitantes antes del siglo XIX. Londres se convirtió en la primera ciudad moderna con una población que superaba el millón en el año 1820. En 1900, había once ciudades con poblaciones que superaran el millón de habitantes; en 1950, 75 ciudades; en 1976, 191 zonas urbanas con más de un millón de personas. Hoy, más de 414 ciudades ostentan poblaciones de un millón o más habitantes y el fin del proceso de urbanización no está a la vista porque nuestra especie crece a un ritmo alarmante.
Mientras la raza humana tuvo que depender del flujo solar, los vientos, las corrientes y la energía animal y humana para vivir, la población humana permaneció relativamente baja para adaptarse a la capacidad de conducción de la naturaleza —la capacidad de la biosfera para reciclar los desechos y reponer los recursos—.
El punto de inflexión fue la exhumación de grandes cantidades de sol almacenado bajo la superficie de la tierra, primero en forma de depósitos de carbón, luego de petróleo y gas natural. Utilizados por la máquina de vapor y luego por el motor de combustión interna, convertidos en electricidad y distribuidos por líneas de transmisión eléctrica, los combustibles fósiles permitieron a la humanidad crear nuevas tecnologías que aumentaron drásticamente la producción de alimentos, bienes manufacturados y servicios. Este aumento sin precedentes en la productividad llevó al crecimiento masivo de la población humana y a la urbanización del mundo.
Es necesario destacar que nuestra floreciente población y nuestro modo de vida urbano han sido adquiridos a costa de la desaparición de grandes ecosistemas y hábitat de la tierra.
La realidad es que las grandes poblaciones que viven en megaciudades consumen enormes cantidades de energía de la tierra para mantener sus infraestructuras y el flujo diario de actividad humana. Para colocar esto en perspectiva, la Torre Sears, uno de los rascacielos más altos del mundo, usa más electricidad en un solo día que toda la ciudad de Rockford, Illinois, con sus 152.000 habitantes.
La otra cara de la urbanización es lo que dejamos atrás en nuestra marcha hacia un mundo de edificios de oficinas de cien pisos y viviendas de gran altura, y un paisaje de vidrio, cemento, luz artificial e interconectividad electrónica. No es accidental que, mientras festejamos la urbanización del mundo, nos estemos acercando a otra divisoria de aguas histórica, la desaparición de las zonas salvajes. El aumento de la población y del consumo de alimentos, agua y materiales de construcción, la expansión del transporte vial o ferroviario y el crecimiento urbano siguen avanzando sobre lo que queda del mundo salvaje, llevándolo a la extinción.
Nuestros científicos nos dicen que, en el transcurso de la vida de los niños de hoy, el mundo salvaje desaparecerá de la faz de la tierra tras millones de años de existencia. La Autopista Transamazónica, que atraviesa toda la extensión de la selva del Amazonas, está acelerando la destrucción del último gran hábitat salvaje. Otras regiones salvajes, desde Borneo a la Cuenca del Congo, se reducen rápidamente con cada día que pasa, abriendo paso a crecientes poblaciones humanas que buscan espacios y recursos para vivir. No es de extrañarse que, según el biólogo de Harvard E. O. Wilson, estemos experimentando la mayor ola de extinción masiva de especies animales en 65 millones de años.
Actualmente, perdemos de 50 a 150 especies por día debido a la extinción, o sea entre 18.000 y 55.000 especies por año. Para 2100, probablemente estarán extintos dos tercios de las restantes especies de la tierra.
¿En qué situación nos coloca esto? Tratemos de imaginar mil ciudades de casi un millón de habitantes o más en 35 años contados a partir de ahora. No quiero ser un aguafiestas, pero quizá la conmemoración de la urbanización de la raza humana en 2007 sea la oportunidad de repensar la forma en que vivimos sobre este planeta.
Sin duda, hay mucho que festejar en la vida urbana. Pero la cuestión es de magnitud y escala. Debemos analizar cómo reducir mejor nuestra población y desarrollar ambientes urbanos sustentables que usen la energía y los recursos de manera más eficaz y sean menos contaminantes y mejor diseñados para promover condiciones de vida de escala humana.
El año próximo marca un gran hito en la historia de la saga humana. Por primera vez en la historia, según las Naciones Unidas, la mayoría de los seres humanos estará viviendo en vastas zonas urbanas —muchos de ellos en megaciudades y extensiones suburbanas— con poblaciones de 10 millones de habitantes o más. Nos hemos convertido en "Homo Urbanus".
La existencia de millones de personas apiñadas y apiladas en gigantescos centros urbanos es un fenómeno nuevo. Recordemos que hace 200 años, la persona promedio que habitaba la Tierra quizá habría conocido a otras 200 ó 300 en toda su vida. Hoy, un habitante de Nueva York puede vivir y trabajar entre 220.000 personas en un radio de diez minutos de su casa u oficina en el centro de Manhattan.
Sólo una ciudad en toda la historia —la antigua Roma— albergó una población de más de un millón de habitantes antes del siglo XIX. Londres se convirtió en la primera ciudad moderna con una población que superaba el millón en el año 1820. En 1900, había once ciudades con poblaciones que superaran el millón de habitantes; en 1950, 75 ciudades; en 1976, 191 zonas urbanas con más de un millón de personas. Hoy, más de 414 ciudades ostentan poblaciones de un millón o más habitantes y el fin del proceso de urbanización no está a la vista porque nuestra especie crece a un ritmo alarmante.
Mientras la raza humana tuvo que depender del flujo solar, los vientos, las corrientes y la energía animal y humana para vivir, la población humana permaneció relativamente baja para adaptarse a la capacidad de conducción de la naturaleza —la capacidad de la biosfera para reciclar los desechos y reponer los recursos—.
El punto de inflexión fue la exhumación de grandes cantidades de sol almacenado bajo la superficie de la tierra, primero en forma de depósitos de carbón, luego de petróleo y gas natural. Utilizados por la máquina de vapor y luego por el motor de combustión interna, convertidos en electricidad y distribuidos por líneas de transmisión eléctrica, los combustibles fósiles permitieron a la humanidad crear nuevas tecnologías que aumentaron drásticamente la producción de alimentos, bienes manufacturados y servicios. Este aumento sin precedentes en la productividad llevó al crecimiento masivo de la población humana y a la urbanización del mundo.
Es necesario destacar que nuestra floreciente población y nuestro modo de vida urbano han sido adquiridos a costa de la desaparición de grandes ecosistemas y hábitat de la tierra.
La realidad es que las grandes poblaciones que viven en megaciudades consumen enormes cantidades de energía de la tierra para mantener sus infraestructuras y el flujo diario de actividad humana. Para colocar esto en perspectiva, la Torre Sears, uno de los rascacielos más altos del mundo, usa más electricidad en un solo día que toda la ciudad de Rockford, Illinois, con sus 152.000 habitantes.
La otra cara de la urbanización es lo que dejamos atrás en nuestra marcha hacia un mundo de edificios de oficinas de cien pisos y viviendas de gran altura, y un paisaje de vidrio, cemento, luz artificial e interconectividad electrónica. No es accidental que, mientras festejamos la urbanización del mundo, nos estemos acercando a otra divisoria de aguas histórica, la desaparición de las zonas salvajes. El aumento de la población y del consumo de alimentos, agua y materiales de construcción, la expansión del transporte vial o ferroviario y el crecimiento urbano siguen avanzando sobre lo que queda del mundo salvaje, llevándolo a la extinción.
Nuestros científicos nos dicen que, en el transcurso de la vida de los niños de hoy, el mundo salvaje desaparecerá de la faz de la tierra tras millones de años de existencia. La Autopista Transamazónica, que atraviesa toda la extensión de la selva del Amazonas, está acelerando la destrucción del último gran hábitat salvaje. Otras regiones salvajes, desde Borneo a la Cuenca del Congo, se reducen rápidamente con cada día que pasa, abriendo paso a crecientes poblaciones humanas que buscan espacios y recursos para vivir. No es de extrañarse que, según el biólogo de Harvard E. O. Wilson, estemos experimentando la mayor ola de extinción masiva de especies animales en 65 millones de años.
Actualmente, perdemos de 50 a 150 especies por día debido a la extinción, o sea entre 18.000 y 55.000 especies por año. Para 2100, probablemente estarán extintos dos tercios de las restantes especies de la tierra.
¿En qué situación nos coloca esto? Tratemos de imaginar mil ciudades de casi un millón de habitantes o más en 35 años contados a partir de ahora. No quiero ser un aguafiestas, pero quizá la conmemoración de la urbanización de la raza humana en 2007 sea la oportunidad de repensar la forma en que vivimos sobre este planeta.
Sin duda, hay mucho que festejar en la vida urbana. Pero la cuestión es de magnitud y escala. Debemos analizar cómo reducir mejor nuestra población y desarrollar ambientes urbanos sustentables que usen la energía y los recursos de manera más eficaz y sean menos contaminantes y mejor diseñados para promover condiciones de vida de escala humana.
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