Soy barcelonista. ¿Qué significa eso? Significa que en algún momento (que no recuerdo) nació mi simpatía por esta institución deportiva; simpatía que con el paso del tiempo (como toda relación humana) ha generado un cariño (posiblemente) irracional por este equipo que, para mi fortuna, tiene diferentes secciones que coinciden ampliamente con mis disciplinas deportivas favoritas.
Durante mi primera adolescencia viví con pasión extrema y seguimiento exhaustivo los avatares del equipo de fútbol; también del basket o el balonmano (incluso el hockey), aunque con menos intensidad. Durante mi segunda adolescencia el fútbol fue quedando en segundo plano e, inoculado el virus por un amigo, el basket pasó al primero (en el que todavía sigue). En ambos periodos de la adolescencia sentí como propias alegrías y tristezas; decisiones arbitrales justas e injustas... insultaba frente al televisor, alteraba mi sueño, compraba las colecciones de pins, utensilios de cocina varios y leía El Mundo Deportivo (por supuesto nunca lo doblaba, al menos no hasta leerlo). Por fortuna superada la etapa la educación me ayudó a poner las cosas en su sitio.
La sobredosis de enfrentamientos entre Barça y Madrid de fútbol en estas últimas semanas resulta una excelente herramienta de análisis y cuestionamiento acerca de muchos aspectos de nuestra sociedad. ¿Cómo vive el personal el deporte? ¿Sabe situarlo en su contexto o, como si de un adolescente hormonado se tratara, lo sitúa en un plano vital superior al de su propia existencia? Puedo entender que al adolescente (que fui) le cueste asumir la verdadera dimensión y relevancia de lo que tanto parece angustiarle pero, ¿es sólo cosa de personas en ese tramo vital? No parece que las gradas estén pobladas mayoritariamente por menores de edad y el comportamiento dista bastante de lo esperable en personas adultas y razonables (que se convierten en ejemplo perverso para quien está en edad de formación). Es razonable pensar que la afición deportiva sirva para purgar fantasmas internos lo mismo que la práctica deportiva nos permite purgar los excesos alcohólicos o gastronómicos de la noche anterior (o la flacidez de nuestra carne sedentaria) pero no lo es que sea a costa de denigrar la dignidad de otras personas como no insultamos al camarero por servirnos el alcohol que nosotros hemos pedido.
Al igual que relacionamos (con asombrosa pasividad) cada periódico generalista con una ideología e incluso como portavoz de un partido político (o grupo empresarial) parece asumido con naturalidad que unos periódicos deportivos son de X y otros de Y. No es, desde luego, el sentido originario del periodismo ni la mayor dignificación posible de la profesión pero a pocos parece importarle. Ahora bien, una vez que esto lo aceptamos como parte del orden natural, ¿no debería existir un límite ético entre la simpatía confesa y la entrega absoluta a las bajas pasiones? El desorbitado seguimiento de los medios de comunicación a esta serie de partidos de fútbol nos ha permitido escuchar íntegras y en directo (antes solía ser materia para la edición informativa posterior) las ruedas de prensa de ambos entrenadores (y del segundo madridista). ¿Qué resulta más patético? ¿El speech de Mourinho en el Bernabeu o las preguntas hacia él dirigidas? Sinceramente me lo parece más la segunda opción. La primera es la de un personaje en su papel; la segunda la de unos fanáticos (honrosas excepciones) en una función que no les debería corresponder.
Al igual que en la prensa 'seria' se ha colado la podredumbre de la prensa del corazón, el fanatismo deportivo (y político, todo hay que decirlo) se ha colado en las interminable cobertura de este acontecimiento futbolístico por parte de medios de todo tipo y condición. Se sitúa un juego - un ejercicio de ocio pasivo para el aficionado - en la cumbre de las relevancias informativas de modo que se incide en la idea de información como entretenimiento que ha conquistado la sociedad de la velocidad global. Un partido recibe tratamiento de noticia de estado implicando con ello elementos ideológicos que desde la noche de los tiempos se les han adjudicado (y ellos han acogido con gusto) a sendas instituciones deportivas. Así al enfrentamiento meramente deportivo se le suma (con mayor importancia si cabe) una lucha de identidades políticas que dan por buena la idea de que las guerras del siglo XXI se han trasladado (al menos en Europa) al terreno deportivo. Las bajas pasiones, la catalanidad y la españolidad marcan paquete testicular a partir de unos goles o de unas quejas arbitrales. Todo eso sazonado con horas de gritos ante el micrófono (y las cámaras), artículos escritos con los bajos y una población que mantiene las formas la mayor parte de las veces en la relación cotidiana y que desfoga odios con forma de SMS o foros de internet.
Por fortuna dentro del infernal ruido de intereses todavía asoman ejemplos de cordura. Cronistas que mantienen la dignidad del plumilla incluso en entornos hostiles para la inteligencia; aficionados que ejercen como tales en la acepción más saludable de la palabra; ciudadanos que son capaces de ignorar voluntariamente una opción de ocio que más bien parece una obligación (como lo fuera el servicio militar para los hombres). Pero siempre quedará el lamento por leer y escuchar a hombres y mujeres aparentemente hechos y derechos caer en la sarta de manipulaciones y odios infundidos, entrar al trapo de las provocaciones barriobajeras y dar coba a actitudes racistas e intolerantes. ¡Qué lástima! ¡¡Qué aburrimiento!!
Durante mi primera adolescencia viví con pasión extrema y seguimiento exhaustivo los avatares del equipo de fútbol; también del basket o el balonmano (incluso el hockey), aunque con menos intensidad. Durante mi segunda adolescencia el fútbol fue quedando en segundo plano e, inoculado el virus por un amigo, el basket pasó al primero (en el que todavía sigue). En ambos periodos de la adolescencia sentí como propias alegrías y tristezas; decisiones arbitrales justas e injustas... insultaba frente al televisor, alteraba mi sueño, compraba las colecciones de pins, utensilios de cocina varios y leía El Mundo Deportivo (por supuesto nunca lo doblaba, al menos no hasta leerlo). Por fortuna superada la etapa la educación me ayudó a poner las cosas en su sitio.
La sobredosis de enfrentamientos entre Barça y Madrid de fútbol en estas últimas semanas resulta una excelente herramienta de análisis y cuestionamiento acerca de muchos aspectos de nuestra sociedad. ¿Cómo vive el personal el deporte? ¿Sabe situarlo en su contexto o, como si de un adolescente hormonado se tratara, lo sitúa en un plano vital superior al de su propia existencia? Puedo entender que al adolescente (que fui) le cueste asumir la verdadera dimensión y relevancia de lo que tanto parece angustiarle pero, ¿es sólo cosa de personas en ese tramo vital? No parece que las gradas estén pobladas mayoritariamente por menores de edad y el comportamiento dista bastante de lo esperable en personas adultas y razonables (que se convierten en ejemplo perverso para quien está en edad de formación). Es razonable pensar que la afición deportiva sirva para purgar fantasmas internos lo mismo que la práctica deportiva nos permite purgar los excesos alcohólicos o gastronómicos de la noche anterior (o la flacidez de nuestra carne sedentaria) pero no lo es que sea a costa de denigrar la dignidad de otras personas como no insultamos al camarero por servirnos el alcohol que nosotros hemos pedido.
Al igual que relacionamos (con asombrosa pasividad) cada periódico generalista con una ideología e incluso como portavoz de un partido político (o grupo empresarial) parece asumido con naturalidad que unos periódicos deportivos son de X y otros de Y. No es, desde luego, el sentido originario del periodismo ni la mayor dignificación posible de la profesión pero a pocos parece importarle. Ahora bien, una vez que esto lo aceptamos como parte del orden natural, ¿no debería existir un límite ético entre la simpatía confesa y la entrega absoluta a las bajas pasiones? El desorbitado seguimiento de los medios de comunicación a esta serie de partidos de fútbol nos ha permitido escuchar íntegras y en directo (antes solía ser materia para la edición informativa posterior) las ruedas de prensa de ambos entrenadores (y del segundo madridista). ¿Qué resulta más patético? ¿El speech de Mourinho en el Bernabeu o las preguntas hacia él dirigidas? Sinceramente me lo parece más la segunda opción. La primera es la de un personaje en su papel; la segunda la de unos fanáticos (honrosas excepciones) en una función que no les debería corresponder.
Al igual que en la prensa 'seria' se ha colado la podredumbre de la prensa del corazón, el fanatismo deportivo (y político, todo hay que decirlo) se ha colado en las interminable cobertura de este acontecimiento futbolístico por parte de medios de todo tipo y condición. Se sitúa un juego - un ejercicio de ocio pasivo para el aficionado - en la cumbre de las relevancias informativas de modo que se incide en la idea de información como entretenimiento que ha conquistado la sociedad de la velocidad global. Un partido recibe tratamiento de noticia de estado implicando con ello elementos ideológicos que desde la noche de los tiempos se les han adjudicado (y ellos han acogido con gusto) a sendas instituciones deportivas. Así al enfrentamiento meramente deportivo se le suma (con mayor importancia si cabe) una lucha de identidades políticas que dan por buena la idea de que las guerras del siglo XXI se han trasladado (al menos en Europa) al terreno deportivo. Las bajas pasiones, la catalanidad y la españolidad marcan paquete testicular a partir de unos goles o de unas quejas arbitrales. Todo eso sazonado con horas de gritos ante el micrófono (y las cámaras), artículos escritos con los bajos y una población que mantiene las formas la mayor parte de las veces en la relación cotidiana y que desfoga odios con forma de SMS o foros de internet.
Por fortuna dentro del infernal ruido de intereses todavía asoman ejemplos de cordura. Cronistas que mantienen la dignidad del plumilla incluso en entornos hostiles para la inteligencia; aficionados que ejercen como tales en la acepción más saludable de la palabra; ciudadanos que son capaces de ignorar voluntariamente una opción de ocio que más bien parece una obligación (como lo fuera el servicio militar para los hombres). Pero siempre quedará el lamento por leer y escuchar a hombres y mujeres aparentemente hechos y derechos caer en la sarta de manipulaciones y odios infundidos, entrar al trapo de las provocaciones barriobajeras y dar coba a actitudes racistas e intolerantes. ¡Qué lástima! ¡¡Qué aburrimiento!!
2 comentarios:
a mi siempre que se enfrentan, lo que mas me gustaria, es que los dos perdieran por una goleada de escandalo. claro que como dice la jota "...soñe que la nieve ardia y por soñar lo imposible soñe que tu me querias". una pena no pueda ser.
Estupendísima entrada.
¿Y a los que no nos gusta el fútbol, ni nos interesan los partidos, ni las ruedas de prensa, ni los discursos políticos velados - o no velados - tras un gol, ni sentimos afición, cariño, ni orgullo dónde estamos? Según algunos de esos hombres y mujeres hechos y derechos en ninguna parte porque si no soy de la opción A, no soy del país A.
¿Por qué convertir el ocio en credo? ¿Por qué tanta semántica religiosa y militar en artículos?
Ains... cómo me cansa todo esto y cada día más.
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