
“Yo no distingo mañanas de tardes o noches,
laborales de festivos”, le dije hace unos días a
un colega. “¿No?”, respondió con gesto de
asombro. No, hace ya muchos años que me he
dejado arrastrar por las aguas bravas del
trabajo vocacional.
Digo trabajar, con plena
conciencia de que para muchos, si no es
remunerado, no es trabajo. Para mí lo es, porque
entre el pasatiempo, el hobby, y la
profesionalidad media un abismo de (mala) vida.
Club de Jazz
empezó a emitirse hace trece años, el 12 de febrero de
2001, en Radio Universidad de Navarra
(frecuencia de la Universidad de Navarra, del
Opus Dei, concesión declarada ilegal por los
jueces en varias ocasiones). Durante casi cuatro años
realicé allí tres programas por semana de una
hora cada uno. Sólo un mes, tras un cambio de dirección en la
emisora, el programa pasó a ser semanal.
En cuatro
años de emisión no obtuve de la universidad ni
un solo céntimo de euro. Invertí mucho
dinero en discos –lo sigo haciendo- y tiempo en
la realización del programa. No se me dio ningún
tipo de facilidad (a excepción de la que me
proporcionó generosa y desinteresadamente su
técnico, Iñaki Llarena), hasta el punto de que
si pude
entrevistar juntos a Chucho y Bebo
Valdés fue gracias a los medios que me
proporcionó otra emisora de radio.
El programa nació a
propuesta mía (más próxima en un primer momento
al
Diálogos 3 de Ramón Trecet) y fue
“patrocinada” por quien había sido director del
conservatorio en el que yo me formaba y
colaborador de la casa, Fernando Sesma.
Después
de cuatro años,
fue censurado. Me consta que
el director de la emisora indagó sobre la
“propiedad” de la idea y el nombre del programa
para tratar de mantenerlo en antena sin mí,
incluso de mano de alguien que había sido
colaborador mío durante una etapa del
Club.
No pasó de ahí. Tal como apareció, el programa
desapareció sin ninguna explicación al oyente
(un clásico), a pesar de que era el segundo en
años de permanencia en la parrilla. De forma
solapada en el tiempo vino la emisión de
Club de
Jazz a través de internet, con la
colaboración técnica y desinteresada en primer
lugar de Roberto Barahona desde California
(presentador del programa
Purojazz
y colaborador muchos años en el nuestro) y
después de Alberto Varela (actual colaborador
desde Buenos Aires), con el soporte y apoyo de
la web
Tomajazz, de Pachi Tapiz. El
nacimiento de una web propia llegó en 2004, poco
antes
del cese de las emisiones en la radio
universitaria.
De los
trece años de programa, diez lo han sido con
medios técnicos y web propios.
En los estudios de la Universidad de
Navarra
¿Dónde estoy trece años después? Inquietante pregunta. El programa
lo realizo en mi casa con la misma mesa de
sonido que compré entonces, con un micrófono que
se me prestó y con un ordenador portátil muy
normalito que lleva años (sí, años) dando sustos
y avisos de defunción. Ah, y con una tarjeta de
sonido que me permite grabar las entrevistas
telefónicas y que en ocasiones decide apagarse
por su propia voluntad, borrando de un chispazo
toda la grabación previa (Imaginen explicarle a
Magnus Öström que no se ha grabado nada de lo
dicho durante más de veinte minutos).
Por si alguien tiene dudas, aviso: trabajar en casa es
poco aconsejable. Es
casi
imposible distinguir el espacio íntimo del
profesional y marcar unas líneas razonables
entre el tiempo de asueto y el de laburo. Por
otro lado, al no disponer de un local en
condiciones, aislado acústicamente, la
interferencia de obras (vecinales y en la calle)
y de los ruidos propios de un vecindario y de la
vida ahí fuera, han convertido la grabación del
programa en una suerte de ejercicio de
equilibrismo verbal compuesto de frases
interrumpidas que se enlazan para resultar
inteligibles en la edición posterior. El
propósito (y creo que el resultado), es que el
programa le resulte al oyente tan profesional
como el que podría hacerse en un estudio de
radio homologado. Una ficción radiofónica que,
creo, ha resultado muy creíble. Mucho tiempo
perdido por ello, mucho estrés padecido que
agradezco a los gremios de la construcción (no
tan en crisis como dicen) y a los vecinos con
posibles (y bebés).

Estudio de Club de Jazz
Todo lo logrado en mi vida profesional
periodística es hijo de mi programa. Sin él, hoy
no tendría un hueco en la radio
clanwebstina que es ahora
Carne
Cruda 2.0, no hubiera llegado a granjearme
una ristra de insultos y descalificaciones por
alguna crítica discográfica en
Cuadernos
de Jazz,
no estaría ampliando horizontes de interés
cultural y social en entrevistas y artículos
para
El Asombrario & Co., no me hubiera exprimido el cerebro para poder
“colar” algo de música creativa todas las
semanas durante cuatro años dentro un magazine
en Radio Vitoria (EiTB), ni aportado mis
conocimientos y mi independencia de criterio a
sus emisiones desde el Festival de Jazz de
Vitoria-Gasteiz durante tres ediciones (hasta
que por voluntad expresa del director de la cita
vitoriana se dejó de contar conmigo; decisión
que se certificó años después cuando, tras
decidir contar de nuevo conmigo, se me denegó
por su parte la acreditación para poder trabajar
en los recintos del festival).

Con algunos compañeros de Radio Jazz
Gasteiz y Jorge Pardo (2001)
Todas las
puertas que se me han abierto (también las que
se hayan cerrado) tienen su origen en Club de
Jazz. Puertas, huelga decirlo, de
proyección profesional, no económica. En todos
estos años sólo he cobrado de forma simbólica
por participar en
Carne
Cruda (no fue así en una primera etapa) y
por mis colaboraciones con Radio Vitoria. En
este último caso, desaparecidas mis aportaciones
semanales tras la suspensión del magazine
–producto de un ERE en la emisora-, recibo sólo
por emisión de
Club de
Jazz, programa que se emite allí
exclusivamente en fechas festivas del año que no
coincidan con el fin de semana. Echen cuentas.
Sí, pertenezco a esa estirpe, cada vez más extendida,
de periodistas que se desviven por su trabajo y
lo entregan sin recibir recompensa económica.
Antes de que alguien me (des)califique por ello,
aclaro que mi programa es cosa mía y el control
de su emisión es absolutamente personal (¿¡quién
demonios se iba a lucrar con un programa de
jazz!?). El resto de colaboraciones lo son con
medios que, o bien han dejado de recibir
ingresos o bien quieren buscarlos para resultar
rentables. Dicho de otra manera,
no
entrego mi trabajo a nadie que, sin pagarme,
pueda sacar de él algún tipo de beneficio
económico. Lo cuento porque –y tomándome la
licencia de modificar parcialmente la frase
original de mi colega Yahvé M. de la Cavada-
nadie me paga lo suficiente como para no contar
las cosas tal y como son. En previsión de
posibles comentarios del tipo “nadie te pidió
que lo hicieras”, puedo afirmar y afirmo que
lo sé perfectamente. Es más, el mundo
puede vivir perfectamente sin nada de lo que
hago. Yo no.

Jesús Moreno (desde mi cadiera)
y Roberto Barahona (PuroJazz)
"Trece años después de aquella primera
emisión,
Club de Jazz sigue adelante con el apoyo impagable (literal) de unos
colaboradores que, con disciplina
estajanovista, prestan al programa su tiempo y
conocimientos cada semana. En el camino han
quedado algunos (lo cual lamento), pero hoy sigo
contando con la aportación de Alberto Varela,
Anxo, Luis Díaz García, Jesús Moreno y Ferran
Esteve, voces que hacen de este espacio
radiofónico un lugar diverso y abierto a
expresiones muy variopintas. Eso no tiene
precio. ¡Lo que aprendo con ellos!
Hablo de radio, sí. Hablo de radio porque,
aunque la radio no nos quiera (los intentos que
se hicieron por entrar en la parrilla de la
radio pública fueron infructuosos), lo que yo he
mamado y lo que yo hago es radio. Incluso me
puedo acoger técnicamente a esa definición:
desde 2004 el programa se emite en Cuernavaca,
México (
UFM Alterna), en una versión reducida de
una hora. La emisión básica está en nuestra web,
depende de las tecnologías de internet (podcast).
Hablo porque, como ya he dicho, este programa ha
logrado una ficción de radio profesional con
medios de artesano. Y hablo de radio porque
este programa hubiera necesitado una radio que le diera proyección a
un trabajo que en este país, lamentablemente, no
existe a nivel profesional. Lo he dicho en más
de una ocasión y, a riesgo de repetirme,
insistiré sobre ello. España
necesita un
programa de jazz (o varios) en la radio pública
(no seré tan osado de exigírselo a las
privadas). Hablo de radio que hable del jazz de
hoy, de la multiplicidad de expresiones que hoy
conviven bajo el genérico paraguas del jazz y
las músicas improvisadas.
Está el
Cifu, por supuesto, pero la suya es una labor de difusión del jazz
pretérito. Si acaso, puntualmente da salida
ocasional a propuestas muy concretas de
jazzistas de hoy (aparte de los conciertos que
RNE tiene que emitir por formar parte de la
UER). Tal es el grado de excepcionalidad que
recientemente algunos oyentes subrayaban en las
redes como una excepción el hecho de que
hubiera presentado a un músico de carrera
incipiente.
Cifu es un divulgador insustituible de la historia del jazz.
Radio 3
(ya no digo Radio Clásica) no es referente para
un aficionado al jazz contemporáneo (el que
se hace en nuestros días) o para alguien que
busque crecer como oyente de jazz, por mucho que
algunos dinosaurios de la casa saquen de archivo
programas puntuales donde pincharon jazz. Que
uno de cada diez discos en un determinado
programa (por poner un número) sea de jazz, no
lo convierte en una referencia jazzística.
La radio pública española lleva muchos años haciendo
dejación de unas labores que, en menor o mayor
medida, se están tratando de compensar desde el
extrarradio del voluntarismo amateur.
Sin el soporte de una emisora convencional, sin la potencia de un
medio como Radio Nacional y su cobertura en las
ondas combinada con la proyección de su página
web, es muy difícil hacerse oír y, sobre todo,
sacar adelante un programa que se propone
riguroso en su realización y contenidos como es
Club de
Jazz. Es muy difícil cuando se concentran en
una única persona todas las funciones que se
diversifican en un medio de comunicación
convencional. Desde el guión y redacción, hasta
la grabación y edición, pasando por la
conversión de los formatos de audio o la
promoción y actualización de contenidos. Ni el
Tres en
uno resultaba tan ambicioso.

Con parte del equipo de Carne Cruda (RNE3) en la ceremonia de los Premios Ondas 2012
Han pasado trece años, tiempo suficiente como para poder hacer balance y
reflexión sobre el trabajo realizado. No les
mentiré con falsas humildades: creo firmemente
que hemos realizado una labor espléndida; creo
que se ha hecho mucho más y mucho mejor de lo
que se podría esperar dadas las circunstancias
en que se desarrolla el programa; creo que hemos
hecho radio inteligente e inteligible que ha
expuesto una buena muestra de la música que se
hace hoy con profesionalidad, tratando la música
y a los músicos con respeto y curiosidad,
dedicando el tiempo necesario para documentarse
sobre la música, seleccionarla y presentarla con
la misma exigencia con la que ellos han creado
sus obras; creo que hemos dado el espacio que
merecen a muchos de sus protagonistas, quienes
han tenido tiempo para explicarse y expresarse y
a quienes hemos preguntado con rigor y
minuciosidad, buscando profundizar en el
disfrute y la comprensión de su música y
personalidad; creo que, en definitiva, hemos
hecho buen periodismo sobre jazz y músicas
improvisadas, con dedicación profesional desde
un ámbito amateur y muy precario.
No les mentiré tampoco si les digo que trece años de
dedicación tan intensa a este programa (y a todo
lo que lo complementa: reseñas de discos,
conciertos, artículos… todos ellos con el mismo
grado de exigencia, siempre in
crescendo conforme se acumula la
experiencia) van dejando cicatrices. Esto cansa
y mucho.
No diré que trece años después estemos casi
donde estábamos, pero no estamos mucho más lejos
de donde estábamos hace diez. Creo que el
programa tiene unos buenos datos de audiencia
según los parámetros de la red (por ejemplo, en
iTunes España figura habitualmente entre los
primeros veinte podcast de música; es uno de los
pocos sin soporte de medio convencional... y
además dedicado al jazz), pero también es verdad
que los números que figuran en los contadores
estadísticos no me dicen mucho. No sé qué hacen
con él quienes lo descargan o pinchan en la
página. ¿Lo escuchan? ¿Picotean en él? ¿Cuántas
descargas se corresponden con oyentes y cuantos
oyentes se corresponden con descargas? Es más,
podría darles los nombres y apellidos de unos
pocos oyentes que muy generosamente suelen
comentar e incluso difundir los contenidos.
Gracias por ello.
Contra los difuntos que en vida proclaman que
el jazz “ha muerto”, puedo asegurar con plena
convicción que estamos viviendo unos años donde
son muchos los que le están dando más vida,
colores y matices que los que nunca quizá soñó
tener. Una diversidad estimulante y ciertamente
abrumadora. El problema es cuando se confunden
conceptos y se dice que el jazz es un estilo. Si
así fuera, no dejaría de ser un cliché.
El jazz
no es un estilo, porque el estilo tiene límites
y el jazz busca expandirlos. Como declaró
Pat Metheny, los estilos “no tienen nada que ver
con la música. Sólo me interesa cómo ir de Si
bemol a Fa”. No, el jazz no es definible, como
no lo debería ser en términos estilísticos
ninguna obra musical digna de serlo.
Puede que estilos sean el
be bop, el dixieland, el swing que bordaban las
orquestas de los años treinta, pero no el jazz.
Tratar de
definir el jazz es tanto como negarlo. El
jazz puede ser una guía que nos lleve al
encuentro de determinados músicos, expresiones y
experiencias musicales; puede ser el tronco
común, pero las ramas son tan dispares entre sí
como pueden serlo un negro de Chicago y un
blanco de Mallorca. Incluso, aunque el tronco
sea común, la tierra en la que enraíza es
diferente en cada caso. Explicar que el jazz es
esto o aquello es un ejercicio tan destinado al
fracaso como explicarle a un extraterrestre la
diferencia entre izquierda y
derecha “mediante una simple descripción
verbal” (Santiago Alba Rico dixit). Y todos
sabemos que la mano izquierda nunca será igual
que la mano derecha (y viceversa) aunque ambas
sean manos.
Trece años después el programa sigue existiendo aunque
fantasea en muchos momentos con dejar de
hacerlo. El apasionante momento presente, el
surgir de nuevas e ilusionantes generaciones y
la superación de sí mismas de algunas de las más
veteranas, hace
especialmente necesaria la labor de difusión y pensamiento. Mientras
estas músicas y estos músicos crecen y se
multiplican, más dolorosa se hace la pasividad
de la radio pública (extiéndase, por supuesto, a
otros medios y formatos) y más insignificante me
siento con este programa desde el extrar(radio),
en el que hacerse oír, hasta desgañitarse, en
este gallinero
tuitero
es tan inútil como los propósitos con los que se
hace este programa con sus actuales
condicionantes. Así en 2001 como en 2014.
Carlos Pérez Cruz