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miércoles, septiembre 21, 2011

Charles Lloyd & Maria Farantouri - "Athens Concert"


A riesgo de resultar reincidente (y por lo tanto pesado y quizá obsesivo) sigo encontrando que la voz es el instrumento que atraviesa por una mayor crisis creativa en el ámbito del Jazz y que son las voces ajenas a su mundo las que mejor lo entienden cuando se acercan a él. Excepciones las hay (¡por supuesto!) pero un vistazo general al panorama (llamémosle) mainstream del gremio resulta poco estimulante y reiterativo en clichés y polos de atracción históricos. No debería el pasado imponer estrechos marcos mentales pero en demasiadas ocasiones así lo parece. Savina Yannatou - debilidad confesa de quien esto escribe y ejemplo de gloriosa aproximación a la improvisación desde un bagaje ajeno al Jazz - buscaba una explicación para esto en la dificultad de escapar de los ídolos de cada uno. Pero una cosa es el ejemplo que sirve como tal y otra la imitación de ese ejemplo, que al fin y al cabo no es igual la vida de Billie Holiday con todas sus circunstancias que la de cualquiera de nosotros hoy. Y el Jazz o es expresión individual o no es.

A Maria Farantouri nadie le tiene que explicar a estas alturas cómo es esto de expresarse a través de la música, tenga esta swing o se decline en griego antiguo. Ser voz de Mikis Theodorakis en el exilio durante el destierro del compositor en la Dictadura de los Coroneles de Grecia (1967 - 1974) imprime carácter y bregarse en la política como parlamentaria (1989 - 1993) como parte del, en esos años, opositor Partido Socialista (PASOK) de Andreas Papandreou, tiene que curtir lo suyo. Ya sólo la robustez de su presencia denota la personalidad que transmite la gravedad de un chorro vocal que bordea la impostación operística. A Charles Lloyd la resonancia de su voz le despierta el recuerdo de Billie Holiday. Que no es lo mismo que decir que la griega cante como la USAmericana (o sí, según el parámetro). Pero, ¿se puede encajar el lenguaje de canción de Farantouri y la improvisación de Lloyd sin dejar damnificados por el camino?

Una de las características del Jazz es su capacidad de deglución de estilos diversos. Cuando mantiene sus constantes vitales reconocibles es Jazz, cuando se diluyen y se convierte en coloratura es simplemente otra cosa con un toque jazzy. Curiosamente muchas voces que hoy se dicen de Jazz hacen pop jazzy (léase voz más un trío de piano/guitarra, contrabajo y batería que, cuando acaba la grabación o el bolo de turno, se quitan la americana y la corbata y A) se dan a la bebida o B) empiezan una Jam Session para desfogarse). ¿Qué hacen Lloyd y Farantouri? Simplemente lo suyo que, por muy diferente que sea, viene a ser lo mismo. Ella se dedica a interpretar dominando la canción con la soltura de toda una vida y él sopla con el mismo fraseo culebreante y ventoso, limado en sus asperezas incluso en sus momentos de mayor visceralidad, siempre un centímetro por encima, acariciando la superficie. No se trata sin embargo de canción vestida con los ropajes del Jazz sino que han encontrado el punto justo para que la naturalidad del canto de ella encaje con el Jazz abierto y espacial del saxofonista. Al fin y al cabo si muchas vocalistas de Jazz son lectoras y no improvisadoras lo exigible es lo que ofrece Farantouri: personalidad. No renuncian ni a la densidad sonora ni a la flexibilidad melódica de Lloyd y, sin embargo, Farantouri vocaliza sobre ellas con soltura y se convierte en un instrumento más del grupo. Gracias a los dioses del Olimpo no resulta en esa terrible fórmula de voz de folclórica acompañada de elegantes boys sino que convierten a Theodorakis en miembro de la escuela de (San) John Coltrane (Kratissa ti zoi mou), a Eleni Karaindrou en autora de baladas de Real Book (¿alguien escucha como yo a Martirio con Chano Domínguez haciendo copla en Taxidi sta Kythera?), un himno dedicado a la Santísima Trinidad de los tiempos de Bizancio en un espiritual gospel (Hymnos stin Ayia Triada) o un lamento de la región de Epiro (Epirotiko meroloi) en un vuelo libre y abierto dentro de la contención.

La grandeza de este concierto ateniense está en la naturalidad con la que encajan todas las piezas y en la emoción que emana del conjunto. No es un encuentro casual ya que Farantouri y Lloyd llevan años trabando una amistad y ella ejerciendo de cicerone del veterano saxofonista en cuestiones de cultura griega (él dice pasar temporadas en Grecia). Además Lloyd cuenta con sus escuderos habituales en los últimos años, el trío formado por Jason Moran (piano), Reuben Rogers (contrabajo) y Eric Harland (batería) y con ella van de la mano un intérprete de lira, Socratis Sinopoulos (una lira frotada con arco, la Politiki lyra o Lira de Constantinopla) y el pianista Takis Farazis (piano adicional y arreglista de los temas de la Suite griega). No se dedican a hacer swing de las melodías originales (un compendio de temas con autor griego, tradicionales de regiones griegas diversas o incluso del propio Lloyd) y cuando eso sucede (Requiem de Lloyd sobre letra de Agathi Dimitrouka) es cuando el resultado es más convencional. Convención que se derrumba cuando, de pronto, el tarogato de Lloyd y la lira de Sinopoulos preludian a la voz de Farantouri (Epirotiko meroloi) con voz del pasado y locura del presente. Es de hecho la presencia de la lira uno de los mejores contrapesos a la sonoridad jazzística del proyecto, una voz tremendamente expresiva y arcaica que Sinopoulos hace llorar como si en ella estuviera el secreto del alma griega (la partida, la nostalgia, el amor y el exilio, según Farantouri).

Dice Charles Lloyd que la voz humana nos cautiva más rápida y directamente que ningún otro instrumento. Quizá en ello radique su grandeza pero también la complejidad de su éxito. Para cautivar se necesita primero una personalidad bien cimentada, sin ella pronto se percibe la impostura de quien maneja los rudimentos pero se expresa mediante personalidad interpuesta. Por eso Maria Farantouri, sin ser nominalmente cantante de Jazz, cautiva en este contexto jazzístico como lo podría hacer Billie Holiday. Billie cantaba como Billie y Maria lo hace como Maria. Ahí está la clave. La suma de fuertes personalidades sobre el escenario del Odeón de Herodes Ático debió de remover los cimientos de la Acrópolis y despertar a los dioses de su letargo. ¡Menuda bacanal!

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en la web www.elclubdejazz.com


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