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lunes, enero 19, 2015

‘Sangre, sudor y jazz’ (y errores y lugares comunes)


Mito y leyenda suelen ser mucho más vistosos que la realidad. Es más literario lo sórdido que lo higiénico, es más cinematográfica la vida disoluta que la rectitud. No es lo mismo una biografía con firma de historiador que un biopic cinematográfico. De la biografía esperamos rigurosidad, fuentes que avalen lo narrado, respeto de los espacios en blanco que, de rellenarse, resultaría un ejercicio extemporáneo de imaginación del autor. Al biopic cinematográfico le suponemos manipulación, entendida como licencia creativa. Salvo que se trate de un documental (lo que tampoco es un seguro de vida de fiabilidad), la biografía cinematográfica está trufada de licencias. 

Del periodismo uno espera rigor. Como suele señalar el periodista Joan Cañete, al periodismo no le hacen falta etiquetas, simplemente ejercerse. ¿Comprometido, humano, social…? No, periodismo. Me da lo mismo que el periodista sea un mal bicho y su medio un nido de fachas, rojos o verdes, lo único que exijo es rigor. Es decir, que se hable con propiedad y los datos sean precisos. Si a eso se le añade una buena gramática, puede aspirarse al Pulitzer. 

A pesar de lo que pueda parecer, la sección de Cultura de un medio no es (no debería ser) el cajón de sastre para que los periodistas de la casa se explayen y rebajen tensiones hablando de sus hobbies. No, la cultura no es un hobby. No desde una perspectiva periodística. La cultura (en sus muy diversas facetas) requiere especialización, y por eso ya es de por sí una quimera ejercer de periodista cultural si se ha de abarcar pintura, música, teatro, danza, cine… La curiosidad por el mundo árabe no le convierte a uno en arabista; ni cantar en la ducha, en una eminencia del bel canto. Por eso, cuando el periodista se enfrenta con lo desconocido, o con lo que conoce vagamente, no está de más coger el teléfono, abrir un libro o incluso consultar internet

Me ha pasado a mí y puede volver a pasarme. Recuerdo que se me encargó la necrológica de un músico al que conocía pero no controlaba, del que no era yo el más indicado para escribir. Acepté por razones que omito, por ser íntimas y por resultar irrelevantes para lo que nos ocupa. Un compañero del mismo medio se alteró por las imprecisiones y omisiones que contenía. Hizo bien. Se corrigió y añadió lo que faltaba. Por regla general, no acepto retos para los que no estoy preparado. El océano es muy grande y flotar en el agua no le convierte a uno en Mark Spitz. 

“Sangre, sudor y jazz” es el título de un texto de Pedro Moral Martín publicado en ‘eldiario.es’*, con fecha 15 de enero de 2015. El medio no aclara si se trata de una crítica, de un artículo informativo o de una columna de opinión. El autor se refiere en él a la película “Whiplash”, de reciente estreno en cartelera. Dejando de lado su valoración de la película (apreciación subjetiva de la misma), el texto contiene una serie de errores objetivos y lugares comunes que dejan en mal lugar al medio que lo publica (por falta de revisión del contenido y/o comprobación de datos) y a su autor por las razones que expongo a continuación. 

Para hablar de cine no es necesario ser oyentes de jazz ni conocer su historia, pero para afirmar hechos históricos y situar lugares concretos de la historia del jazz se necesita, al menos, practicar el periodismo. En un solo párrafo se condensan tal cantidad de errores que un redactor jefe iracundo podría haber sentido la tentación de arrojarle al autor un bolígrafo como si de una diana se tratase. El párrafo es el siguiente: 

“En los 50, cuando estaban de moda las jam sesión en Nueva Orleans, un extraordinario batería llamado Jo Jones tiró su platillo directamente a la cabeza de Charlie Parker cuando éste había perdido el tempo de la canción. Parker se levantó y salió llorando. Un año después, Bird hizo el mejor solo de la historia”.


Para empezar, una cuestión lingüística: o las llamamos sesiones improvisadas o ‘jam session’, pero no hibridemos castellano e inglés. Por otro, no sé en qué momento han estado o dejado de estar de moda las jam session en Nueva Orleans pero, si a la que se refiere es a una en la que participaban Charlie Parker y Jo Jones, se le ha disparado la cronología ni más ni menos que dos décadas (el episodio referido tuvo lugar en 1936, no en los 50) y la ciudad que dice que la albergó queda a unas 13 horas del lugar en que aconteció (fuente: Google Maps), que fue Kansas City y no Nueva Orleans

La anécdota del plato que Jo Jones arrojó sobre Charlie Parker asoma en el texto porque, en la película, el iracundo profesor del aspirante a Buddy Rich la utiliza como metáfora motivadora de su propio proceder académico (¿?). Lo único que pone eso de manifiesto es que el profesor de la ficción había visto otra ficción: la película ‘Bird’ de Clint Eastwood. También el autor del artículo de ‘eldiario.es’, que da por sentado algo que no es sino una manipulación de unos hechos históricos con fines dramáticos. (De fiarnos del cine podríamos terminar por asegurar que Hitler murió acribillado en un cine de París). Poco importa que Jo Jones no arrojara ningún plato de la batería sobre Charlie Parker y, por lo tanto, no pusiera en peligro la integridad física de ‘Bird’. Que dejara caer al suelo un plato no resulta tan dramático ni peligroso. Que llorara, no consta. Asegurar que un año después Parker “hizo el mejor solo de la historia”, es de una grandilocuencia gratuita. Aunque no tan gratuita como la siguiente afirmación (sí, sí, afirmación): 

“El vicio es la quinta esencia del jazz, todos los músicos se metían, todos eran alcohólicos, todos se acostaban con muchas mujeres distintas y el cine lo ha recogido una y otra vez”. 

Resulta tan bochornosa esta generalización, tal el patinazo sin asomo de ironía en sus palabras, que lo único que podemos intuir es que Moral Martín se había metido un chute, bebido demasiado y acostado con la primera que pasaba por allí antes de escribir. Porque eso es lo que hacemos todos los periodistas de cultura, ¿no? 

Carlos Pérez Cruz

*Días después, el autor corrigió el texto publicado.

viernes, enero 09, 2015

¡La que han liado mis amigos!

“La que han liado tus “amiguitos”, fue lo primero que dijo al verme. Entré en la sala, llamó mi atención y lo escupió. ¿A qué se refería? ¿Quiénes eran mis “amiguitos” y qué habían hecho para “liarla”? 

Resulta que tengo amigos terroristas, amigos que disponen de sofisticadas armas de fuego que van disparando y masacrando humoristas por el mundo, así por las buenas, sin mediar más provocación que el humor. ¡Y yo sin enterarme! Pues habrá que hacer algo al respecto. De primeras, permítaseme anunciar la suspensión cautelar de mi amistad con estos asesinos de viñetistas hasta que se aclare lo ocurrido, que siempre hay que mantener la presunción de inocencia, ¿no? 

Toda suspensión de la amistad es dolorosa, lo sé por experiencia, aunque también he de decir que interrumpir amistades que nunca se han tenido lo hace más llevadero. Como nunca he tenido relación con los hermanos Kouachi –al menos de forma consciente, quién sabe si nos habremos cruzado en la vida-, no creo que les vaya a inquietar demasiado el anuncio público de nuestra ruptura. Además, creo que están demasiado ocupados en masacrar como para que les importe demasiado que yo les retire mi afecto

Ironías aparte, el esputo verbal que recibí como bienvenida de este compañero de quehaceres musicales produce escalofríos, o más bien inmenso desasosiego. Como señalaba en Twitter mi admirada Isabel Pérez, citando a Einstein, “es más fácil desintegrar un átomo que erradicar un prejuicio”. Y los prejuicios -de los que, por supuesto, yo tampoco me libro- son la parte más tóxica de nuestra manera de descifrar y relacionarnos con el mundo, quizá la más peligrosa. 

La relación que estableció el ínclito esputador es muy sencilla, no voy a aburrirles con más rodeos: como es conocida mi posición pro-palestina (es decir, pro-derechos humanos) y los palestinos son árabes y la mayoría de árabes son musulmanes y los autores de la masacre de París pronunciaron en vano (y en árabe) el nombre de Dios… ¡Exacto! Lo han adivinado. ¡¡Los palestinos la liaron en París!! No hay regla de tres más sencilla que ésta. ¡De cajón! 

En realidad no sé muy bien –porque no me entretuve en interrogarle- si la relación que estableció entre Carlos (o sea, yo) y los autores de la masacre del ‘Charlie Hebdo’ es en razón de arabidad o de musulmanidad. Si es en razón de lo segundo, imagino que podré mantener mi amistad con los cristianos palestinos, incluso con aquellos que sean lo que quieran ser (o no ser), siempre que no sean musulmanes. Si es en razón de lo primero, va a ser una jodienda muy grande, porque lo mismo tengo que borrar de mi diccionario un montón de palabras del castellano. 

Me consta que otro compañero presente en la misma sala ha dejado por escrito en redes sociales un “que los maten a todos”, lo que dejaría el Holocausto nazi o la sangría de Ruanda en rasguño de la humanidad (ya se refiera ese “todos” a musulmanes o a árabes, que en tal caso el mapa de la sangre podría fluctuar… e igual se mancha). Lo que no sé si ha calculado este energúmeno es lo mal que le sentaría a la economía local el cierre de tanto negocio de kebabs, que demasiados locales hay ya con carteles de ‘Se vende’ y/o ‘Se alquila’. 

Sé que pensar es muy cansado, que individualizar es mucho más complejo que unificar; que aceptar que millones de personas son millones de realidades y circunstancias y no una sola implica un esfuerzo por comprender; que un tuit descalificativo tiene más alcance que un artículo que ponga negro sobre blanco; que no todos los judíos son sionistas (¡ni siquiera israelíes!), como no todos los vascos y navarros éramos ETA por mucho que ETA se arrogara hablar en nuestro nombre (¿acaso no nos ha tocado aguantar el chaparrón por bombas y tiros en la nuca que ni pusimos ni defendimos?). 

Sé que antes aceptaremos la implantación de un chip de Google en nuestro cerebro que a una persona cuyas diferencias vemos antes con miedo que con curiosidad. Sé, en definitiva, que es más fácil enunciar “putos catalanes”, “moros de mierda”, “terroristas árabes”, “judíos nazis” (¡vaya oxímoron!), “gitanos” (así, a palo seco)…, que ver personas, ciudadanos, por encima de cualquier otra consideración y como tal considerarlas, cuando de individuos se trata. Por ahí se empieza. Y después, si uno está dispuesto a no creerse el ombligo del mundo, está la compleja realidad del planeta, donde pocas veces los blancos y los negros son lo que creemos.

Carlos Pérez Cruz

lunes, enero 05, 2015

Andoni Zubizarreta


Hay muertos capaces de morir dos veces. Es el caso de Andoni Zubizarreta, enterrado por el inefable Joan Gaspar en un autobús después de la desastrosa final de Atenas de la Copa de Europa -en la que el Milán enterró a aquel Dream Team por cuatro goles a cero (uno de ellos me pilló meando)-, y enterrada ahora su etapa de director deportivo del Barcelona. ¿Habrá una tercera? 

Zubi fue mi ídolo de infancia. Al igual que en ciclismo siempre fui de Álvaro Pino y de Marino Lejarreta, nunca de mi “compatriota” Miguel Indurain, en fútbol yo iba con el que paraba goles, no con los que los metían. Claro, si los metía el Barça daba brincos, pero ese modelo(s) que todo niño tiene en su infancia era para mí Zubizarreta (mi gesticulación en el campo era la suya, por supuesto). 


Fui portero, no muy bueno. Tenía mis virtudes, sin duda, pero también mis muchos defectos. Uno de ellos compartido con mi ídolo (quizá por ósmosis): era fatal con el pie. Tampoco paraba penaltis, cosa que también se le achacaba al portero culé y de la selección española, por lo que cada penalti pitado en contra era la anticipación de un gol recibido. Da lo mismo, mi héroe era de carne y hueso. Una mano suya en Valladolid fuera del área y su correspondiente expulsión fue también la mía del salón por insultos al televisor. 

Andoni Zubizarreta fue para mí un portero excelente, torpe con los pies, poco efectivo en los penaltis, pero un gran portero. Todo lo que no metió el Barça en la famosa final de Wembley de 1992 lo paró Zubizarreta. Después, claro, llegó el gol de Koeman en la prórroga y todos los honores para el pateador, pero hubo prórroga porque Zubi sacó sus mejores reflejos y Salinas, marca de la casa, falló goles cantados –bueno, seamos justos: Pagliuca fue el Zubi de la Sampdoria-. Tuve la suerte de ser testigo de la primera Copa de Europa de la historia del Barça, frente al televisor (en La 2 de TVE, ojo al dato) y con la radio sintonizada en Onda Media (grabé en varias casetes la narración de la SER que hizo desde Londres… Paco González). 


Fue el portero del mejor Barça de la historia antes del advenimiento del de Guardiola, aquel inolvidable Barça que imaginó Cruyff y que disfruté en los años en los que tenía edad para que el fútbol fuera epicentro emocional, esos en los que una portada de ‘Mundo Deportivo’ adquiría categoría de lienzo en la pared o en los que una foto con el ídolo le dejaba a uno mudo (quizá tanto como en aquella ocasión en que el rey Baltasar se sacó de su zurrón la carta que yo le había escrito). 


Gracias a Miguel Sola, jugador de Osasuna y mi entrenador en el Amigó –debería incluir en mi biografía que fui fichado, aunque no hubiera montante ni cláusula de rescisión-, conseguí una camiseta de mi ídolo por mediación de Unzué, ex jugador de Osasuna y entonces suplente de Zubi en el Barça. Me estaba tan grande como la responsabilidad de portero, quizá por eso fui más Unzué que Zubi en mi equipo y abandoné el fútbol por la música. Desde el banquillo gané más veces. Frente al atril, las lentejas.

Carlos Pérez Cruz
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