Fragmento del artículo publicado en la edición del 8 de Enero de 2010 del diario "La Vanguardia" (página 17).
Hay que argumentar con la máxima solidez todas y cada una de las restricciones de la libertad. Este es un principio irrenunciable de la democracia. Deberíamos abstenernos de prohibir algo sin que el conjunto de la sociedad obtenga un beneficio mayor que el perjuicio de quienes se ven privados de una parcela de libertad.(...) La libertad no es un bien absoluto, sino un territorio colindante con bienes igualmente preservables, tales como la justicia, la seguridad, la igualdad o el bien común (todos ellos, cierto es, sometidos a interpretaciones abusivas, como lo es la misma libertad).
¿A quién perjudica entonces que una minoría disfrute de la fiesta taurina? La respuesta es clara y al mismo tiempo de enorme calado: perjudica a un animal. Cualquiera puede ser insensible al sufrimiento de los animales, o incluso negarlo o minimizarlo. Sin embargo, quienes así razonan deberían saber que defienden un valor retrógrado, mientras que sus opositores, según mi percepción una clara y creciente mayoría, se suman a un valor emergente en todo el mundo llamado minimización del sufrimiento. Es erróneo, falaz y primitivo suponer que el toro se siente realizado al verter su sangre y morir entre aplausos. El conflicto real es de percepciones, entre quienes disfrutan y quienes creemos que este espectáculo es repulsivo y nos azoramos, no al verlo, sino al saber que pervive. Crece el número de los segundos, y disminuye el de los partidarios de la tortura. (...) para disfrutar con los toros en nuestro tiempo se requiere rechazar unos valores que se encuentran en el núcleo más edificante de nuestra sociedad. Cada cual posee, en su personalidad, resquicios que afean la civilización. Mejor luchar contra ellos, y quien no consiga vencerlos, escóndalos. El progreso moral es un hecho. Del mismo modo que nos avergonzaría tener un vecino que asistiera a una ejecución a fin de regodearse - lo cual era habitual hasta anteayer-,el espectáculo taurino y el resto de las fiestas donde un animal en apuros ocasiona disfrute a seres humanos repugnan cada vez a más personas. La repulsa ética conlleva una prohibición. Es imparable. Tarde o temprano, en toda España. O ya se encargará Europa.
Algo así entendieron los británicos, que prohibieron el espectáculo equivalente de la caza del zorro, considerada asimismo un hecho cultural identitario y un refinado arte. Se prohibió en Catalunya la matanza del cerdo con público. Han cambiado las normas del transporte y del sacrificio del ganado destinado a la alimentación. Se restringe la actividad cinegética, justificada sólo por el equilibrio entre especies.
La cuestión de fondo consiste, pues, en una colisión de valores, de salud moral colectiva. Se trata de favorecer el avance de la civilización, indisolublemente ligado al respeto a la vida y al incremento del bienestar en todos los órdenes. Sin fundamentalismos pero con todo el convencimiento. (...)
Ténganlo siempre presente los protaurinos: en nuestra época, la minimización del sufrimiento se erige en bien prevalente, por encima de consideraciones culturales, tradicionales o identitarias, y sólo se justifica sufrir por mayor beneficio asociado, cuando no por impotencia en evitarlo. (...)
Hay que argumentar con la máxima solidez todas y cada una de las restricciones de la libertad. Este es un principio irrenunciable de la democracia. Deberíamos abstenernos de prohibir algo sin que el conjunto de la sociedad obtenga un beneficio mayor que el perjuicio de quienes se ven privados de una parcela de libertad.(...) La libertad no es un bien absoluto, sino un territorio colindante con bienes igualmente preservables, tales como la justicia, la seguridad, la igualdad o el bien común (todos ellos, cierto es, sometidos a interpretaciones abusivas, como lo es la misma libertad).
¿A quién perjudica entonces que una minoría disfrute de la fiesta taurina? La respuesta es clara y al mismo tiempo de enorme calado: perjudica a un animal. Cualquiera puede ser insensible al sufrimiento de los animales, o incluso negarlo o minimizarlo. Sin embargo, quienes así razonan deberían saber que defienden un valor retrógrado, mientras que sus opositores, según mi percepción una clara y creciente mayoría, se suman a un valor emergente en todo el mundo llamado minimización del sufrimiento. Es erróneo, falaz y primitivo suponer que el toro se siente realizado al verter su sangre y morir entre aplausos. El conflicto real es de percepciones, entre quienes disfrutan y quienes creemos que este espectáculo es repulsivo y nos azoramos, no al verlo, sino al saber que pervive. Crece el número de los segundos, y disminuye el de los partidarios de la tortura. (...) para disfrutar con los toros en nuestro tiempo se requiere rechazar unos valores que se encuentran en el núcleo más edificante de nuestra sociedad. Cada cual posee, en su personalidad, resquicios que afean la civilización. Mejor luchar contra ellos, y quien no consiga vencerlos, escóndalos. El progreso moral es un hecho. Del mismo modo que nos avergonzaría tener un vecino que asistiera a una ejecución a fin de regodearse - lo cual era habitual hasta anteayer-,el espectáculo taurino y el resto de las fiestas donde un animal en apuros ocasiona disfrute a seres humanos repugnan cada vez a más personas. La repulsa ética conlleva una prohibición. Es imparable. Tarde o temprano, en toda España. O ya se encargará Europa.
Algo así entendieron los británicos, que prohibieron el espectáculo equivalente de la caza del zorro, considerada asimismo un hecho cultural identitario y un refinado arte. Se prohibió en Catalunya la matanza del cerdo con público. Han cambiado las normas del transporte y del sacrificio del ganado destinado a la alimentación. Se restringe la actividad cinegética, justificada sólo por el equilibrio entre especies.
La cuestión de fondo consiste, pues, en una colisión de valores, de salud moral colectiva. Se trata de favorecer el avance de la civilización, indisolublemente ligado al respeto a la vida y al incremento del bienestar en todos los órdenes. Sin fundamentalismos pero con todo el convencimiento. (...)
Ténganlo siempre presente los protaurinos: en nuestra época, la minimización del sufrimiento se erige en bien prevalente, por encima de consideraciones culturales, tradicionales o identitarias, y sólo se justifica sufrir por mayor beneficio asociado, cuando no por impotencia en evitarlo. (...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario