Al agitarse el viento la maceta comenzó a bailar. Como el viento era de dirección variable unas veces se inclinaba hacia la izquierda y otras hacia la derecha. Hasta que un golpe seco acabó por volcarla. Fue entonces cuando comenzó un veloz descenso hacia el abismo. El caracol habitante fue testigo del viaje hacia su fatal destino. Por una vez en la vida su velocidad de desplazamiento no se medía en centímetros hora, sino en metros segundo. Su caseta portátil no estaría preparada para el brutal impacto. Consciente de la inminencia de la muerte vio pasar su vida en milésimas de segundo. Una vida de babas y hojas verdes en el alféizar del tercer piso de una vivienda cuyos habitantes nunca supieron de su existencia. Pronto cubrieron el hueco de la ausencia con una nueva maceta.
© Carlos Pérez Cruz
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